Cap.24

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Me desperté y, aún somnolienta, extendí mi mano buscando a Hero a mi lado, pero no lo encontré. La cama estaba fría y vacía, un desierto de ausencia que se extendía hasta el otro lado. Dormí sola, sin ninguna explicación ni razones de su alejamiento. Me senté en la cama, intentando asimilar la situación. Un fuerte dolor de estómago, provocado por los nervios y la ansiedad, me retorcía por dentro. No entendía qué sucedía. ¿Era mi culpa? ¿Había dicho o hecho algo para que se comportara así?

Cada pensamiento era una espina que se clavaba más profundo, creando un torbellino de incertidumbre en mi mente. Comprendo que necesita su espacio, pero no me hace bien que lo tome de este modo, tan brusco y repentino. No puedo ignorar lo que me pasa, lo que me hace sentir. Aún seguimos aquí, en la cabaña, y vamos a seguir cruzándonos en estos pasillos estrechos y en los silencios compartidos.

Odio esto, odio que sea así, que solo se aleje cuando no está bien, sin importarle cómo me puede hacer sentir. Su ausencia es un vacío que se adueña del aire, y cada rincón de la cabaña se convierte en un recordatorio de su distancia.

Me levanté, la cabeza pesada por los pensamientos que no cesaban. La luz tenue del amanecer filtrándose por las cortinas apenas lograba disipar la sombra de mis preocupaciones. Caminé descalza por el suelo de madera, cada crujido un eco de mis pasos inciertos.

El silencio era ensordecedor, interrumpido solo por el suave murmullo del viento y el lejano canto de los pájaros. Me acerqué a la ventana, buscando un consuelo que no encontraba. Afuera, el mundo seguía su curso, ajeno a mi tormenta interior.

Hero y yo, en esta cabaña que alguna vez fue un refugio, ahora parecía una jaula. Cada encuentro se cargaba de una tensión que no podía ignorar, y su ausencia se hacía sentir como un grito en medio de la noche. No podía seguir así, con esta angustia constante.

Finalmente, decidí no dejar que el miedo me consumiera. Tomé una profunda respiración, intentando calmar el tumulto en mi pecho. Sabía que necesitábamos hablar, que esta distancia no podía prolongarse. Pero por ahora, debía encontrar la paz dentro de mí, aunque fuera en medio de la incertidumbre.

—Hoy podríamos hacer algo tú y yo —la voz de Evelyn interrumpió mis pensamientos—. Solo tú y yo.

Di un sorbo al café y finalmente respondí.

—Creo que es una buena idea.

—Podríamos salir a caminar y buscar un lugar bonito donde comer, ¿qué te parece?

Asentí, y mientras me encontraba apoyada en la encimera, me abrazó por la espalda soltando un suspiro, como si pudiera detectar cada vez que lo necesitara.

—Iré a cambiarme, ve tú también —la vi subir rápido por las escaleras.

Antes de entrar a mi habitación, eché un vistazo a la habitación donde estaba Hero. Aún permanecía cerrada. Anoche apenas pude dormir y no sentí en ningún momento que se abriera ni oí sus pasos, como si se lo hubiese tragado la tierra. Me negué a mí misma volver a insistir en hablar con él y procedí a cambiarme. Me entusiasmaba la idea de salir con Evelyn. Tal vez un día de amigas es todo lo que necesito.

Si hay algo que admiro de ella es su atención, sabe cómo estar presente cuando más lo necesitas, como si leyera mi alma. Su dulzura es contagiosa y su forma de ser tan divertida te hace olvidar los problemas. A veces siento lo mismo que cuando conversaba con Marco, tienen una luz contagiosa capaces de iluminar los rincones más oscuros del alma.

Aquel día recorrimos el centro de la ciudad, entrando en cada tienda, aunque no compramos nada. Nos detuvimos en un centro comercial sobre la peatonal y, finalmente, almorzamos en un restaurante encantador con vista al mar. Yo pedí sorrentinos y Evelyn, lasaña.

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