III

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Palpé a tientas las paredes para encontrar algún interruptor. Cuando se encendió la luz, pude vislumbrar una habitación espaciosa con una enorme cama de sábanas de seda color crema y muchos muebles de madera pulida. Junto a la ventana y cerca de la cama, había dos sillones de terciopelo granate sobre suaves alfombras. Había pinturas colgadas en las paredes, elegantes lámparas de pie en las esquinas y grandes jarrones de cristal sin flores en los muebles. Incluso tenía baño propio, pero todos esos lujos no consiguieron cambiar mi rechazo.

Enseguida noté mis manos frías y mi frente caliente. Todo lo que veía a mi alrededor se estaba tornando borroso y el nudo en mi estómago cada vez iba presionando más y más. Hasta que corrí al baño y expulsé todo lo que había en el interior de mis tripas. Cuando ya solo quedaba la amarga bilis, me empapé la cara con agua fría y fui a la cama a recostarme. Sentía que iba a desfallecer. Me había quitado los tacones hacía rato y aunque parecía pulgarcito en esa cama tan grande, me arropé y la cama me absorbió enviándome al mundo de los sueños, donde en ese momento solo habían pesadillas.


Lukyan me agarraba de los tobillos y me clavaba las uñas en las piernas.

¡Deja de moverte, maldita zorra! ¡Eres mía ahora! me gritaba.

Mi llanto y mis gritos rogando que parara no hacían efecto. Me agarraba patéticamente al cabecero de la cama, pero era inútil. Nunca tendría la suficiente fuerza como para luchar y vencer. Mientras Lukyan seguía estirando de mí y gritándome, yo sentía como mis dedos se soltaban hasta que me desenganché completamente y él me arrastró hacia un vacío negro interminable por el que caí y caí, hasta que aterricé en un mar de sangre.

Yo estaba completamente desnuda y la sangre a mi alrededor era densa y se cernía sobre mí. Estaba desorientada y no veía nada más aparte de rojo sangre, mientras notaba como algo me rozaba los pies. Entonces manos empezaron a agarrarme las piernas y trepaban hasta salir a la superficie. Una multiplicación de rostros conocidos no paraban de repetirme de forma automática lo mismo una y otra vez.

Te encontraré -decían al unísono cientos de cuerpos con la cara de mi padre. Te encontraré. Te encontraré. Te encontraré.


Un ruido me despertó y la luz matinal me cegó completamente mientras intentaba abrir los ojos acostumbrándome a la luz. El sudor empapaba todo mi cuerpo y mi pelo estaba pegado a mis sienes. Cuando ya distinguía mejor las formas, pude ver a una joven descorriendo las cortinas.

—Buenos días. ¿Cómo dormiste? —me preguntó amablemente.

—¿Quién eres? —dije ignorando su pregunta.

—Soy Angelica. Una de las criadas de la casa, pero ahora me centraré más en tu cuidado.

Sus ojos color miel eran sinceros. Tenía el pelo rubio oscuro recogido en un moño y vestía un simple uniforme de trabajo negro con un delantal blanco. Captando mi nerviosismo, se acercó a mí y se sentó en la cama.

—No voy a hacerte daño, puedes confiar en mí.

—¿Por qué debería confiar en ti? No te conozco. —Tras decir eso me dispuse a levantarme pero ella me lo impidió.

—Si pretendes huir olvídate de ello. No conseguirías llegar a ninguna parte —respondió con simpleza.

Me agobiaba que fuera tan rotunda, yo sólo quería escapar de todo aquello. Me daba igual todo el dinero que esa estúpida familia había gastado en mí, yo no les pertenecería nunca.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora