Capítulo 26: Agua, calor, amor.

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El calor de la última semana de enero me sofoca. Adentro del senado estoy bien, el despacho fresquito, y la cámara, también. El problema está al salir a las cuatro de la tarde de ahí adentro. El sol quema. Probablemente son ideas mías, pero con dos criaturas de catorce semanas adentro mío, al calor lo padezco más.

Esta semana dejé de usar tacos, no solo porque se me hinchan lo tobillos al punto que parecen dos buñuelos, sino porque también se me están acalambrando las piernas. Lo hablé con Sandra, y dice que dentro de todo, es normal. No puedo pretender tener un embarazo más color de rosas del que tengo, a mi edad, podría haber miles de complicaciones, que, gracias a Dios, no padezco.

Es viernes, demasiado viernes para mi gusto, tengo un cansancio terrible. Y el calor que no colabora, la verdad que no entiendo cómo hay gente que le gusta este clima de mierda. Prefiero mil veces estar tapada hasta la cabeza en la cama, con Javier y los perros tomando café y leyendo.

Llego a casa, Javier estaba en la cocina, tan concentrado picando algo que ni cuenta se dio de mi presencia.

- ¿En qué andamos? –Le di un beso en el cachete, sacando un vaso para servirme agua. Riéndome de que se asustase.

- Ay, la puta madre. Estoy armando una picadita con todo, ¿querés ir preparando el tereré? Después nos vamos a la pileta.

- Dale.

Espié un poco para ver qué tenía en la mesada. Había rollitos de jamón, de bondiola, de queso. Había cuadraditos de queso Pategrás, salame. Había maní, nueces, Lay's. Pancitos chiquititos, medialunas, facturas con dulce de leche y crema. Parecía el buffet de un hotel.

- ¿No te parece medio mucho todo esto?

- No va a quedar nada, dalo por sentado.

Nos ubicamos en la isla de la cocina, la charla empezó con la pregunta más clásica y que considero más bella de todas, ¿cómo te fue hoy? Nos dimos el espacio de descargarnos mientras morfábamos. Y yo, ponía las piernas en alto, arriba de las suyas, claramente. Como respuesta a esto, sus manos subían y bajaban en suaves caricias, mientras me escuchaba.

Quedamos en que él lavaba los platos mientras yo subía a cambiarme. Y ahí estaba el principal problema. Apenas llegué a la pieza, los ojos se me desviaron para el lado de la cama. Estaba con ganas de acostarme a dormir una siestita, pero lo cierto es que también tenía un poco de ganas de ir a la pileta.

Hará un mes, me compré una bikini en una tarde que fui con Kari al shopping. La usé un par de veces y me quedaba bien, pero ahora, me aprieta un poco el busto. Sí, noto que las mamas están más grandes. Seguramente esté produciendo leche, y bueno, parece que los nenes mucha hambre no van a pasar.

Entre los dos nos pusimos el protector, y hasta que hizo efecto y todo, terminamos yendo a la pileta, pasadas las cinco y media.

Tomó carrerita unos metros antes de llegar, y se largó de bombita, mojando todo. Yo por mi parte fui de a poquito. Sentándome en la orilla y mojándome de a poco. Kari pasaba justo cerca, Javi le gritó que largase los perros para que corrieran un poco. Personalmente, no lo habría sacado por el calor.

Los veía correr y jugar. En eso siento algo grande y mojado que me rodea a la altura de la panza. Era él, me abrazaba, apoyando la cabeza sobre nuestros bebés. Les hablaba, dejaba besos en la panza mientras le acariciaba la cabeza. Los dedos se me enredaban en los pelos mojados.

Mi niña interior sonreía al darme cuenta, que por fin estoy logrando aquella familia, aquella vida que tanto soñaba y que, durante la juventud había desistido, pensando que solo existía en las películas, o en la vida de Virginia.

La fórmula para presidir tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora