🌈 CAPÍTULO 1 🌈

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NÍA

– ¿Qué significa el amor para ti, Nía?

En cuanto escucho mi nombre en los labios del profesor de psicología y el silencio que sigue después por todo el aula, me obligo a levantar la cabeza de los garabatos aburridos que estaba dibujando para fijarla en Rudolf.

– Veo que está muy entretenida. Dime, ¿puede contestarme?

– El amor no existe.

– Me gustaría que fuese más específica, Nía – me mira con atención.

– No hay mucho más que especificar. El amor no existe. Es una completa mentira. Una tontería, un capricho, y sobretodo, un malentendido.

– ¿Sería tan amable de explicar sus argumentos sobre ese pensamiento?

– ¿Usted cree en Dios? - le pregunto, cruzándome de brazos.

Abre la boca y la vuelve a cerrar con cara de desconcierto. Los alumnos a nuestro alrededor intercambian miradas entre los dos, esperando que pregunta va a ser contestada primero.

– Soy más de los que cree en las evidencias.

– Si no lo ves, no lo crees, ¿verdad?

– Verdad.

– Entonces, profesor, vuélvame a preguntar.

– ¿Por qué no cree en el amor?

– Porque ni lo veo, ni lo siento, ni lo huelo – me levanto con tranquilidad, dejando atrás los murmullos de la gente. Miro a Rudolf fijamente – He apostado dos veces por una relación sentimental. Dos veces y media, a decir verdad. ¿Y sabes qué ha pasado? Que en ambas ocasiones, me he quedado sola, destruida y con miles de preguntas en la cabeza que jamás me he podido responder. Así que no creo en el amor, y con mucha sinceridad, no creo que vuelva a creer. Todo son pantomimas y etiquetas que se le ponen a un miserable sentimiento que crece, aunque ni siquiera se le parezca.

– Nía – susurra mi compañera de sitio.

– Con permiso.

Guardo las pocos materiales que tenía encima de la mesa en el interior de la mochila, me la echo al hombro y rodeo al profesor y las restantes mesas para poder salir del aula y poder llegar al baño más cercano.

Dejo la mochila a un lado, abro el grifo y me lleno la cara de agua templada. Después, me miro al espejo que abarca toda la pared y contemplo mi reflejo.

Una de las preguntas que más me hago es por qué he salido perdiendo cada vez que he arriesgado por alguien. No sé si será porque no les gusta mi color de ojos azul celeste, que impresiona e intimida un poco. No sé si será por las pecas salpicadas por todo mi rostro, que me hacen tener un aspecto más aniñado, aunque dicte mucho de ser una niña. No sé si será por mi color de pelo entre rojizo y naranja, una mezcla de tomate y zanahoria, como dos de los motes que me ponían en el colegio. No sé si será por mi cuerpo delgado y poco formado y extravagante. No sé si será por mi forma de hablar o expresarme.

No sé que será de todo ello, si físico o intelectual, que siempre han escogido a algo o alguien por encima de mi.

La puerta se abre con lentitud hasta que una de mis compañeras asoma la cabeza. Me mira con algo de cautela y pena, y lo segundo es algo que odio.

– Los baños están libres – los señalo con un movimiento vago de cabeza.

– Lo sé. Vengo a verte a ti – se hace paso, un poco dubitativa - ¿Estás bien?

– Perfectamente – me seco la cara con las mangas de mi sudadera y luego me vuelvo a echar la mochila al hombro – De hecho, ya me iba.

– Sonabas... dolida – interrumpe mi paso poniéndose entre mi cuerpo y la puerta – Y un poco a la defensiva. Según el profesor, significa que detrás de todo eso acumulas mucha tristeza. ¿Seguro que estás bien?

LA ECUACIÓN DEL DESTINO (#1 SERIE DESTINO) (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora