Capitulo 34

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El suave sonrojo que poseía siguió expandiéndose por sus mejillas y cuello cuando más tiempo estaba afuera, no del todo por el frio, pues parte del dolor en sus rostro era la enorme sonrisa que él poseía.

Su respiración era algo agitada, saliendo bocanadas de humo con cada soplo de aire después de correr de los gemelos y sus infalibles bolas de nieve, que lo habían atacado sin piedad hasta dejarlo exhausto y despeinado, teniendo que sentarse en el borde de las escaleras para recuperar el aliento.

Sin embargo, la radiante y entusiasta risa que sufrió al caerse y ser momentáneamente enterrado por los proyectiles helados no podía ser ignorada, incluso si no tenía energía, adoraba esa mañana en especial, todos ellos lo hacían.

Mientras descansaba, escuchando como Katie amenazaba con hechizar el resto del año escolar a los dos pelirrojos que encontraron la manera de meter nieve en la espalda de ella, se alegró por el bello momento que estaba viviendo, una memoria dulce como la miel y emocionante como los fuegos artificiales, estaba fascinado por estar allí con sus seres más queridos.

Los árboles estaban cubiertos de gruesas capas de blanco, y el lago tenía varios fragmentos de hielo flotando en la superficie imperturbable, las criaturas dentro descansando e incluso invernando por los días fríos de la temporada.

El sol cubierto de nubes solo entregaba un brillo blanco que hacía a toda la nieve resplandecer ligeramente, encantando el escenario con una magia suave y bella que volvía todo magnífico a la vista; los témpanos de cristal como la más delicada joyería y los suelos blanquecinos como un paraíso para jugar y correr junto a los vientos congelados.

Adoraba salir y jugar en la nieve, siempre lo amo, y ahora que lo vivía con ellos, en compañía y alegría, lo amaba aún más.

Las risas de sus amigos y hermanos resonaban en sus oídos y los hechizos de calefacción en sí mismo, puesto por varias personas "por si acaso", le llenaban el corazón con un alivio dulce y burbujeante que tranquilizaba su alma con un tierno arrullo.

Estaba feliz de poder estar allí, antes, con sus antiguos amigos, eran escasas las veces que salían, pues por mucho que le complaciera una que otra vez, él estaba mayormente restringido al castillo, junto a chimeneas jugando ajedrez o leyendo libros con reprimendas de quien consideraba su mejor amiga, mirando con añoranza las risas y los juegos que se notaban desde las altas ventanas..

Le había sido doloroso, como si en lugar de nieve suave para divertirse, solo le tocaran los dedos helados y los témpanos filosos clavándose metafóricamente en su corazón, siempre preguntando cuales eran los planes con la esperanza de salir, animándolos de vez en cuando con propuestas o ideas que fueron ignoradas con facilidad, ahora entendía porque.

Cuando le contó a todos ellos su deseo de salir, a pesar de ser mayores y ocupados, todos habían respondido con un rotundo sí, negándose a dejarlo solo cuando todos ellos también disfrutaban gran parte de las heladas y los muñecos de nieve, su impedimento, en ese caso, su salud.

Cuando planeó el año escolar, no se lo había pensado de ningún modo débil y enfermo, pero no podía enojarse con el mismo y menos con su cuerpo, pues en realidad lo estaba manejando bastante bien, y estaba orgulloso de cómo había recuperado una mentalidad más clara y demás.

Y aun así, era peligroso y Madame tenía la última palabra en el tema, y aunque intentó decirse lo contrario, dolía bastante salir después de una revisión sin ningún permiso de correr a la nieve y ser perseguido antes de todos caer y hacer angeles.

Por eso, cuando esa mañana había recibido un positivo, no perdió tiempo en salir corriendo de allí, casi deslizándose al llegar a las puertas del gran comedor y decirles a todos ellos que podía salir afuera ahora.

Buena esposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora