Capítulo 24

848 97 5
                                    

Aclaraciones: la portada e imágenes adjuntas me pertenecen.

。・ 。 宿儺 。・ 。

Yuji Itadori enterró los dedos en su cabello enmarañado, pensativo, aún estaba meditando sobre lo acontecido en las últimas horas. No conseguía dormir pese a estar bajo un techo resguardado del frío del bosque, y un lecho donde poder tumbarse. Pero no, no era tan sencillo.

A sus oídos llegaban esos casi imperceptibles sonidos que hacían las patas de las ratas y ratones correteando entre las vigas, una polilla batiendo sus alas en algún punto del tejado o el viento colándose por cada rendija de la vieja madera de la casa. Irónico que pensó jamás volver a dormir en un sitio así, pero no culpaba a esa señora por su pobreza, él provenía de un sitio parecido.

Suspiró en alto, aún no se había acostumbrado a la maraña de sensaciones que invadían su cerebro cuando estaba en silencio en medio de la nada. Era doloroso y placentero a partes iguales, como cientos de agujas atravesando si piel a la vez. Sin embargo, Yuji aceptaba que se había vuelto algo masoca desde que conoció a Sukuna.

Volviendo a la realidad, se incorporó del suelo y se retorció de tal manera que su columna vertebral crujió de forma sonora.

—Definitivamente lo necesitaba.

A continuación sus brazos y cuello. Mucho mejor. Había pasado varias horas en la misma postura y el cuerpo se comenzaba a resentir. Además, ese condenado frío que se colaba hasta los huesos no ayudaba mucho, pero agradeció silenciosamente tener a Sukuna dentro, desde que hicieron la asimilación notaba un control mucho más preciso de su temperatura corporal. Era casi imposible que él muriese congelado o de hipotermia.

Yuji bostezó, había logrado dormitar algunas horas pero el amanecer aún se veía lejano, tal vez no fuese mal momento para pensar. Aquel misterioso crío que lo espiaba entre el bosque, el grito rato después. Recordaba acudir en auxilio y ver a una anciana arrodillada en el suelo entre lágrimas.

—Mi hijo... —balbuceó la mujer con los ojos abiertos como platos. Entre la escasa luz que proyectaba una antorcha ahora tirada en el camino se podía distinguir una figura sobre el suelo, a unos metros de ella. Una pila de leños descansaba desparramada en la tierra seca.

El muchacho estaba tenso pero se relajó cuando no notó ninguna presencia peligrosa cercana, estaban solos, y esa cosa presumiblemente muerta. No de la forma en que acostumbraban los humanos a morir, su cabeza estaba hinchada y las cuencas de sus ojos vacías al haber explotado, el charco de sangre alrededor lo delataba. Era una escena terriblemente grotesca, si no hubiera entrenado el estómago, hubiera vomitado todo en ese momento.

—¿Qué ha ocurrido? —murmuró Yuji acercándose a la anciana que se había arrodillado en el suelo junto al cadáver.

—No lo sé... —sollozó, levantando la mirada hacia el joven—. Volvíamos de otro pueblo y él se había adelantado para dejar la leña en casa y entonces...

—Viste esto —concluyó, ella solo asintió en silencio.

«Vas a ayudarla», dijo Sukuna en su cabeza, no era una pregunta.

—Obviamente.

—¿Qué has dicho? —cuestionó la anciana, creyendo que hablaba con ella.

—Nada, señora, no se preocupe. Yo la llevo a su casa, ¿me podría indicar el camino? —pidió Yuji con una cálida sonrisa.

Y así es como llegó a esa situación. Acompañó a la mujer hasta el pueblo más cercano y tuvo la amabilidad de cargar el cadáver del hijo todo el camino, ya que se ocuparía al día siguiente de ayudarla a cavar una tumba y enterrarlo, por respeto. Ella insistió en que se quedase en su casa al menos hasta el amanecer. Yuji no pudo rechazar la invitación de aquella señora, aunque se había disculpado con él por tener tan poco que ofrecer cuando le enseñó su casa.

Run, little boy (SukuIta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora