Capítulo 32: Estorbo.

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Hace oficialmente cuatro días que me volví a Olivos. Y todo volvió a ser más o menos como antes. Estaba esperando reencontrarme con mi Milton. Y parece que también me extrañó, porque con los bebus terminamos llenos de baba y pelos.

Lo que me preocupa ahora es Tincho, hace desde el sábado no lo veo. Con eso de que volví al senado, él está con semana de evaluaciones y no sé qué torneo, está todo el tiempo en River. Igual, estamos charlando todo el tiempo.

Patricia me avisó que los iban a detener hoy, así que le avisé a mi hijo que yo lo iba a ir a buscar. Aunque bueno, mamá lo fue a buscar en realidad porque yo tenía una reunión.

La verdad es que sabíamos que esto se iba a hacer público, es un caso de gravedad, y más ruido hizo al filtrarse que había alguien del gobierno infiltrado. Surgieron hipótesis de todo tipo, pero por ahora, no vamos a decir que Tincho es mi hijo.

Por ahora tiene que vivir con mamá, porque es su tutora legal, hasta que pueda conseguir la tenencia y hacer el cambio de apellido. Según me dice Cúneo, va a ser rápido, más allá de los contactos, ya tenemos el ADN hecho.

Salí del senado y me fui derechito a verlo a casa de mamá. Por más de que él sabía que esto iba a pasar, me imagino que es una noticia difícil de afrontar para cualquiera.

Entré con mi llave, y grité para ver si había alguien. Siento pasos, encaro para el lado del living y nos cruzamos en el pasillo. No me dijo hola, directamente me abrazó fuerte. Y así nos quedamos, no sé cuánto tiempo.

- Ya está, ya está mi amor. Discúlpame por hacerte pasar todo esto. –Se separó unos centímetros, los suficientes para vernos a los ojos. Cristalizados, igual que los míos.

- ¿Por qué pedís perdón? Con vos y la abuela me siento más querido que nunca. Vos me estás dando amor, y una familia después de catorce años sintiéndome un estorbo. No me estás haciendo pasar por algo malo, me estás salvando. –Sonrío y me dio un beso en el cachete, abrazandome de nuevo. –Te amo, mamá.

- Te amo mi chiquito. Gracias por aparecer.

- Martín, deja de hacer llorar a tu madre y vamos a merendar.

Mamá se asomó, invitándonos a pasar al comedor. Le di otro beso a mi hijo y la seguimos.

- ¿Entrenás hoy?

- Sí, pero no voy a ir. Me dijo el profe que si no quiero ir, me la perdona por lo que pasó. Voy a aprovechar, porque comerme cuatro o cinco de las facturas estas y después ir a correr a la cancha, mamita.

- Pero no vas a poder jugar el domingo.

- ¿Y? Me quedo acá con vos. ¿Cuándo lo voy a conocer a Milei? Igual, me suspendieron, así que no iba a jugar igual.

- En un rato viene, sale de una reunión y viene para acá. ¿Por qué te suspendieron?

- Pasa, que choqué con uno y se tiró al piso. El árbitro me saca amarilla, voy, reclamo y me dice que el otro no se tiró, que yo lo apoyé.

- ¿Y? ¿Tenías amarillas guardadas?

- No, le dije que a la señora la estaban apoyando. –Lo miré, tratando de no reírme y aproveché para tomar un trago de té.

- Martín, ¿por qué tan guarango así? No tenés que ser así de desubicado. Te van a tener en el banco siempre. –Mamá lo retó.

- Ay abuela, tampoco es para tanto. Una sola vez me zafé.

- Déjalo, pobrecito. A todos se nos puede saltar la térmica.

Le di un abrazo y terminamos de merendar, poniéndonos al día. Teníamos muchas cosas que contarnos.

La fórmula para presidir tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora