Cap.5

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Me habría gustado contarle a mi abuela cómo fue mi día, pero ella siempre estaba de mal humor, pasando su tiempo viendo telenovelas en el televisor. Mi presencia era como si no existiera.

A medida que pasaba el tiempo, su avanzada edad se hacía más notoria. En lugar de gritarme o regañarme sin motivos, cada vez se apreciaba más un silencio, acompañado del alto volumen con el que miraba sus novelas hasta quedarse dormida en el sillón.

Conociendo ya su costumbre, cada día la cubría con una manta para que no tomara frío. Las veces que se daba cuenta de mi gesto, me lanzaba una mirada gruñona y poco agradecida, pero, a pesar de ello, no podía evitar hacerlo.

Había algo en ese acto cotidiano que me daba consuelo. Aunque mi abuela no lo reconociera, sabía que cuidar de ella, incluso en silencio, era mi manera de mostrarle cariño. La rutina de cubrirla con la manta se convirtió en un ritual de amor silencioso, una pequeña luz de ternura en medio de la frialdad que a veces parecía envolver nuestra relación.

Ese mes, a medida que transcurría el tiempo, mi amistad con Evelyn se fortalecía cada vez más. Me había encariñado profundamente con ella y había aprendido a leer sus gestos y miradas, la forma en que se quedaba absorta, mirando un punto fijo muy a menudo. Al llegar a la institución, mis ojos siempre la buscaban, sabiendo que ella hacía lo mismo. Si algún día decidiera faltar a clases, su ausencia se sentiría como un vacío imposible de ignorar. Y aunque sentía la reciprocidad en la amistad que estaba creciendo, aún me costaba abrirme y dejarle saber más de mí. No había nada bueno, nuevo o feliz que contarle sobre mi historia, y no quería que sintiera pena por mí. Guardaba mis secretos detrás de una sonrisa, temerosa de que la verdad pudiera empañar el brillo de nuestra conexión.

Esa semana, Evelyn me propuso algo que me llenó de emoción: conocer su casa y quedarme a dormir para que al día siguiente fuéramos juntas a clases. Sin embargo, sabía que mi abuela que a pesar de hacer evidente que mi presencia le molesta, no me permitiría dormir en otro lugar, así que comencé a idear un plan para no rechazar sus planes, ya que la idea de una pijamada me entusiasmaba enormemente.

Aquel día, le dije a mi abuela que me sentía mal y que me iría sin cenar a descansar a mi habitación. Ella me miró de reojo, sin el más mínimo interés, y me marché a mi cuarto sin causar mayor preocupación. Con el corazón latiendo rápido, esperé el momento oportuno y me escapé por la ventana lo más silenciosamente posible.

Evelyn y su madre, ajenas a mi pequeño acto de rebeldía, me esperaban en la acera. Subí al auto con una mezcla de adrenalina y felicidad, y comenzamos a viajar, con el cielo nocturno como testigo de nuestra aventura.

—Papá hizo pollo al horno con papas para la cena —dijo Evelyn con mucho entusiasmo—. Es su especialidad, espero que te guste.

—¡Me encanta! —dije asintiendo con una sonrisa en el rostro., estaba tan agradecida por su amistad y por su sincero interés en complacerme que habría comido cualquier cosa que me ofrecieran.

A causa de la distracción por la entretenida conversación con Evelyn, cuando me di cuenta, noté que nos dirigíamos al pueblo donde había conocido a Hero. Un escalofrío recorrió mi espalda al recordar aquel último día, cuando ni siquiera me despedí. Inconscientemente, quería buscarlo de nuevo, pero me esforcé por mantenerme enfocada en la noche que me esperaba junto a mi nueva amistad. No quería estropear ese momento especial.

Además, no me atrevía a preguntarle a Evelyn si, por casualidad, conocía a Hero. Abrirme me ponía un tanto nerviosa. En lugar de eso, respiré hondo y me concentré en la emoción de la pijamada, decidida a disfrutar cada instante.

—¡Bienvenida! Soy Pablo, es un gusto al fin conocerte. —me recibió su padre dándome un cálido abrazo, con su aspecto robusto y protector, irradiaba una presencia tranquilizadora.

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