VII

38 8 0
                                    


Desde mi intento absurdo por matar a Arman frente a su familia, no había vuelto a cruzarme con sus hermanos. Para mí era todo un regalo, sobre todo por Lukyan. En el interior de esa enorme mansión, era muy fácil pasar desapercibida entre tantas personas. A menos que hubieran cazadores al acecho y tú fueras una de sus presas.

Una mañana en la que regresaba del despacho de Arman, pasé por un pasillo donde se encontraban las habitaciones de la familia. Una puerta blanca estaba entreabierta. Pero eso no fue lo que llamó mi atención, un ruido motorizado hizo que me asomara silenciosamente. Lo primero que vi fue a un chico rubio de espaldas. Podría haber sido cualquiera de los hijos más jóvenes de Damien, pero unos gruñidos siniestros me revelaron su identidad. Era Lukyan que, vestido con una especie de mono de pintor, sostenía una taladradora. Debido al sonoro ruido que hacía la herramienta, seguía sin percatarse de mi presencia.

Todo mi cuerpo estaba alerta como si instintivamente hubiera olido el peligro. Enseguida quise huir. Un olor extraño mezclado con fluidos sanguinolentos que salían disparados de la mesa blanca donde Lukyan trabajaba me pusieron las tripas al revés. Pero por mucho que mis entrañas se removieron, no podía mover ni un músculo. Mi mente estaba paralizada, demasiado aturdida por lo poco que veía.

Lukyan dejó la taladradora y se quitó unas gafas de plástico de la cabeza. Al dejarlas en la mesa vi que estaban llenas de sangre. Contuve la respiración, la repentina ausencia de ruido podía hacer que mi violento corazón se oyera a kilómetros. Seguía sin poder moverme, como si hubiera caído presa de un encantamiento. Mi conciencia necesitaba saber desesperadamente qué estaba haciendo Lukyan, como si fuera a hacerme algún bien ser testigo de sus abominaciones.

Sin darse cuenta aún de que alguien le estaba observando, Lukyan cogió aguja e hilo y comenzó su tarea como si fuera un experto cirujano. Seguía sin ver qué objeto, o más bien sujeto, tenía entre sus manos. Una cosa estaba clara, Lukyan disponía de un sinfín de herramientas, tanto de bricolaje como de cirugía.

Unos ruidos raros, como los que se crean cuando tocas carne cruda y húmeda, fueron los que me liberaron de mi petrificación. Ya tenía suficiente, no sabía qué clase de atrocidades estaba haciendo Lukyan, pero no quería seguir viendo entre las sombras o, más bien, oyendo todo lo que realizaba.

Di pasos hacia atrás con sigilo, pero cuando ya estaba casi en el pasillo, mi codo golpeó con la puerta haciendo que Lukyan se girara de golpe. Con un dolor agudo subiendo por todo mi brazo, contemplé lo que Lukyan había dejado al descubierto. Su mirada diabólicamente turbada junto a la contorsión de su cuerpo no fueron lo que más me asustó. Su creación que descansaba sobre la mesa, sí. Identifiqué enseguida que el animal había sido un conejo hacía no mucho tiempo. Pero ya no lo era más. Unas aureolas rojas se encontraban donde antes debían haber estado dos brillantes ojos. La lengua del animal estaba cosida en la frente de este y su mandíbula caía desencajada hacia abajo.

Las dos orejas del conejo estaban cosidas formando una especie de corazón. Pero lo que más repulsión me dio, fue que las entrañas del conejo colgaban y se enrollaban por todo su cuerpo. Su pequeño rabo había desaparecido.

—Vaya, acostumbro a no tener público —dijo Lukyan, con una voz de clara excitación.

Un terror recorrió todo mi cuerpo. Siempre le había tenido miedo, era evidente que algo oscuro guardaba. Pero por primera vez ya no veía sus ojos, veía el reflejo del diablo. De nuevo no pude moverme. Estaba a un paso del pasillo, pero todo mi sistema nervioso estaba aterrado.

—Llegas a tiempo de ver culminada mi obra número 777. Es en honor a ti. Por eso elegí un pequeño conejo. Sus ojillos me miraban con compasión, pero no evitaron que el taladro destrozara sus sesos —rio demencialmente Lukyan.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora