XXV

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Ignaty se ataba los cordones de sus botas militares, mientras el traqueteo del vehículo hacía que su cuerpo se moviera de un lado a otro. Frente a él se encontraba Georgy, el cual no paraba de sacar brillo a uno de sus cuchillos. Ataviado con la misma ropa negra militar, Eduard, que se encontraba a su lado, me miraba despreocupado con sus ojos azules. Le devolví la mirada, pero no apartó la suya. Nada podía intimidar a ese chico. A su lado estaba Katya, ensimismada en sus propios pensamientos.

—¿Creéis que lo haremos bien? —habló Georgy.

—Sí —dijo redundante Katya.

—Opino igual, no hay nada de qué preocuparnos —añadió Ignaty. 

Su mirada se cruzó con la de Katya, haciendo que esta apartara su vista como si le quemara.

—Si lo hacemos bien ascenderemos a Boyeviks —volvió a hablar Georgy.

—O igual es una mera motivación por parte de Leonid —le respondió Eduard.

—Quién sabe —murmuré. 

Esa misión iba a ser el último trabajo que serviría como demostración de nuestras cualidades y habilidades.

El vehículo paró al fin y desde fuera nos abrieron la puerta. Era el conductor, el cual se marcharía de regreso a Moscú. Salimos todos al frío exterior, bajo la extensa capa nocturna. Encendimos las linternas de nuestros cascos y nuestros fusiles y nos introdujimos por un extenso campo, camino a la enorme casa que se veía en lo alto de la colina. Estábamos en Kaluga, a unas tres horas de Moscú. El trayecto había sido agotador, pero el viento glacial enseguida nos despertó, por muchas capas de ropa que llevábamos.

Nuestra misión era entrar en la casa y robar todas las armas posibles. Damien era un vor a fin de cuentas, lo que consistía en que robar era una de sus pasiones. ¿Para qué comprar armas si puedes robárselas a tus enemigos?

Nos habían informado de que la familia propietaria de la enorme casa, los Pavlov, estaban de viaje. Por lo que apenas había seguridad custodiándola, ya que se solían llevar a muchos de sus hombres consigo. Éramos solo cinco, pero habíamos trazado un riguroso plan. Cuando ya estuvimos dentro del recinto de la casa, Georgy sacó un dispositivo electrónico desde el que se dispuso a hackear las cámaras de seguridad y las alarmas. Pensábamos que tardaría poco tiempo, sabiendo que se le daba muy bien la tecnología y la informática, pero le costó largo rato poder introducirse en la seguridad de la casa.

—Lo tengo —informó tras unos largos minutos—. Pero solo tenemos alrededor de una hora. La brecha no resistirá mucho.

Salimos de nuestro escondite entre los setos del cuidado jardín y nos acercamos a la puerta principal. Estaba muy oscuro, por lo que apenas se veía del todo bien. Lo único que pude vislumbrar fue que la mansión era blanca con una gran puerta color oscuro. Katya sacó unas herramientas con las que comenzó a forzar la cerradura de la pesada puerta.

—¿No debería haber guardias merodeando por aquí fuera? —preguntó en un susurró Georgy.

—Sin ninguno de los Pavlov aquí, nadie les obliga a congelarse de frío aquí fuera —le respondió Ignaty en voz baja, calentándose las manos.

—Yo tampoco saldría —habló Katya, justo cuando la puerta se abrió en un chasquido.

—Buen trabajo —dijo Ignaty con una sonrisa.

Katya se limitó a sonreírle y entró la primera con mucho sigilo. Cuando ya estuvimos todos en el gran y circular recibidor, cerramos la puerta con cuidado. Frente a nosotros, dos escaleras de caracol se dirigían hacia arriba. A cada lado nuestro teníamos dos arcos que conducían a otras salas.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora