Cap.1

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En Shade, el cielo siempre parecía una pizarra gris, perpetuamente nublado y sombrío, como si el sol hubiera olvidado su existencia. La lluvia era una constante compañera, susurrando historias de melancolía y nostalgia en cada gota que caía. Las calles estaban empapadas y el aire, impregnado de humedad, se adhería a la piel como un abrazo frío e insistente. Era un lugar donde la esperanza parecía desvanecerse con la niebla matinal, dejando tras de sí un rastro de sueños marchitos.

La luz del sol era una rareza en Shade. Los días soleados eran tan escasos que los habitantes los consideraban eventos extraordinarios, como cometas que cruzaban el cielo nocturno. La escasez de luz natural confería a la población una palidez casi fantasmal, con pieles tan blancas que parecían esculpidas en mármol. Era como si la tierra misma hubiese decidido que la claridad no tenía cabida en este rincón del mundo, reservando su resplandor para otros lugares más dignos.

En Shade, era común escuchar historias de corazones rotos y almas perdidas. Los ancianos solían decir que la tristeza de tantas personas hacía que el cielo llorara sin cesar. Las lágrimas de los corazones afligidos se alzaban al cielo, acumulándose en nubes pesadas y oscuras, que se derramaban sobre el pueblo en una lluvia perpetua. El dolor y la pérdida parecían ser contagiosos, extendiéndose de una persona a otra, como una maldición que nadie podía evitar.

En Shade, un mito inquietante susurra en cada rincón: la historia de un amor tan profundo que desafió incluso a la muerte. Se cuenta que en un rincón del bosque, una pareja vivía una felicidad tan resplandeciente que iluminaba hasta los días más grises. Pero un día, él falleció inesperadamente, y ella, consumida por la tristeza, lo siguió en poco tiempo.

En el lugar donde fueron enterrados juntos, creció un imponente sauce llorón, cuyas ramas siempre destilan lágrimas, incluso cuando el cielo permanece despejado. Bajo su sombra, las rosas rojas brotan con los pétalos oscuros como si estuvieran marchitas, recordatorio eterno del amor perdido y del dolor que nunca cesa. Desde entonces, se dice que en Shade, cada corazón conoce la tristeza de una pérdida, y en el ciclo perpetuo del dolor, uno rompe el corazón del otro, como un eco interminable de aquel amor trágico.

Yo conocía este mito demasiado bien. Aseguraba su veracidad, pues el sufrimiento y la pérdida habían marcado mi vida. Bajo el manto oscuro de la despedida, aún podía sentir el eco cálido de aquel último abrazo, un lazo que entretejió cada fibra de mi alma y desenterró luz en los rincones olvidados de mi ser. Sus manos tibias, que acariciaban mi cabello, susurros mudos que me convertían en la niña más querida del universo. Si tan solo hubiera sabido que ese abrazo sería el adiós definitivo, me habría aferrado con más fuerza, tal vez aún podría sentir el latido de su corazón esbozando caricias en mi mejilla.

Fue en ese día fatídico, cuando mis padres se desvanecieron en la niebla del olvido y el frío abrazo de la soledad se apoderó de mi ser, que se encendió la primera vela en el oscuro altar de mi destino, marcando el inicio de mi historia. Desde entonces, vivo entre las sombras del duelo y los secretos ocultos en la penumbra, en busca de la luz que pudiera disipar la oscuridad que se cierne sobre mi camino.

—Selene— me sacudió la voz de Nelly, mi abuela, arrancándome de la angustiante pesadilla donde los recuerdos reviven. — Despierta ya, niña perezosa— insistió —, tienes mucho por hacer hoy.

Desde que era apenas una niña, mi vida ha estado marcada por el dolor y la soledad. Luego del trágico accidente que segó la vida de mis padres, mi abuela materna se convirtió en mi única familia. Sin embargo, el cuidado que recibí de ella fue todo menos cálido y afectuoso.

Mi abuela, envuelta en el amargo lamento de la pérdida, me acogió en su hogar con una mezcla de obligación y resentimiento. Cada día era un recordatorio silencioso de la tragedia que nos había dejado solas, y mi presencia era una carga que mi abuela nunca pudo aceptar plenamente.
El trato que recibía era marcado por la frialdad y la indiferencia. Las muestras de cariño eran escasas, reemplazadas por un riguroso sentido del deber y la obligación. Crecí sintiéndome abandonada, atrapada en un mundo donde el afecto era un lujo del que nunca pude disfrutar.

Mientras mi abuela endurecía su corazón ante el dolor, me aferraba a los recuerdos de una madre que apenas tuve la oportunidad de conocer. A pesar de compartir el mismo hogar, nuestras vidas se entrelazan en una danza de distancia emocional y desapego.

Así, crecí entre las sombras de un pasado que la abrazaba con dureza, anhelando el calor de un amor que siempre me fue negado.

Sin pronunciar una sola palabra, dejé que mi mirada se desviara hacia abajo, aceptando en silencio el peso de las tareas a las que mi abuela me sometía. Cada quehacer se convertía en un recordatorio implícito de mi presencia no deseada en su hogar, como si cada tarea fuera un castigo por el simple hecho de haberme acogido bajo su techo.

Vivíamos en una casa alejada de la ciudad, un refugio que parecía haber salido de las páginas de un cuento de hadas. Me encantaba pasar horas al aire libre, explorando el exuberante jardín poblado de flores y pinos. En este lugar donde la luz escasea y la lluvia parece interminable, pocas flores logran florecer. Sin embargo, las que lo hacen, como la resistente flor de sombra, se convierten en símbolos de esperanza y resiliencia. Estas flores, con pétalos oscuros y vibrantes, parecen desafiar el entorno adverso, recordándonos que incluso en los lugares más sombríos, puede surgir la belleza.

Las hojas de los pinos, finas y alargadas como agujas, se entrelazaban formando un dosel que cubría el cielo por completo, ocultando el brillo de las estrellas y ofrecían una protección constante contra el cielo gris y lluvioso de Shade. Aun así, encontraba consuelo en la suave luz de la luna, que se filtraba entre las ramas.

Subía tan alto como las ramas me permitían, buscando una vista privilegiada para contemplar el resplandor plateado del satélite nocturno. Me sentaba en las ramas más altas, con los pies balanceándose en el vacío, y le hablaba a la luna como si fuera mi confidente más cercano. Mis palabras se perdían en la noche, pero me reconfortaba pensar que quizás, de alguna manera, la luna podía escucharme y entenderme.

A veces, me gustaba visitar el árbol del que hablaba el mito, no estaba muy lejos de casa. Sus largas hojas, finas como hilos de seda, siempre goteando lágrimas, parecían llorar junto con el cielo. Me sentaba a su sombra y, aunque me era difícil creer si era cierto o una más de las historias que recorría cada generación, contemplaba las flores de pétalos oscuros que brotaban a su alrededor, como un testimonio silencioso del amor y la pérdida que resonaban en Shade. El aire alrededor del árbol siempre tenía un toque de melancolía, como si susurrara historias de corazones rotos y promesas incumplidas. El sauce llorón se alzaba majestuoso, con sus ramas colgantes que acariciaban el suelo, creando una cortina natural que ofrecía refugio a los sueños y los suspiros del viento.

El apego a aquel lugar, a pesar del distanciamiento gélido de mi abuela, se había arraigado profundamente en mi ser. Había aprendido a vivir con la punzante soledad de sus palabras cortantes, que parecían excavar aún más las heridas de mi alma. Sin embargo, en medio de esa oscuridad, la semilla de la curiosidad seguía floreciendo dentro de mí.
Anhelaba explorar el mundo más allá de los confines de nuestro hogar, deseosa de descubrir la belleza que podía existir más allá de las sombras que me rodeaban. Esta sed de conocimiento y libertad me llevaba a cuestionarme si algún día podría escapar de las cadenas del pasado y tejer una nueva historia para mí misma.

Quizás, en algún momento, el presente y el futuro llenarían tanto mis pensamientos que el pasado se desvanecería en la neblina del olvido. Quizás encontraría el coraje para abrir las puertas hacia lo desconocido, dejando atrás las penas que habían marcado mi existencia hasta ahora. Y así, daría paso a un nuevo amanecer, donde la esperanza brillaría con una intensidad que nunca había conocido.

ShadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora