Capítulo 35: Replantearse cosas.

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La primera semana con los bebés en casa, fue un caos, pero un caos bello. Todas las noches a las once empezaban a llorar cada media hora. Vivíamos trasnochados y con un humor medio de perros, a eso sumémosle que Javi me tenía que curar la herida de la cesárea. Menos mal es economista y no enfermero, porque ya estaría preso.

Por suerte, es un papá de oro y se levanta bastante a la madrugada. Las tías y la abuela Diana nos estuvieron ayudando un montón en esos primeros días, que, por lo menos para mí, fueron dolorosísimos y frustrantes. Pero los tenía a todos dándome apoyo, incluso Javi se tomó esa primera semanita libre.

El problema vino después, ese martes que Javier volvió a trabajar a la casa rosada. Ahí realmente caí en cuenta sobre lo que me esperaba de ahora en más. Él puede ir a su lugar de trabajo, tiene trabajo para colaborar con la reconstrucción del país, yo me tengo que quedar a cambiar pañales y lavar ropa y limpiar vomitadas. Sí, son cinco meses que me tengo que quedar acá, pero después no voy a poder retomar mis viajes por el país, y si los retomo voy a tener que dejar las criaturas acá, perdiéndome un montón de cosas. Apenas se fue, me encerré en el baño a llorar.

Tenía a mis dos hijos al frente, en parte los odiaba por interferir en este sueño de luchar por mi país, pero verlos tan chiquitos, tan indefensos, tan perfectos. Me agarraba remordimiento por pensar así.

Me lavé la cara con agua fría, y la persona que se reflejaba en el espejo era y a la vez no era yo. Los miré a los chicos. Desde ese instante me empecé a replantear si realmente estoy en condiciones de criarlos.

Como si fuera un castigo o no sé, mi cuerpo empezó a producir menos leche. Ya no llegaba a darle a los dos. Y tuvimos que caer en la fórmula. Algo que, por lo menos yo, no tenía pensado usar. En base a eso, aquel sentimiento de que estaba fracasando como madre, se intensificó. La alimentación era mi principal lazo con ellos, pero al perderlo, no sé, sentía que no eran míos.

Al no tener que amamantar casi, los bebés estaban todo el día con Javier. O se llevaba los coches a la oficina, o se ponía el fular. Pareciera que así de remplazable soy, no se da cuenta de nada de lo que pasa. Mucho menos que no me siento capaz de cuidarlos, y que por eso cada vez que se va, mamá viene a cuidarlos.

En lo personal, no usaría uno de esos trapos ni en pedo, siento que parezco las bolivianas esas que andan con los chicos atados en la espalda, como si se tratase de una bolsa de papas.

En menos de una semana va a hacer un mes desde que nacieron. La cesárea va cicatrizando, ya no tengo los puntos y casi que no uso faja. Soy prácticamente un fantasma, existo sin un rumbo fijo u obligación, sintiéndome sola. En parte, me sofoca tener a Javier cerca, sus constantes ¿Estás bien mi amor? O intentos de acción. Creo que desde aquel martes, si mal no recuerdo, no le volví a dar un beso en la boca.

También estoy encontrando un nuevo sentimiento. Asco, al mirarme al espejo. Sé que no puedo pretender tener el mismo cuerpo que antes de estar embarazada de un día para el otro. Pero verme al espejo la panza que cae como un globo a medio desinflar, llena de estrías. Las tetas caídas. Siento que me sobra piel de todos lados, tanta, que hasta le haría una cucha a los perros.

Esta, es la principal razón por la que esquivo cualquier intento de intimidad. Me da vergüenza, repulsión, verme así. No quiero que me vean así, ni siquiera Javier. No quiero que me toque, ni que me bese, ni nada. Pero esa cara de confusión, me destruye.

Lo único positivo que estoy notando a estas alturas, es que desde la semana pasada dormimos mejor. Los bebés ya se adaptaron a la casa, así que nos despertamos a darles de comer tres veces solamente, no seis como antes. Y a veces nos toca algún que otro llanto porque la fórmula les da gases, nada que no se solucione con unas gotitas.

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