Capítulo XX

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“Una vez que tenemos una guerra sólo hay una cosa que hacer. Hay que ganarla. La derrota trae peores cosas que las que pudieran ocurrir en la guerra”.

—Ernest Hemingway.

Asteria Magno.
Lunes 25 de diciembre.
Suplicio
4 años atrás.

   — El hambre es una perra —. Digo en un murmuró viendo las cabezas que me miran, llevo acostada en el piso una semana, no siento mi pierda y he estado mirando el techo sin ni siquiera moverme, no he comido absolutamente nada y mi estómago gruñe quiero comida real y siento que mi piel se pega a mis costillas.

No los he vuelto a ver desde que me quemaron la pierna, no me he movido y he observado este lugar, es muy pequeño, tiene una cama, un retrete, una manguera, lo que parece ser un mesón sin nada y es de goma. No hay nada que pueda usar para defenderle; todo es de goma hasta el retrete. Tengo mucha hambre, mi cuerpo se está tratando mis músculos.

Respiro, sintiéndome como la mierda, he estado aquí alrededor de dos semanas, debo tener algún problema, por qué mi cuerpo se ha negado a defecar, ni siquiera siento la necesidad de hacerlo. Hoy veo los rostros blancos en lo alto. Sus ojos me miran acusándole de sus muertes cargadas de dolor, veo algunas cabezas sin dientes los debieron torturar antes de cortarles las cabezas. Me siento terriblemente mal.

Estoy vagando en mi mente y tengo la sensación de ser observada. Esos ojos pálidos abiertos. Lo más terrible es el olor; olor que se intensifica con la infección de mi pierna. Una araña se mueve por mi brazo y tengo tan poco fuerza que la dejo vagar por mi cuerpo, esta se mueve y siento sus patas sobre mi piel. Estoy en la reverenda nada, lo sé por qué algunas veces no anochece, debo estar cerca del polo o simplemente el tiempo está pasando demasiado lento.

Algo se mueve en mi pierna, se siente baboso y espantoso, levanto un poco mi mentón, para encontrar que una larva está evolucionando convirtiéndose en una mosca. «Tengo la pierna podrida». No he podido dormir mucho y sigo pensando que estoy en el infierno. Odio estar sola, le tengo miedo a la soledad. Una soledad espeluznante que me envuelve en una capa de cariño. Mi respiración es pesada y jamás me había sentido tan débil, en ninguna misión me noté tan agotada y cansada.

No hay nada más que muros altos de color gris. Veo la ventana que dibuja un poco del cielo. Esa imagen se ve tan lejana. Recuerdo gritar hasta quedarme sin voz. El dolor era desmesurado, grité hasta que el sufrimiento me llevo a la inconsciencia. Abrí mis ojos en esta posición, me he negado a moverme.

   — ¿Qué pasa si me suicidó? — Aquí estoy sufriendo. Si me cuelgo no estaré sufriendo de hambre. Además, creo que reemplazaron mi estómago por una bomba está más abultado, lo cual contradice mi estado. O tengo parásitos, lo cual no sería tan descabellado por qué en mi pierna jodida se creó un cultivo de parásitos.

La puerta de metal se abre y deja ver a Ikram junto con Izkra. Ella me mira y sonríe, camina hasta la manguera a precio que hay y ya sé por qué está ahí. Izkra la toma, me manda una ráfaga de agua helada, mi cuerpo se estremece ante el contacto con este fluido. Un grito se desplaza por mi garganta ante tanta presión.

El agua me evita respirar y está tan fría que me estremezco temblando más. Agachó mis piernas hasta pegar mi abdomen a mis rodillas y abrazarme. Al menos la presiona ha sacado a los gusanos y las larvas de mi pierna podrida. Mi mandíbula tiembla mientras ella me sigue dando una ducha a presión. Vuelvo a gritar tratando de encontrar aire en el ambiente. Es demasiado fuerte que siento que me ahogo.

«Háblame Asteria, no dejes que ellos acaben contigo».

La voz que he creado en mi cabeza es similar a la de Nala, pero no se siente como Nala. La recuerdo leyendo libros y siendo una sabelotodo más no pidiéndome distracción al dolor.

La diosa del inframundo Où les histoires vivent. Découvrez maintenant