Capítulo 20: Gabinete de chusmas.

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Todo el gabinete acompañamos a Javier al acto del día de la tradición. Muchas ganas de ir no tenía. No me estoy sintiendo bien.

Javier llegó anteayer al país, después de quince días afuera. Para colmo se armaron quilombos que yo tenía que organizar. Llegaba a mi despacho en la rosada a las ocho de la mañana y me volvía a casa a las nueve y media de la noche en los mejores casos. Interactuaba con gente ajena al gobierno solamente los domingos.

Tanto trabajo me modificó la rutina. Son horas y horas frente a una computadora, firmando papeles, en reuniones. Hay veces que estoy horas sin comer porque no tengo tiempo. Y bueno, a raíz de estas semanas el dolor de cabeza y los mareos son constantes. Tengo también, una sensación rara a la mañana, me cepillo los dientes y es una cosa que empiezo a hacer arcadas.

En parte pienso que es una buena señal, y en parte no me quiero hacer ilusiones. Por eso no le digo nada a Javi.

Apenas llegó me fui a Olivos a pasar unos días juntos. Le dije que estaba cansada, la cara de los dos demostraba que no habían sido días fáciles para ninguno de los dos. De igual forma nuestros cuerpos se extrañaban, nos vino como si fuera una ola de energía para darnos placer.

Ayer vino Virgi con la patota a casa. Las chicas se habían metido a la pileta, los chicos jugaban con los perros. Nosotros teníamos charlas matrimoniales, sentados en el pasto, comiendo una picadita. Tengo tantas ganas de comer salado ahora.

Robert se afanó media tira de pan, y Javi salió a correrlo. Con Vir nos hacíamos pis de la risa. Parece que hubiera sido acordado, Javi corría al perro para el lado de la pileta y el auto de Caputo se metía para el lado de la casa de Karina.

-¿Y ese? –Preguntó Santi, dejando el celular.

-Las visitas de Kari, falta un auto más. Pueda ser que Javi no se dé cuenta porque les pincha el globo.

-¿Qué? ¿No me digas que la macumbera?

-Se, justo eso que vos pensás.

-Qué envidia que le tengo. ¿Con quiénes?

-Después te cuento. –Javi venía colorado, pero con un pedacito de pan en la mano. Agitadísimo estaba. –Mi amor. –Me tenté.

-Deja de reírte, forra.

-Uh, ¿buscamos el tubo de oxígeno? ¿Por ese cachito de pan lo corriste al pobre perro? Vos te vas a comer el pan babeado ese.

-Virginia, voy a llamar a los de Animal Planet para que te vengan a estudiar a vos. O a esos del programa que cazaban víboras. Llámate al silencio. –Se sentó y me hizo señas para que le pasara el mate. Vir se cagaba de risa.

-Bajemos el mondongo, corriste un poquito y te va a dar un síncope. –Javier le tiró con un carozo de aceituna.

-Cállate, hija de puta.

-¡Ah, mugriento de mierda! A mi hermana le gusta tu baba, a mí no. ¿Vos qué te reír? –Con Santi llorábamos de la risa. –Dormís en el sillón esta noche, por pelotudo.

Me guardé los síntomas incluso hasta de Virginia. Hasta mañana que me tengo que hacer el test, no le voy a decir nada a nadie. Voy a esperar.

Cuando se fueron, pasé a buscar mi outfit para mañana a lo de Graciela. Me lo hizo probar.

-¿Cómo lo sentís, Vicky? –Me apretaba un poco en la panza.

-Bien. Un poquitito apretado.

-Qué raro, uso las medidas de siempre. Capaz estás inflamada, tomate un té de limón esta noche y mañana amanecés flaquita como una tabla. ¿Lo sentís muy incómodo?

La fórmula para presidir tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora