XXXIII

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Eran tan solo las cinco de la mañana, pero yo ya estaba más que despierta. La silenciosa sala repartía el sonido de mis golpes al saco de boxeo a cada una de las esquinas, como si de eco se tratara. Aunque mis golpes no eran los únicos que se escuchaban. También resonaban por la estancia los de Katya.

Me había encontrado con ella de camino al subterráneo, por lo que habíamos decidido entrenar juntas esa mañana. La enorme sala en la que estábamos completamente solas, disponía de todo lo necesario para entrenar tanto fuerza, agilidad, rapidez, entre otras habilidades.

Ese día Katya parecía más inquieta de lo habitual. Cosa realmente extraña, ella siempre parecía imperturbable como si nunca nada le pudiera afectar. Pensé que quizás no sería nada importante. Aunque, echándole un buen repaso a su rostro, comprendí que esa cara entre angustiada y disgustada solo podía ser a causa de una persona: Ignaty. No era ningún secreto que entre Ignaty y Katya se había gestado algo. Algo mucho más allá de una amistad.

—Katya, ¿qué es lo que te preocupa? —le pregunté.

—Nada —respondió ella dándole fuertes golpes al saco de boxeo.

Su pelo rubio estaba recogido en una coleta alta y algunos finos mechones caían a ambos lados de su rostro. Sus manos estaban ocultas por vendajes negros y golpeaban el saco con una potencia extraordinaria. Katya era el tipo de persona con la que no te gustaría mantener una discusión. Y, claro está, mucho menos una pelea física. El sudor le empapaba todo el cuerpo y hacía que su conjunto de leggins y camiseta ajustada de manga larga, tuviera zonas de un gris más oscuro que el resto. Su ceño estaba fruncido y sus ojos miraban con decisión el saco.

—¿Estás segura? —insistí.

—Sí, joder —me dijo con excesiva brusquedad.

Katya se arrepintió de su tono de voz y habló de nuevo.

—Lo siento. Puede que sí haya algo que me preocupe —dijo, dejando de darle golpes al saco.

—¿El qué?

—Tengo... miedo —admitió.

—¿Katya Ivanova teniéndole miedo a algo? Creo que me he equivocado de dimensión. —Rei.

—Ya sé que parece raro. Pero él me hace sentir tan... vulnerable —admitió.

—¿Te refieres a Ignaty?

—Sí.

—¿Qué ocurre? —pregunté con interés, al mismo tiempo que me ponía detrás de las orejas varios mechones de pelo que se escapaban de la alta coleta.

—Ya estamos juntos, pero hay algo que le he estado ocultando y tengo miedo de que huya por esa razón —se sinceró.

—¿Qué le has ocultado?

—Mi pasado.

—No puede ser tan malo como para que salga corriendo —respondí—. Katya, él también forma parte del mundo criminal igual que tú. Nada le podría asustar. Además, Ignaty es muy comprensivo —añadí resolutiva.

—Pero es que no tiene nada que ver con eso —explicó. Su rostro mostraba angustia.

—Entonces, ¿qué es? —pregunté preocupada. Sus palabras comenzaban a inquietarme.

Katya se tomó una larga pausa, como para reflexionar sobre cómo debía comenzar. Al final, habló de golpe.

—Con diecisiete años comencé a vender drogas. Fue debido a un novio que tenía. Él vendía y me metió en el mundillo. Me gustaba el dinero que me hacía ganar todo aquello —comenzó a explicar—. Fue una relación demasiado tóxica, porque él consumía y se volvía violento. A mis padres nunca les gustó ese chico ni nada que yo hiciera. No les gustaba mi forma de vestir, de actuar ni de ser. Nunca les di la razón en nada, pero he de reconocer que no se equivocaban con él. Finalmente rompimos, porque un día me golpeó como nunca antes había hecho y después me abandonó.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora