XXIV

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Descorrí las cortinas para que entrara algo de luz, pero apenas unos delgados rayos apagados iluminaron mi habitación. Siempre me había gustado contemplar la nieve o escuchar la lluvia que golpeaba la ventana de mi habitación en Letonia. Siempre me había sentido cómoda en ese frío que me obligaba a estar tapada con gruesas capas de ropa.

Pero tenía que reconocer que, a veces, me imaginaba cómo sería contemplar otro cielo, dónde la luminosidad no faltara nunca y el calor del sol me calentara la cara. Pensaba en cómo sería bañarme en el mar. Nunca había hecho tal cosa ni había sentido la sal pegada a mi piel y a mis labios. Ni siquiera sabía lo que era tener la arena bajo los pies. A veces, cuando bajaba a bañarme al lago de mi pueblo en verano con Klaus, fingía que estaba en el mar. Aunque era evidente que no era así.

Klaus siempre me había contado historias. Siempre tenía alguna que otra guardada bajo la manga. Historias de otras historias, de otras personas y de otros tiempos. Leyendas, mitos y cuentos que almacenaba en su mente. Herencias de otras mentes. Cualquier pequeña historia que le parecía mínimamente interesante se la guardaba y la hacía propia. Dejaban de ser historias que Klaus había escuchado a ser historias suyas.

Algunas eran un poco más realistas. En las que había una pequeña posibilidad de que Klaus hubiera sido el protagonista, a pesar de que no era así. <<¿Te he contado alguna vez cuando me peleé en un bar y le acabé desgarrando una oreja a un hombre?>>. <<¿Te he contado alguna vez cuando me fui a pescar al lago y atrapé un pez tan enorme que acabé en el agua por su fuerza?>>. Otras eran imposibles tanto en espacio como en tiempo. <<¿Te he contado alguna vez cuando estuve encarcelado en Siberia?>>. <<¿Te he contado alguna vez cuando fui a Egipto y tropecé con unas piedras que resultaron ser restos de sarcófagos?>>.

Para contar estas historias siempre se ponía a él de protagonista, pero no por egocentrismo o por querer llevarse la atención. Era su forma de narrar, de adentrarse en la historia, de hacerla suya para contarla con más emoción. Y funcionaba, claro que lo hacía. Hacía que aquel que le escuchara se contagiara de ese entusiasmo. Pero no hubo historia que me emocionara más que una sobre el mar.

<<¿Te he contado alguna vez cuando me encontraba navegando por el océano atlántico en un enorme barco y vislumbré unas sirenas?>>. Así es como había comenzado la historia, una historia que le había pertenecido a otra persona. <<La brisa fresca movía mis cabellos y el olor a sal se me quedaba pegado en la nariz y la boca, mientras el sol me abrazaba la piel>>. Eso había dicho Klaus. Esa frase se me había quedado siempre grabada en la mente. Era una obsesión que prefería mantener en secreto. No porque me diera vergüenza fantasear con el mar y el sol, sino porque era imposible que algún día saliera del frío en el que vivía. Del frío al que pertenecía, porque, a quién pretendía engañar, no sentía que encajara con eso. Lo veía demasiado idílico e irreal. Nada que ver conmigo.

Al final regresaba al frío y aceptaba que siempre viviría en un lugar donde habitara con más fuerza. Porque ya me había acostumbrado a esa sensación. Incluso cuando Levi me preguntó aquella noche si prefería el frío o el calor, yo había dicho la primera opción sin dudar. Y nunca había pensado lo contrario por más que a menudo me imaginara en otro lugar. Pero, ¿debía ser así para siempre?

Dejé de contemplar el helado paisaje y me alejé de la ventana. Acto seguido, bajé a desayunar al comedor de las criadas. Ese día no tenía que entrenar y podía hacer lo que quisiera. Sentada frente a las chicas y comiendo cereales con leche, las escuchaba hablar sobre todo lo que había estado ocurriendo en el "mundo del servicio" como lo llamaban ellas, durante esa semana.

—Y luego la otra chica, la limpiadora, le asestó un golpe con la silla en toda la cara a la otra —continuó Lauren—. ¡Todo por un cambio de horario!

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora