Capítulo 35

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Era suave, como un arrullo o un estallido de emoción tenue, sin embargo era innegable que estaba allí y todos podían sentirlo. La alegría que flotaba entre todos los alumnos era contagiosa, los susurros, las risas, los planes; el desayuno era tranquilo, con un sentimiento de antelación vibrante por la espera.

Por fin era 20 de diciembre, habían comenzado las vacaciones de invierno.

El entusiasmo era casi palpable, tantos alumnos, incluso desde temprano, hablando y vociferando sobre sus planes, compartiendo con todos lo que escucharan que harían en esos días de libertad y descanso.

Era bastante evidente que, a diferencia de los años anteriores, muy pocos alumnos se irían de Hogwarts, teniendo en cuenta el evento que se estaba celebrando, y aunque el aumento de ruido era indudablemente incómodo para Harry, estaba esperando allí con paciencia.

No es que él fuera apático o lejano a la alegría que traen las vacaciones, estaba ilusionado por pasar mucho más tiempo con aquellos que valoraba y el baile se acercaba como una luz brillante que le causaba aún más emoción; sin embargo, incluso también contagiado de ese contentamiento escurridizo, el ruido seguía siendo una inconformidad notable.

Se negaba a llamarlo dolor, incluso si sus instintos más arraigados decían que es mejor buscar algún lugar más tranquilo.

Y no era el único consciente de esto, sus amigos, deseando ayudar, le preguntaron varias veces si quería retirarse o si ya había terminado, algunos más evidentes que otros en su propósito de sacarlo de la habitación mientras más se llenaba, sabiendo lo sensible que era ante tanto sonido a su alrededor, pero se negó a irse; hoy, de todos los días, era primordial quedarse allí.

Ellos no entendieron sus motivos, aunque sí preguntaron bastante, teorizando posibles razones mientras aprovechaban para alimentarlo con otros pequeños bocados, y aunque no dijeron nada al respecto, podían sentir su nerviosismo, dejándolo ser poco después y soportando el aumento de ruido todos juntos.

Y él, aunque apreciaba su preocupación, su corazón cálido ante sus cuidados, no les explico, en realidad no dijo palabra alguna, incapaz con lo abrumado que estaban sus sentidos, pero negándose fervientemente a retirarse, y si algo había heredado de sus padres era lo terco que podía ser.

En cambio solo tarareo con suavidad mientras intentaba ignorar lo mejor posible la algarabía, su nerviosismo también aportando en su distracción, preguntando a sí mismo si era lo correcto o si a ella le gustaría su regalo; se había esforzado, y lo había hecho con mucho cariño, pero las chicas en realidad no habían saltado de la emoción con sus ideas sobre el baile ¿Estaba bien ilusionarse con esto?

Mientras el gran comedor se llenó con facilidad esperada, el ruido aumentó en consecuencia, y justo a las 8 en punto, cuando todos estaban en sus mesas sin falta, las lechuzas comenzaron a llegar, brindándole a Harry un respiro de aliento cuando todos, curiosos, bajaron el volumen de sus conversaciones.

Eran varios los animados que recibían correspondencia, respondiendo o mostrando sus cartas a otros amigos, invitaciones para visitas en fin de año o confirmaciones de poder quedarse al baile; sin embargo de todas esas aves una resalto con simplicidad, un búho de marrón sencillo, sobrevolando en círculos mientras esperaba que le prestaran más atención, y cuando lo consiguió, se detuvo en alto y luego se lanzó en picada, dirigiéndose a la mesa de escarlata y dorado.

Con confianza y talento aterrizó, para sorpresa de todos, frente a Ronald Weasley de todas las personas, provocando que este saltara y escupiera algo de comida que estaba masticando; algunas personas se alejaron, y el resto se inclinó con ojos abiertos, mirando con atención.

Ron se recompuso y desató el paquete de las garras del ave, el búho, sin mirar atrás, despegó lejos, sin embargo al joven pelirrojo no le importo, mirando el empaquetado de papel café y un simple moño borgoña.

Buena esposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora