XIII

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Unos golpes a la puerta me hicieron despertar. Miré el reloj digital de la mesita de noche, eran las 4 de la madrugada del 8 de octubre. Me quedé aún en la cama, por si había sido un sueño, pero los golpes volvieron a sonar, esta vez más insistentes. Me levanté y abrí la puerta. Al otro lado estaba Crystal, que temblaba violentamente.

Sin decirme nada se metió en la habitación a toda prisa, con la respiración desacompasada. Tuve que encender la luz para poder ver a dónde había ido.

—¿Crystal? ¿Qué ocurre? —pregunté.

Hecha un ovillo en el suelo se encontraba ella. Su mirada era de terror, parecía como ida. Me acerqué a ella despacio, no sabía muy bien qué estaba pasando.

—Crystal, ¿va todo bien? —dije con voz calmada.

—N-No... —respondió en apenas un susurro.

Crystal no paraba de mirar hacia la puerta, como si se fuera a abrir en cualquier momento y alguien extremadamente peligroso fuera a hacer acto de presencia. Me agaché frente a ella para quedar a su altura. Sus ojos seguían sin mirarme.

—¿De qué huyes?

—Había... Ha-había... —dijo, señalando hacia la puerta con el dedo temblando.

Me levanté con cautela y me acerqué a la puerta.

—¡No! —gritó Crystal con terror.

A pesar de su advertencia, acerqué mi oreja a la puerta. No se escuchaba nada. Finalmente, abrí y me asomé al pasillo. No había nadie. ¿De qué huía Crystal? Volví a cerrar la puerta y regresé frente a ella.

—Crystal, necesito que me expliques qué te da tanto miedo.

—Estaba... Estaba en mi habitación y... Alguien tocó a la puerta. Cuando abrí... Había... —Crystal tragó saliva antes de continuar—. Había una bolsa de tela negra y en su interior... Había una cabeza de cerdo llena de sangre.

Miré con cara consternada a Crystal, la cual volvió a hablar:

—Esto... Esto estaba junto a la bolsa —dijo, sacando una hoja de papel, manchada de sangre, la cual cogí y leí.

Pobre cerdito. Oink, oink. Me apetecía estofado de carne. Aunque es una lástima que no pueda usar tus huesos para darle sabor al caldo. ¿O sí?

Tenía la misma caligrafía que el resto de cartas que Crystal había estado recibiendo. De pronto, el sonido del papel deslizándose por el suelo hizo que me diera la vuelta. Alguien había pasado una hoja por debajo de la puerta. La cogí, con manos temblorosas, y la leí en voz alta, para que Crystal pudiera oír. Con la misma caligrafía que la anterior nota, estaba escrito lo siguiente:

Un, dos tres, te corto un pie. Cuatro, cinco, seis, en la nieve lo encontraréis. Siete, ocho, nueve, tu sangre a mí me llueve. Diez, once, doce, tú oyendo voces. Catorce, un ojo en un bote. Quince, tu dedo en mi laringe. Dieciséis, detrás vuestra me veréis.

Unos rasguños sonaron en la puerta. Crystal entró en pánico y yo también me asusté. ¿La persona que estaba atormentando a Crystal era la misma que abría la puerta de mi habitación sin yo darme cuenta? Me giré lentamente, mientras Crystal se escondía detrás de la cama. Cogí el vaso de agua que había en la mesita y lo resquebrajé. Era lo único que podía usar como arma.

Puse mi mano en el pomo de la puerta y abrí lentamente, mientras Crystal me gritaba que no lo hiciera. Con el vaso medio roto con puntas afiladas en la mano derecha, lista para atacar, me asomé rápidamente al pasillo. No había nadie. ¿Cómo era posible que hubiera escapado tan rápido? Unas risas macabras procedentes de las escaleras del final del pasillo llamaron mi atención. La voz era femenina. Me quedé un buen rato esperando, con la mano todavía en alto y empezando a cansarme, pero nadie se acercó.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora