Capitulo XII

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Aunque se necesite la espada una sola vez en la vida, es necesario llevarla consigo siempre”

– Proverbio japones.

Roz Extin.
Reboot.
Alguna isla del caribe.
Tres años atrás.

El aire está demasiado pesado y siento que llevo aquí una eternidad.

    — Ya son 38 horas—. Dice Dasha a mi lado. Parece mucho más tiempo es como si no avanzará el tiempo en esta isla del Caribe. Nunca odie tanto el sol y el calor como ahora. Estoy acostumbrada al frío y si no fuera por qué estuvimos en la cordillera de los Andes hace 42 horas no estaría aquí. ¿Que demonios tiene que ver esta escena de espionaje con el narco terroristas más importantes del planeta?

No tengo ni idea.

    — Mira —. Dice Dasha —. Es hora, ve, ve, ve. ¡Ve!

Salgo de este diminuto lugar, llevo un bikini rojo que queda al descubierto cuando Dasha me quita la única protección que traía, una bata de baño, el bikini es demasiado sensual y he pasado así las últimas 38 horas. Me arreglo un poco el peinado y tomo la bandeja que acaba de dejar la mesera. Camino hacia la barra y tomo las dos bebidas que dejaron para Antonio Aguilar y Paolo Narváez, ambos están rodeados por extensiones de mujeres preciosas. Sonrió y camino hacia ellos con la bandeja en la mano dejo un micrófono pequeño debajo de esta.

Llevo los tacones más altos que jamás haya podido utilizar y si el bikini de prostituta rojo que llevo no los pone atentos de mi seguro que la altura sí.

Los tacones resuenan por la madera mientras ambos hablan uno de los hombres de Paolo o de Antonio me mira con depravación eso no me gusta, más ya estoy acostumbrada a que lo primero que vean en mí sea mi cuerpo. Tal vez me mire tanto esperando que las tirantes se rompan y me pueda ver los senos o simplemente verme los pechos cuando uno de mis senos se salga del sostén diminuto que llevo.

Llegó a la mesa y me inclino ligeramente hacia delante, dejándole ver a uno, mis pechos, mientras al otro, mis nalgas. Llevo una salida de baño de mayas en las caderas que tampoco ayuda mucho. Sonrió al ver al hombre de estatura promedio y con un poco de panza mirarme. Él me sonríe de vuelta, me mira los pechos descaradamente mientras dejo la bandeja encima de la mesa. 

     —¿Desean algo más?— Pregunto en español, practiqué un poco de mi español con María Ángeles para que no se notará mi asentó.

Siento como la palma de la mano de alguien me da una nalgada en el trasero, después de eso deja su repugnante mano encima de mi trasero y lo aprieta con fuerza.

     — Ese hijo de perra perdió la mano—. Habla Viggo por la frecuencia. No estoy segura de si habla queriendo que escuchará esa información o simplemente por qué está enojado y no se pudo controlar. Sonrió.

     — Tu compañía preciosa—. Me siento al lado de Paolo cerca al corredor. Veo pasar a Leoni en un bañador blanco con rayas negras ella lleva una hielera en sus manos camina con gracia en sus tacones. El bikini se pierde entre el color de su piel y las líneas blancas de su cuerpo. Me encanta el tono de piel de Leomi es espléndidamente hermosa. Siento la brisa del mar y observo los tonos de azul que se dibujan sobre las costas. Leoni deja la hielera en el piso a un lado de nosotros. Toma dos batidos accionando un compartimiento donde veo las armas.

Paolo me pone una de sus manos en mi muslo, cerca a las rodillas, me mira y sonríe.

     — ¿Qué haces aquí?—. Me pregunta Antonio.

La diosa del inframundo Où les histoires vivent. Découvrez maintenant