Cap.17 II

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                              🖤𝓗𝓮𝓻𝓸🖤

Un domingo por la mañana, encontré a mi madre sin vida. Desde entonces, cualquier tipo de emoción o sensibilidad abandonaron mi ser.

El único consuelo que hallé estaba en las teclas del piano, donde nada importaba más que la conexión que nos unía en esos momentos, cuando no era necesario decir nada y la música podía expresar lo que llevaba dentro.

Había una canción que mi madre adoraba; siempre quería que la tocara para ella. Su rostro desanimado se iluminaba con sonrisas al oírla, y yo amaba deleitarla con esa melodía.

Después de su partida, cada domingo temprano, me dirigía a la iglesia donde aún conservaban un viejo piano. En la soledad de aquel lugar, tocaba para que, desde donde estuviera, supiera que esas notas seguían existiendo, solo para ella. Era el único instante en que mi corazón no se desangraba por su ausencia.

Pero todo cambió el día que la vi, en los pasillos de aquella iglesia que parecía olvidada por Dios.

Una joven de cabello castaño y ojos claros como el cristal. Por un momento, creí que era algo divino, pero su expresión de miedo me hizo comprender que no lo era. Algo celestial no se habría asustado de alguien como yo. Antes de poder acercarme, desapareció, y cuando salí a buscarla, ya no estaba.

La vi de nuevo poco después. La seguí a una distancia prudente, incapaz de apartar la vista de sus cabellos, de cómo caían sobre sus hombros. Se dirigía a la iglesia, y la idea de que tal vez me estuviera buscando encendió una chispa de felicidad en mi pecho, un sentimiento que no había experimentado desde que perdí a mi madre.

Con el tiempo, su nombre llegó a mis oídos, un nombre tan poco común como su belleza. Me fascinaba la forma en que sus ojos, tras esa mirada angelical, parecían esconder los pensamientos más profundos. Y, sin embargo, se alejaba de mí cada vez que nos cruzábamos, como si temiera que mi oscuridad pudiera manchar su pureza.

Una noche, más solitaria que otras, apareció ante mí, aún más hermosa que antes. No pude evitar acercarme, pero el miedo de corromper su inocencia me paralizó. Su mirada transparente dejaba al descubierto su corazón, mientras la oscuridad que llevaba dentro amenazaba con consumirla. Los ángeles y los demonios no están hechos el uno para el otro, y yo no era digno de arrastrarla al infierno que me perseguía.

Con el paso de los días, la idea de conocerla más me consumía, pero cada vez que la veía con Marco, sentía celos irracionales. ¿Cómo podía ella, con su dulzura, reír con él tan fácilmente mientras conmigo solo mostraba miedo?

Finalmente, cuando tuve la oportunidad de estar a solas con ella, mis inseguridades salieron a flote. La seriedad en su rostro al mirarme me hizo sentir vulnerable, y la pequeña esperanza que había nacido en mí se desvaneció. No podía admitirle que la buscaba desesperadamente. Sabía que si me conociera de verdad, jamás se fijaría en alguien como yo.

A pesar de todo, cuando nuestras manos se rozaron accidentalmente, mi corazón, que había estado inmóvil durante tanto tiempo, latió con fuerza.

Sin embargo, no pude evitar destruirlo todo. Mis miedos e inseguridades me superaron, y aunque estar cerca de ella calmaba mi mente y me llenaba de una felicidad desconocida, sabía que alguien como ella no podía coexistir con mi oscuridad. Solo le haría daño.

El amor, para mí, siempre había sido sinónimo de dolor. Mi padre nos abandonó y mi madre eligió el olvido, dejándome solo. ¿Qué podía ofrecerle yo? Sabía que solo la dañaría, que mi amor era una condena. Y aunque el tiempo que pasé con ella fue lo más inolvidable que he vivido, lamento profundamente haber sido la causa de la tristeza en sus ojos.

Me había convencido de que dejarla ir era lo mejor, de que alguien más, alguien más fuerte y digno, podría amarla de la manera en que yo no podía. Pasé días, tal vez semanas, repitiéndome que esto era lo correcto, que era mejor verla feliz con otro que ser yo quien oscureciera su vida con mis sombras. Pero cuando la vi alejarse, cuando vi la tristeza en sus ojos, una tristeza que yo había provocado, la certeza que había construido se desmoronó.

Fue en ese instante, justo cuando su figura se desvanecía en la distancia, que comprendí con un dolor devastador que le habría confiado mi corazón entero si tan solo hubiera sido capaz de vencer mis propios miedos y abrirme a ella. Pero ahora, la oportunidad se había escapado, y todo lo que quedaba era el vacío de saber que, aunque lo hubiera querido con toda mi alma, ya era demasiado tarde.

ShadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora