93.

5.9K 433 55
                                    

—¡Paula! ¿Por qué estás llorando tú también? —preguntó Estef desesperada.

—Es que no se va a calmar si no está su papá aquí.

Entrecerró los ojos.

—Yo creo que estás llorando porque necesitas que él esté aquí —contestó—. Tú también lo necesitas, Pau, ya para.

Y es que era verdad. Yo llevaba una semana fuera de nuestra casa, donde seguía Antonio aún.

Y la verdad es que, desde el concierto que me dedicó, he estado muy tentada a correr a sus brazos.

—Estefanía, es que no entiendo qué haces ahí —reclamé—. ¿De qué lado estás?

—¡Paula! No iba a perder mis boletos, además Junior nos puso en la primera fila —contestó—. Hasta puedo tocarlo.

—Literalmente lo ves casi cada fin de semana.

—¿De verdad no vendrás?

—Estoy muy molesta con él —respondí—. No quiero verlo.

—Está bien, Pau.

Colgué y limpié mis ojos después de no parar de llorar.

¿De verdad le estorbamos?

Miré a mi bebé. Jamás podría pensar que es una desesperación; ha sido un placer poder tomar de sus cachetitos a diario.

Tal vez no era ella, tal vez soy yo.

Con el embarazo y el post me he puesto insoportable. Además, en todo ese ambiente hay mujeres demasiado hermosas. Yo pensaría lo mismo que él.

Los chillidos de Mel me distrajeron. La tomé en brazos e intentando calmarla, lloré con ella.

Me negaba a separarme de Junior, pero, si él no nos quiere, ¿qué podemos hacer?

Cuando logré dormirla, me preparé la cena para después ir a dormir. Justo cuando estaba por entrar a la cama, mi celular sonó:

—Paula, escucha.

Fruncí el ceño al escuchar la voz de Estef y después un montón de gritos.

—Esta noche, mi esposa no pudo venir —era Junior—. Pero no importa, viejo, porque aquí le vamos a cantar hasta donde esté mi preciosa.

El inicio melódico de "Loco Enamorado" sonó.

—Hace unos años que mi mujer y yo cantamos esta canción borrachos en un bar —dijo divertido—. Y ese día yo me enamoré más que nunca.

Sonreí al recordar.

—Mi mujer ha estado conmigo siempre, no me ha dejado caer ni un momento —continuó—. Estoy perdidamente enamorado, y no me imagino sin ella.

Suspiré triste.

—Me dio a mi bebé, que es el segundo amor de mi vida, y me ha dado su amor entero —habló—. Paula ha dado todo por mí y yo creo que jamás tendré las palabras suficientes para agradecerle.

Se escuchaban muchos gritos alardeando y la melodía seguía.

—Paula, mi amor, yo te amo, mami —continuó—. Yo sé que me estás escuchando, mi vida, y quiero decirte que después de ti, yo entendí lo que es vivir, a la verga.

Después de eso, colgué. No quería escuchar más porque tomaría mis cosas y lo alcanzaría. Pero, por supuesto, para Junior no quedó ahí.

Al otro día, recibí en el departamento ramos enormes de rosas. Y a él en la puerta.

—Mi amor, por favor —dijo apenas me vio—. No quise decir...

—Llévate todo esto.

Me miró asustado.

—Escúchame, de verdad me fue muy mal y dije cosas sin sentido.

—Ya te lo dije, Antonio —respondí—. Por muy enojado que hayas estado, no entiendo cómo te pasó por la mente decir algo así.

—¡No lo quería decir, amor! —intentó tomar mis manos pero las retiré—. No seas así conmigo. ¿Pudiste escuchar el concierto ayer? Le pedí a Estefanía que te llamara.

—Colgué.

—¿No escuchaste nada? —me preguntó desanimado—. Te tenía una sorpresa desde hace unos días, amor.

Suspiré.

—Sí escuché.

—¿Y qué opinas?

—Que tenemos que ponernos de acuerdo para ver qué días puedes estar con Meli.

Automáticamente sus ojos cambiaron. Me miró asustado.

—¿En serio, Pau? ¿Vas a dejarme por esto?

—Ya te lo dije, Antonio.

Sonrió sarcástico y podía jurar que tenía los ojos llenos de lágrimas.

—No quiero pelear ni decir cosas que no van —me respondió—. Pero ojalá alguna vez pensaras un poco más en mí. Ni siquiera te ha interesado saber qué me ocurrió.

Miró las flores y asintió, rendido.

—Tú avísame qué días puedo venir por mi bebé.

No dijo más y se fue. Como pidió, a diario le mandaba mensajes diciendo a qué hora podía pasar por ella. Los primeros tres días no me hablaba siquiera, simplemente cargaba a Meli y se la llevaba. Era igual cuando la regresaba.

Pero hace dos días, la última vez que vino por ella, fue distinto.

—Estoy afuera —dijo cuando contesté su llamada.

Colgué y corrí a abrirles. Mi bebé venía dormida en sus brazos.

—¿La acuestas? —pregunté susurrando.

Asintió y entró despacio para no despertarla. Asimismo, la dejó sobre mi cama.

—Buenas noches, Pau.

Lo acompañé a la puerta y cuando estaba por cerrar, me detuvo.

—¿De verdad va a ser así? —me preguntó—. ¿Como si hace dos semanas no hubieras estado enamorada de mí?

Me miró triste.

—¿De verdad dejaste de sentir cosas por mí solo por lo que dije? —siguió—. Paula, yo me arrepiento a diario.

De solo ver sus ojos, cansados y tristes, me moría por correr a abrazarlo.

—Es que yo ya no puedo, mi amor —y de nuevo, pude ver sus ojos cristalizarse—. Me rehúso a sentir que voy a perder al amor de mi vida.

Me quedé intacta. Jamás lo había visto así.

—Perdón, no te quise asustar —sorbió su nariz—. Tengo que irme, buenas noches.

Hasta ahí, no he sabido de él. Ayer no se comunicó conmigo, ni yo intenté saber de él.

Pero hoy Meli no había parado de llorar y yo me sentía demasiado ansiosa desde aquella noche.

—Paula, ya llámalo —pidió desesperada—. Si tú no estás bien, ella tampoco lo va a estar.

Yo ya estaba llorando también. Suspiré, limpié mi cara y tomé mi celular.

—¿Puedes venir, por favor? Meli te necesita —dije llorando—. Yo también.

la cherry; junior hDonde viven las historias. Descúbrelo ahora