XIX

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Caminaba por los pasillos del segundo piso, cuando una voz interrumpió mis pensamientos vagos.

—Ey, contigo quería encontrarme.

Era Levi, que iba cinco pasos por detrás mía. Llevaba una camiseta de tirantes de color negro, que dejaba al descubierto sus tatuajes de los brazos, las botas de siempre y un pantalón verde oscuro. En medio segundo me alcanzó.

—Buenos días a ti también —respondí—. ¿Acaso me estuviste buscando ayer?

—De hecho sí, quería saber como te había ido todo al final del día —me dijo con tranquilidad.

—Claro, al final del día —dije, con cierto deje sarcástico.

Levi frunció su ceño antes de cambiar de tema.

—¿Te integraste bien?

—Perfectamente. Todos me detestan menos tres.

—Eso me recuerda a cuando entré por primera vez por esa puerta en el subterráneo. Me había estado entrenando desde pequeño con Serguéi y al resto no pareció gustarle.

Me extrañó que llamara a su padre por su nombre, pero no le di muchas vueltas y comencé a preguntarle sobre su entrenamiento en la mansión, llena de curiosidad. 

—¿Con qué edad empezaste a entrenar abajo?

—Con quince.

—¿Y a qué edad pasaste a ser el Sovetnik de Damien?

—Con veinte, cuando ya era de los mejores. La verdad es que la decisión que tomó Damien fue muy arriesgada e incluso innovadora. Los Sovetniki suelen ser hombres mayores que llevan mucho tiempo trabajando para la familia —explicó.

—Supongo que muchos se opusieron.

—De hecho sí, pero Damien había tomado su decisión. Confiaba en mí y lo sigue haciendo. Al fin y al cabo, no me hizo falta mucho tiempo para demostrar que era el Sovetnik perfecto de Damien.

—Comparte un poco de humildad con el resto —reí.

Levi sonrió con malicia mientras bajábamos las escaleras al subterráneo.

—¿Qué tienes que hacer? Unos contactos me han informado de que no sueles bajar mucho aquí —le pregunté.

—¿Ya tienes espías? Bueno, más bien, ¿preguntas por mí a los demás? —me dijo, con una sonrisa pícara.

—En realidad, a la que le preguntan por ti es a mí.

—¿En serio? —rio Levi.

—Dicen que das miedo, pero que eres muy guapo —reí.

—¿Y eso lo opinas tú también? —dijo, mientras saludaba con la mano a un hombre alto con el que nos habíamos cruzado.

—No me das miedo —respondí pausadamente.

—Me refiero a lo segundo. —Su mirada era juguetona. ¿Acaso la mujer de anoche había sacado su lado más atrevido? Definitivamente, no le iba a contestar lo que seguramente quería oír. Además, ¿por qué coqueteaba conmigo si cuando nos besamos fue él el que huyó? No iba a caer en sus trampas contradictorias.

—Los he visto más guapos.

—¿En tu pueblo?

—No, allí no —respondí con asco, haciendo que él riera.

Pronto nos encontramos con Robert, el cual me interceptó y me hizo entrar a la sala del día anterior. Por las ventanas de la estancia podía ver a Levi hablando con Robert animadamente. Iba a dejar de mirarles, pero una mujer de oscuros cabellos pelirrojos y hermoso rostro se paró junto a ellos. Los dos debían conocerla, porque se pusieron a hablar con ella. Cuando se reía, la chica posaba su mano con frecuencia en el hombro de Levi. Pero no con fraternidad, más bien parecía de coqueteo. Pensé en si aquella chica era la dueña de las risas que salían de la habitación de Levi el día anterior.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora