Capítulo 12: Semanas oscuras.

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Venimos hace varios días experimentando técnicas y nuevas poses, viene metiéndose principalmente por atrás. El problema es que anoche no había lubricante y hoy no me puedo mover mucho. Decidí trabajar desde casa para no pasar vergüenza en el senado, y lo que más bronca me da es que me dice, yo te dije que iba a doler Victoria. Me molesta tener que darle la razón.

Se fue a comprar medialunas hace un rato, y Virgi me avisó que viene a tomar mates, así que le dije que traiga más.

Esta mañana le pedí a Martín si no me podía alcanzar unos papeles que tiene él y que necesito. Me dijo que me los traía, pero son las cinco de la tarde y todavía no sé nada de los papeles.

Virgi me tocó timbre, la puerta estaba abierta, pero no me veía el mensaje. Así que me tuve que levantar a las rengueadas para ir a abrirle, la puteé desde que me paré hasta que me volví a sentar en el sillón. Me preguntó qué me había pasado como dos veces, le dije que me había golpeado la rodilla jugando con los mastines ayer y dudo que me haya creído.

Virginia estaba en la cocina poniéndole agua al termo y cambiándole el agua al mate. Me gritaba que lo llamara a Javier para que se apure.

Martín: Vicky, discúlpame. ¿Estás en tu casa?

Martín: Estuve a mil toda la mañana, recién salgo del gimnasio y no estoy muy lejos.

Victoria: Martín, dale. Pasa que estoy en casa.

-¿Se va a apurar? –Virgi dejaba las cosas en la mesita ratona. –Ceba vos.

-Ya viene. Pero también viene Menem a traerme unos papeles, abrile vos la puerta, porque viste, no da que le vaya a abrir en este estado.

-¿Y sabe? Porque sino le toca decirle a Javier que se quede dando vueltas.

-Sí, sabe. –Tocaron timbre. –Qué puntual.

Martín entró atrás de Virgi, me saludó con un beso en el cachete y me dio los papeles, empezándome a explicar un par de cuestiones. Estaba transpiradito, y con un jogging gris y una remera pegadita al cuerpo. Le ofrecí un mate, y se sentó en el sillón, enfrentado a Virgi.

Yo estaba acostada en el sillón grande, lo usaba para mí sola. Hasta que llegó Javi con las medialunas, saludó y me bajó las piernas del sillón para sentarse él al lado mío.

-Bueno che, me voy que tengo cosas que hacer. Nos vemos después chicos. –Martín se fue. Virginia esperó que cerrara la puerta para levantarse a violentarlo a Javier.

-¡Para, no me despeines!

-Vivís despeinado, La Serenísima. No sé qué te hacés. ¿Qué le hiciste vos a mi hermana?

-Nada, no le hice nada. ¿Qué culpa voy a tener yo de que se golpeara jugando con los perros?

-Ponele. Yo tendré cara de boluda, pero no soy. ¿Qué le hiciste a mi hermanita? Eso de la rodilla no les creo, porque cuando le bajaste las piernas del sillón no se quejó. Y si fuera la rodilla no caminaría como camina.

-Bueno, no había lubricante, nos quedamos sin. –Dije. Virginia abrió los ojos.

-Mierda. Peor que los pendejos.

-Digamos, y eso que todavía no vivimos juntos. Imagínate cuando me la lleve a Olivos, no me vas a poder seguir criticando tanto por Twitter.

-¿Qué decís Serenísima?

-Nada, un tweet que encontré la semana pasada, me puse a ver el perfil y dije, esta tiene que ser Virginia, digamos, además de que te sigue Victoria.

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