VIII

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Cuando me desperté, un sudor gélido me bañaba la piel de la espalda y la frente. El sueño había sido tan real, que pensé que nunca iba a despertar. Miré alrededor, mientras mis ojos se acostumbraban a la penumbra, y vi la puerta de la habitación abierta. Juraba que la había cerrado. Descorrí las cortinas para que entrara luz y cerré la puerta.

Me duché, para desprenderme de cualquier resto de pesadilla en mi interior y salí a servirle el desayuno a Arman. Ese día estaba callado y no me hizo mucho caso. Más tarde, bajé al comedor para las empleadas y me puse a buscar a Angelica y a las chicas con la mirada.

—¡Perdón! —me dijo una chica entre sollozos que se había chocado conmigo. Era Crystal, que desapareció por la puerta.

—¡Agatha! —me llamó Angelica desde una mesa del fondo.

Cogí mi desayuno y me acerqué hasta donde estaba.

—¿Sabéis qué le pasa a Crystal? —les pregunté a las chicas.

No la conocía de mucho, pero el gesto amable que tuvo conmigo cuando aún aprendía a servirle a Arman me instaba a preocuparme por ella.

—¿Quién? —preguntó Karolina.

—La chica alta de pelo negro corto y ojos marrones —respondí.

—Hay muchas así —respondió Lauren.

Marie dio unos suaves golpes al hombro de Karolina y esta se giró. Empezaron a hablar por señas y Karolina habló.

—Marie dice que no te acerques a ella. Bajo ningún concepto. —Sus ojos transmitían algo más que tristeza por primera vez.

Miré a Marie, que me miraba con un desprecio salvaje. Como si el simple hecho de saberme el nombre de Crystal me hiciera ser una enemiga.

—¿Por qué? —Quise saber, pero Marie apartó la mirada y se mantuvo impasible durante todo el desayuno.

Cuando acabamos de desayunar, subí a la planta donde se encontraba mi habitación. Unos sollozos me hicieron pasar de largo por la puerta y seguir el sonido. En una esquina estaba Crystal, sentada de espaldas a la pared con las manos hundidas en la cara.

—Ey, ¿estás bien? —le pregunté agachándome para estar a su altura.

—Oh, vaya. Pensaba que aquí nadie podría descubrirme. Como nadie duerme en esta planta —dijo fingiendo humor.

—Yo sí. Por eso te oí llorar. ¿Qué te ha pasado?

—Las demás compañeras me tratan muy mal. No llevo aquí más de un año, pero intento hacerlo lo mejor que puedo. Siempre acaban burlándose de mí. Sé que no me debería afectar, pero el ambiente tóxico que hay entre todas me hace sentir mal. Sobre todo, porque se agrupan contra mí.

—Oh. Lo siento mucho, Crystal. Llorar está bien para desahogarse, pero tú misma lo has dicho. Debes encontrar la manera de que no te afecten sus burlas. Así podrás vivir mejor —dije, con la mente en otra parte.

—¿Crees que todo irá mejor? Desde que llegué no tengo ni una amiga y mira que intento que me acepten —dijo llorando.

—Claro que todo irá mejor. Además, puedes contar conmigo para cualquier cosa —le aseguré.

—Agatha —me llamó, con la voz aún débil por el llanto.

—Dime.

—Yo... No te lo he contado todo —hipó.

—¿Qué ha pasado?

Crystal sacó del bolsillo de su delantal unos cuantos folios plegados en forma de cuadrado. Estaban arrugados y se le cayeron de las manos, por el temblor de estos. La ayudé a cogerlos y me habló.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora