Capitulo II

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“Conoce al adversario y sobre todo conócete a ti mismo y serás invencible”

–Sun Tzu

Eliana Romasanta
Viernes 16 de octubre.
4 meses atrás.
Carcajadas de desfachatez
Basílica de San Pedro, Cuidad del Vaticano.

¡Le acabo de disparar a alguien! ¡Le he disparado a alguien! Dos cuerpos caen tendidos al suelo. ¡Dos cuerpos!

    —No eres más inepta, por qué no eres más tonta —. Habla Sergey él me regaña mientras desarma las armas en cuestión de segundos. Tiene demasiada agilidad —. Esto no me puede estar pasando.

Las lágrimas se posan detrás de mis ojos.

    —¡No te pongas a llorar! —Me grita, yo le acabo de disparar a la ¡máxima autoridad religiosa de la iglesia católica! Yo le acabo de disparar al papa. ¡He vuelto a fallar! —¡Muévete!

Me inicio a quitar las gafas, me quito el gorro que cubría mi cabello. Quito cualquier objeto en donde tal vez haya salpicado pólvora, Sergey la mete en una bolsa y después tira la cuerda por la cual ascendimos al vacío. Tomo el estuche del rifle que me tiende y una maleta donde hay restos de comida. Me la pongo en la espalda mientras las lágrimas salen de mis ojos.

Algo en el pecho no me deja respirar. Sergey me ata a su arnés para defender con más rapidez. Debemos ser realmente veloces bajando de la basílica antes de que nos descubran. Sergey se tira al vacío. Odio las alturas y me aterran, aun así me esforzarse subiendo hasta aquí. ¿Para qué? Para fallar. Toda la gente corre gritando, expandiéndose, tratando de que las balas no los acribillan. Ya no hay más balas. Ya no hay que acribillar a nadie por qué ya está muerto, Sergey disparo en medio de las dos cejas a Anastasio de Sevilla y yo al tratar de darle le di al papá. Falle enormemente.

He fallado una y otra vez, pero hoy fue el límite de mi ineptitud. No pude fallar peor. Sergey me arrastra por la cuerda haciendo que me queme las manos. Baja como si fuera un gorila trepado entre ramas y árboles. En menos de 2 minutos estamos en el piso. Mis manos rojas por tratar de seguir el ritmo de Sergey. Al llegar detrás de la basílica Sergey se quita el arnés nos comenzamos a mover. Los pasos de los policías y de la seguridad se escuchan los gritos de la gente alterada. Mi llanto se confunde con el de las personas desesperadas. Los altavoces pidiendo calma, pidiendo que la gente se tranquilice. Las órdenes revolotean por el aire.

Hay algo que se quebró en mí la idea de que he dejado que un ser deje de existir me está matando la cabeza como una infección, no puedo soportar la idea.

Mi mente se niega a creer que he fallado de esa manera tan colosal. Pensar que mate al elegido por toda la iglesia católica como imagen de la magnificencia de un ser celestial y superior me está doliendo. Las lágrimas me siguen consumiendo, veo borroso Sergey esparce entre las personas, nuestras pertenencias, le da a una niña las gafas, a una mujer embarazada; la chaqueta que parecía cobija. Le da los guantes a un niño, deja tirada los dos rifles. Los dejando caer en medio de todo el conglomerado de gente. Él me lleva corriendo por entre la multitud, la cantidad de gente es alarmante.

Mi cuerpo sigue al de Sergey. Estoy ida la idea me aterroriza. Jamás había matado a alguien. Nunca en mi vida había acabado con alguien. ¡Voy a arder en el infierno! Me he convertido en lo que más odio, una asesina. Una asesina que no mato a cualquier persona, he matado al papá. Mi cuerpo choca contra otro cuerpo, mi agarre de Sergey se resbala. Él sigue corriendo detrás de la gente, dejo de verlo, trato de aclarar mi visión para poder enfocarlo. Es la persona más alta de la maldita central ¡Es imposible que no lo pueda localizar! Mi visión me falla mientras avanzo en esa dirección.

La diosa del inframundo Où les histoires vivent. Découvrez maintenant