Capítulo XXXIII

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“No sé nada acerca de cómo superar a otros. Sólo conozco el modo de superarme a mí mismo”.

Bushido.

Asteria Magno.
210 días cautiverio.
Keiyaku.
5040 horas en encerrada.
18 144 000 segundos en cautiverio.

Estoy sola. Pensé que mi trauma de sentirme sola pasaría con ayuda psiquiatra, ahora me estoy obligando a superarlo sin ningún tipo de ayuda y a la fuerza. Todo es a la fuerza. Está lloviendo, el sonido de la lluvia me acompaña en cada momento. El ruido es grato, lo que no es grato es que todo se está inundando. La marea subió y este lugar está repleto de agua. Mis pies están fríos y hace muchísimo frío.

Tengo el hombro dislocado y me arde al moverlo, pues la última paliza me aniquiló dejándome con el codo dislocado, el hombro también y el fémur roto. La cama es demasiado baja y el agua me baña la espalda. Esto está subiendo muy rápido y hay mucha agua por todo el lugar. «Tengo mucho frío». «El temblor se ha convertido en mi estado natural».

Es realmente doloroso verme al espejo y ver cada vez más nada de mí, estoy delgada, mi piel se pega a mis huesos con demasiado dolor. El hambre es una ramera barata la detesto con brutalidad. No pude ni hacer un maldito cultivo y me muero de hambre. La comida es porquería pura, ni a un animal lo alimentan de tal manera.

Escucho el sonido de un rayo que hace que el faro se ilumine. «Por primera vez en mucho tiempo en la noche no hay oscuridad». Mi piel me hormiguea, mi respiración se mezcla con mi temblor. El sonido de un nuevo trueno llega a mis oídos y como siempre siento temor hacia los ruidos fuertes que se reproduce. Este temor me lleva a sentir tanto miedo que mi cuerpo lo enfrenta a través de hacerme sentir un líquido en medio de mis piernas.

«Líquido amniótico».

Esto debe ser una mierda. Yo nunca pensé tener un bebé conmigo, ahora es el momento decisivo, es el momento en donde dejó de sentir dolor por ver su carita, sus ojos, siempre me he imaginado la forma de mi hijo o hija. No sé qué será y dentro de muy poco lo sabré.

«No estoy lista».

«Coco has sentido mucho dolor, ¿cómo no vas a estar lista?» La voz de mi padre llega a mi cabeza como un recordatorio de valentía.

Mi corazón late con fuerza y dominio, como si estuviera bailando al compás de una melodía desconocida pero enérgica. Cada latido es como una ola de emoción que recorre todo mi ser, la sensación crea una sinfonía de emociones que me envuelven por completo. Es como si el universo entero se detuviera por un instante. Es como si mi vida se detuviera y el mundo dejará de girar.

Una contracción me atraviesa de nuevo provocando un dolor un poco inquietante, es como un suspiro profundo del océano, siento como un oleaje se acumula en mi vientre y una ola de energía que se va intensificando con cada segundo que el tiempo se lleva es demasiado extraño lo que siento, la sensación es poderosa y a la vez majestuosa. Es un abrazo fuerte de la naturaleza, una mezcla de dolor y propósito, que me recuerda que estoy en el umbral de un milagro. Con cada contracción, me acerco más al instante sublime en el que conoceré a mi pequeño o pequeña, el fruto de en mi amor eterno e infinito. Un amor hacia mi bebé.

El agua cubre la cama y todo se inunda manteniéndome al límite del fluido. La tormenta es furiosa y me hace tener miedo, el faro me rodea como un centinela solitario, lucho contra una fuerza aún más poderosa que el fluido hídrico que hay afuera. La tormenta me ha pedido un baile y yo se lo he concedido. Ella me toma de la mano y me lleva a la pista de baile en donde bailo con las contracciones, los truenos y rayos que iluminan la noche.

La diosa del inframundo Où les histoires vivent. Découvrez maintenant