XVII

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El frío glacial congelaba las ramas de los árboles aquella mañana, pero parecía que a Ivan no le importaba. Abrigado hasta las orejas, se paseaba por los jardines de la mansión, contemplando la escarcha que se formaba en la vegetación. Desde la ventana de mi habitación le observaba. No había ni un ápice de sol que calentara el ambiente, estábamos en pleno octubre. Sabía que a Ivan le gustaba la botánica, pero poco podía hacer con las plantas congeladas del jardín.

Seguía sin haber hablado nada con él desde mi llegada. Cuando lo vi entrar en el invernadero, donde las flores estaban resguardadas del frío, decidí que era mi oportunidad de conocerle. Era domingo y estaba demasiado aburrida. Conocer al aparentemente más inofensivo de los Volkov no parecía un mal plan. Me abrigué y salí al gélido exterior. Algunos guardias que había repartidos por el jardín no me dieron mucha importancia. Si echaba a correr una de sus balas impactaría rápidamente contra mi cráneo. Me dirigí hacia el invernadero, donde, según tenía entendido, Ivan pasaba al menos seis horas diarias.

Una vez dentro, el cambio brusco de temperatura era notable. Contemplé el interior, no era un invernadero muy grande, pero era lo suficientemente espacioso para cultivar bastantes especies de plantas. Ivan se percató de mi presencia. Ya no iba tan abrigado y sostenía un libro entre sus manos. Me miró con recelo, el invernadero era su territorio y no acostumbraba a tener visitas.

—¿Necesitas algo? —me preguntó.

—No. Vi el invernadero desde mi ventana y me dio curiosidad. Me gustan mucho las plantas —mentí. Al ver que no respondía nada proseguí—. Si molesto, me voy.

Cuando ya estaba a punto de dar media vuelta, su voz me alentó a que me quedara.

—¿Sabes algo sobre plantas? ¿O solamente te gustan?

—Solo me gustan.

—¿Quieres ver mi colección de flores? Es lo que más tengo —sugirió al cabo de un breve rato de silencio.

Asentí y le seguí hasta el fondo del invernadero. Parecía un arcoíris de colores. Había un montón distinto de flores e Ivan me fue diciendo el nombre científico de cada una.

—También creo híbridos. Es decir, a partir de dos líneas parentales genéticamente distintas creo nuevas especies. Allí tengo mi laboratorio —dijo esto último señalando la pequeña sala de la esquina.

—¿Puedo ver algunas?

—Claro, ven.

Por el momento estaba siendo agradable conversar con Ivan. Parecía como si no hubiera hablado nunca con nadie de sus plantas. Lo más probable es que nadie le hiciera mucho caso. Siempre parecía estar a la sombra de sus hermanos. Tanto Arman como Lukyan tenían un carácter fuerte que les hacía destacar. Siempre llamaban la atención. En cambio, Ivan era más callado y tranquilo.

Una vez dentro de la sala, vi un montón de aparatos extraños como de científico sobre mesas metálicas. En eso se parecía a su hermano Lukyan, los dos eran expertos en sus aficiones. En las paredes había colgadas varias láminas de corcho, las cuales sujetaban mediante chinchetas dibujos de flores, pequeñas notas y más hojas.

—La heterosis es algo bastante común. Se usa mucho porque las plantas resultantes suelen ser más grandes, resistentes y fructíferas que las líneas puras. Muchos cultivos del mundo son híbridos, por eso yo pretendo ir más allá. Me centro más en flores, porque considero que es donde más belleza se puede crear.

Admiré las flores que había en el laboratorio. Ivan me enseñó las líneas puras y luego su híbrido. Era fascinante ver como dos flores distintas se mezclaban tan armoniosamente en una nueva.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora