Capitulo 45: Tormenta.

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[...]

Noche del altercado


Leandro llegó a su despacho.

Todo parecía estar en silencio. Pero dentro de su mente y el corazón, la tormenta rugía con fuerza desmedida. Leandro jamás olvidaría la expresión doliente y enfermiza de Lilian de aquella noche fatídica, cuando ella, exhausta y luchando con todas sus fuerzas, para acercarse a Dean y entregarle un pañuelo. Era su culpa y lo reconocía, no podía negarlo. En lo más profundo de su ser, Leandro era presa de un torbellino de emociones que amenazaba con arrastrarlo hacia la oscuridad más profunda.

Celos

Ira

Y lo que más lo atormentaba,

La culpa, que lo envolvía como una sombra oscura, consumiendo cualquier resquicio de esperanza o redención. El peso de su propia culpa lo aplastaba, amenazando con hundirlo en un abismo sin fin. El eco de sus propios pensamientos resonaba en su cabeza, como un coro de voces que lo acusaban y lo atormentaban sin piedad. El remordimiento se apoderaba, lo devoraba poco a poco, retorciendo su corazón y sus entrañas con cada recuerdo doloroso. Su corazón era un campo de batalla, donde las emociones y la cordura luchaban entre si en una guerra sin cuartel. Leandro no pudo dormir esa noche. Se replanteó cosas de toda su vida. Era un heredero al trono temido. Pero, cuando se trataba de Lilian, nunca tenía el suficiente poder para protegerla.

Leandro tomó su cabeza entre las manos y cerró los ojos con fuerza.

Nunca había estado en los momentos críticos de Lilian, y cuando lo estaba, como ese día, no podía hacer nada.

Leandro por primera vez, colapsó.

Su mente tuvo un punto de quiebre. Los ojos de Leandro que observaban la chimenea, ardían con fuerza. Su mente se perdió recordando los momentos que había compartido con Lilian. Pequeña, inocente, vulnerable. Lilian no tenía una madre, y podría decirse que tampoco un padre. Era huérfana, carente de amor, incluso desde que era un bebé.

Leandro se preguntó dentro de su corazón. ¿Qué habría ocurrido si Lilian no nacía con los ojos de la familia real?...

Lo más seguro era que su padre nunca hubiera tenido la decencia de presentarla oficialmente. Y él, por consiguiente, ignoraría que tuviera una hermana. Estaría recluida en algún ala del palacio, perdida entre las paredes, olvidada, y lo más seguro, era que para ese punto ni siquiera hubiera pasado la niñez.

Su existencia hubiera sido de lo más miserable.

Y aunque estaba consciente de que no tenía poder dentro del palacio, su vida hubiera sido más caótica si no tuviera los ojos con los que había nacido.

Leandro lloró.

No había sido un buen hermano en ningún aspecto y aun así quería tener todo de ella. Leandro rasgó su camisola y arrojó los pedazos al fuego, tratando de expiar sus pecados. Luego de aquel acto desenfrenado y llenó de desesperación, se sumergió en el silencio de su despacho. Más tranquilo de lo habitual.

Lo único que lo acompañaba era el reloj del escritorio.

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¿Reencarne en una novela? I NOVELA RESUBIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora