Capítulo 40

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Ese día Jennie llegó bastante tarde a casa. Luego de besar a Jimin y verlo correr encolerizado hacía el interior del colegio junto a un sorprendido Félix, entró a su auto lo más rápido que pudo y se dirigió a casa, deteniéndose cada treinta segundos para quejarse debido al gran dolor que le estaban ocasionando las maniobras al conducir.

Entró a casa como pudo, cayendo sobre el suelo con un agudo grito de dolor que taladró las paredes del lugar. El dolor no era soportable como las otras veces en las que había sido golpeada por esos despreciables chicos. Aquella había sido la golpiza de las golpizas.

Ese día, con cada movimiento, Jennie sentía que estaba a punto de perder el conocimiento de forma poco agradable. Se levantó con ayuda de las paredes, manchándolas con la sangre en sus manos, y caminó lentamente hasta llegar y tomar el teléfono de la casa. Tenía ganas de vomitar y veía estrellitas por todas partes. Eso no estaba bien.

Otras veces habría curado sus heridas ella misma con algo de ayuda de su novia, pero ese día... Ese día realmente necesitaba un médico. Marcó el número de Lisa. Se lo sabía de memoria, y, como siempre, ella era su primera opción. Siempre lo sería.

La llamó una... dos... tres veces. Ella no contestó.

Tal vez se había marchado a casa de Karina y volvería cuándo se diera cuenta de que la chica no estaba allí; cuándo supiera que la chica sonriente que decía ser su amiga era una traidora que sólo había fingido ser una buena persona para obtener información. Tal vez estaba comprándole rosas... O tal vez estaba visitando a Minnie... O intentando arreglar las cosas con su madre. Las posibilidades eran infinitas. Tan infinitas que jamás habría podido imaginar el verdadero motivo...

Fue entonces, al escuchar el tercer tono de la tercera llamada, cuándo vomitó. Lo hizo repentinamente, sin poder contenerse y sin razón aparente. Y dolió como mil infiernos juntos atravesando su garganta. El dolor la estaba mareando. No podría soportarlo más.

Miró el suelo, sintiendo que se desvanecía. Este estaba manchado con su asquerosa bilis, y Jennie sabía que a su novia no le gustaría eso. Pero no limpiaría. No porque no quisiera. No lo haría porque el dolor la estaba matando de adentro hacía afuera.

Tomó el teléfono de nuevo, sabiendo que no podría soportar más la sensación de desvanecimiento, y llamó a su madre. Sí, la mujer aún debía estar en el trabajo, pero realmente creía que estaba a punto de morir con cada respiración que daba. Y no estaba exagerando.

—¿Hola?

—Mamá, soy yo... —susurró, un chillido escapando de sus labios debido a la articulación de las palabras y el esfuerzo que debió hacer para pronunciarlas. Cayó al suelo, sin importarle el vómito bajo sus pies. No estaba bien. Se estaba desvaneciendo. Y no podía luchar contra esto.

—¿Jennie? ¿Qué sucede? —se la notaba preocupada.

—Necesito que vengas a casa —susurró, el aire faltandole en los pulmones. Así debía de sentirse de Lisa cuándo perdía el oxígeno. Ahora comprendía lo horrible que era.— Necesito que me lleves a un hospital... yo...

—¿Jennie?

Pero la chica se desmayó.

Pero la chica se desmayó

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La Chica De La Ventana | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora