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Llegó el día en que me metería en el despacho de Damien y, a pesar de la neblina de los recuerdos pasados el día anterior, estaba cien por ciento segura de que todo saldría bien. Debía aferrarme a una esperanza en esos momentos, por débil que fuera. Suponía un pequeño aliento, que me alentaba a seguir respirando. Angelica había venido a visitarme a primera hora de la mañana. Me trajo un desayuno sustancioso y se quedó conmigo. Agradecí que no me preguntara nada. Cuando se cercioró de que Damien y el resto se habían marchado, me manifestó que había llegado la hora.

—¿Lista? —me dijo, sonriéndome de forma cálida.

—Sí —respondí, con un intento fallido de sonrisa. Aún tenía la mente embotada.

—Tengo las ganzúas. Las cogí de la sala de herramientas. No creo que nadie se dé cuenta de que faltan.

Salimos de mi habitación en dirección al piso donde se encontraba el despacho de Damien. Subimos las escaleras de mármol de forma sigilosa hasta el tercer piso. Para nuestra sorpresa, solo había un único guardia.

—¿Dónde está el otro? Dijiste que son siempre los mismos, ¿no? —le dije en un susurro a Angelica, mientras nos escondíamos agachadas en la escalera.

—Sí. Igual tiene día libre —me respondió, poco convencida.

El guardia paseaba muy lentamente, como aburrido, por los pasillos en ese momento. En su costado una pistola negra descansaba en una funda de cuero. Esperamos pacientemente a que se perdiera en el otro lado del corredor con forma de 'U' y, tanto Angelica como yo, salimos de nuestro escondite. Saqué las ganzúas e intenté forzar la cerradura, mientras Angelica interceptaba en el pasillo al guardia para distraerle lo máximo posible. En mi vida había hecho algo así y las manos me sudaban por el nerviosismo. Pero las ansias de encontrar lo que buscaba me hicieron pensar con claridad y milagrosamente conseguí abrir la puerta. Antes de entrar y cerrar tras de mí, volví a echar un vistazo por el pasillo, las voces de Angelica y el guardia se iban acercando.

Una vez dentro, y tras haber expulsado todo el aire que había estado conteniendo, contemplé toda la estancia. Era bastante grande. Las paredes eran negras y el suelo era del mismo mármol que el de la habitación de Levi; gris y blanco. Había una pequeña zona de descanso en una esquina con sofás y sillones de cuero negro. También había muchas estanterías con archivadores, documentos y decoraciones. También había diversos cuadros y esculturas por doquier. Además, grandes cabezas de animales salvajes disecados colgaban de las paredes. "Qué horror", pensé. Al mirar al suelo, también vi alfombras de pelo de animal, como tigre y cebra.

Frente a mí, una alfombra larga de color rojo oscuro se dirigía hacia el fondo de la estancia. Seguía hasta un altillo, por el que debías subir por una pequeña escalinata, donde se encontraba el escritorio de Damien. La mesa era grande, con muchos objetos esparcidos por ella. Había papeles, ceniceros con puros y cigarrillos, vasos vacíos, botellas de alcohol, marcos con fotos, figurillas, entre otras cosas. El gran sillón rotatorio que se encontraba detrás era de cuero negro, igual que las sillas frente al escritorio.

Me dispuse a comenzar mi tarea. Primero busqué por las estanterías, pero al poco rato me rendí. No había nada. Después, me dirigí al amplio escritorio. Empecé a hurgar por los cajones. Todos abrían menos uno, supuse que ese era el más importante.

Forcé la cerradura, rezando internamente para que cuando Damien viera que estaba abierto, no le diera muchas vueltas y pensara que había sido un despiste propio. Una vez abierto, rebusqué en su interior. Cuando ya había empezado a desesperarme encontré un archivador que decía: "Escritura de la mansión". "¡Bingo!", pensé y empecé a pasar las fundas de plástico que contenían hojas hasta que encontré un plano doblado. Puse el archivador en la mesa y desdoblé el plano. Empecé a buscar con la mirada algo que no fueran habitaciones y más habitaciones hasta que di con algo que fue mi golpe de suerte. En el garaje había una puerta que daba a unos conductos subterráneos. Estaban detalladamente dibujados e incluso pude ver que habían algunos conductos que no daban a ninguna parte, como si estuvieran hechos para despistar a quien intentara cruzarlos. No ponía hacia dónde iban ni nada explicativo, pero ya había descubierto algo. Si lograba meterme en los garajes mientras los Volkov estaban fuera, podría escapar por ahí. Casi podía saborear mi libertad.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora