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Al día siguiente, golpes a la puerta me despertaron. Me levanté de la cama y fui a abrir. La misma criada que me llevó al despacho de Arman la mañana anterior, me dijo que él había pedido que yo fuera su criada a tiempo completo. Tras esto esbozó una sonrisa y se fue.

<<—Maldita —pensé—. Seguro que se alegra de que ahora yo sea quien tenga que aguantarle>>.

Rápidamente me puse el asqueroso uniforme, el cual era negro de manga corta, excesivamente corto y ceñido, con un delantal blanco y con un escote pronunciado. Dudé de si debía aparecer ya en su despacho o no, pero preferí no arriesgarme y fui. Cuando llegué, toqué a la puerta y me ordenó que pasara.

—Supongo que ya te habrán dicho que ahora me servirás a todas horas —dijo mientras ordenaba papeles—. Te queda muy bien el uniforme, mejor de lo que pensaba. —Su sonrisa no era tan siniestra como la de su hermano Lukyan, pero me producía las mismas ganas de querer vomitar.

Con lo que me dijo el día anterior, pensé que solo tendría que verle la cara a determinados momentos, pero después de que me confirmara que iba a tener que hacer todo lo que él quisiera a todas horas del día, la cosa no podía ir peor.

—Puedes empezar trayéndome el café.

Me dispuse a salir, pero me interrumpió.

—No has respondido como se debe.

—¿Qué pretendes que te responda? —Soné más agresiva de lo que planeé y por un segundo pensé que ya la había pifiado.

—A cualquier cosa que yo te diga tienes que responder: sí, amo. ¿Lo has entendido?

—Sí, amo —dije entre dientes y tras eso salí.

No recordaba dónde quedaba la cocina. Di vueltas y vueltas hasta que por fin la encontré. Era realmente grande, cosa que tenía sentido si vivía tanta gente en la mansión. Todos los electrodomésticos eran modernos y elegantes. Los azulejos del suelo y de las paredes eran de un perfecto blanco y había muchos instrumentos de cocina colgados en las paredes o en organizadores. Les pedí café a las cocineras que se encontraban allí, pero su respuesta no fue lo que esperaba.

—Si quieres café hazlo tú, guapa —rio una. Mostró una sonrisa asquerosa. Sus dientes amarillos y torcidos, sumados a sus ojos saltones, me ahuyentaron.

—Yo te ayudaré —dijo otra. Su pelo era negro y corto. Parecía muy joven, pero mostraba gran soltura en la cocina como si se hubiera dedicado a ello toda su vida. Sacó café de un armario y se dispuso a preparar la cafetera mientras me explicaba como se hacía para que la próxima vez pudiera hacerlo sola.

—A Arman le gusta el café solo y amargo. No sé si te lo habrá dicho.

—No, solo me dijo café.

La chica se rio entre dientes.

—Me lo imaginaba, no suele ser muy concreto con sus demandas.

—¿Cómo sabes que me lo manda Arman? —inquirí.

—Todos aquí sabemos que eres el nuevo juguetito de Arman.

—¿Han habido otras? —Mis sospechas resultaron ser ciertas.

—Claro, nunca se siente satisfecho. Muchas de ellas acaban aquí en la cocina y eso es tener suerte. Por el contrario... —empezó a decir con voz triste—. Otras acaban peor.

Quizás había encontrado una fuente de información, ser amiga de esa chica podría serme útil. Parecía que sabía cosas de la familia, pero tendría que averiguar qué tipo de cosas.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora