Cap.4

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Las clases se reiniciaron después del receso, y yo, Selene, asistía a una preparatoria que se encontraba a solo quince minutos de mi casa. Aunque era un colegio pequeño, atraía a estudiantes de varios pueblos cercanos, lo que resultaba en una programación de doble jornada. Esto significaba que los estudiantes tenían clases tanto por la mañana como por la tarde para acomodar a todos los que venían de diferentes áreas.

Era lunes por la mañana cuando emprendí mi camino hacia la institución en mi bicicleta. El viento cálido acariciaba mi pálido rostro y jugueteaba con mi ondulado cabello castaño perfectamente cepillado. Aun siendo un trayecto conocido, cada día me maravillaba con la belleza que me rodeaba, sin importar la estación del año. Disfrutaba del aroma de la naturaleza y el sereno silencio, sólo interrumpido por el susurro del viento en las copas de los árboles y, de vez en cuando, el canto de algún pajarillo, especialmente en las mañanas.

No tenía amistades sólidas, pues socializar nunca había sido fácil para mí. Disfrutaba de mi soledad, aunque comenzaba a pensar que un poco de compañía no estaría nada mal. Este es mi último año de preparatoria, y la incertidumbre sobre mi futuro todavía pesa sobre mí. A pesar de los insistentes cuestionamientos de mi abuela, aún no había decidido qué carrera seguir. Sentía una mezcla de presión y ansiedad cada vez que ella mencionaba la universidad, como si todas las expectativas del mundo recayeran sobre mis hombros.

A pesar de todo, había un rincón de mi mente donde mi verdadero deseo brillaba con claridad. Mi gusto personal, mi pasión secreta, era la literatura. Soñaba con pasar mis días rodeada de libros, sumergida en historias y palabras, descubriendo nuevas perspectivas y dando vida a mis propios mundos a través de la escritura. La idea de estudiar literatura me llenaba de emoción y entusiasmo, como si cada página fuera una promesa de aventura y descubrimiento.

Además, siempre había soñado con escribir mi propio libro algún día. Las ideas volaban en mi mente, formando tramas complejas y personajes vibrantes que anhelaban cobrar vida en el papel. Imaginaba noches interminables, acompañada solo por la suave luz de una lámpara y el sonido de mi pluma deslizándose sobre el papel, mientras las historias tomaban forma ante mis ojos. La idea de ver mi nombre en la portada de un libro, de compartir mis mundos internos con los lectores, me llenaba de una alegría indescriptible.

Sin embargo, la realidad a menudo se imponía. Sabía que seguir una carrera en literatura no siempre garantizaba un futuro estable o prometedor, y la preocupación por cumplir con las expectativas de mi abuela a menudo eclipsaba mis sueños. Cada noche, mientras me preparaba para dormir, me preguntaba si tendría el coraje de seguir mi corazón o si me dejaría llevar por el camino más seguro.

—¡Rin!— escuché el sonido del timbre de la escuela, anunciando el inicio de las clases.

—Llegas tarde, Srta. Kisser —dijo la profesora de literatura, cuya figura, un tanto siniestra, imponía nerviosismo con solo dirigirnos la palabra.

Me dirigí al único asiento vacío y, a mi izquierda, compartía el pupitre con una joven de cabello oscuro y ojos azules como el cielo, de un rostro delicado que nunca había visto.

—Soy Evelyn—susurró suavemente con una agradable sonrisa.

—Soy Selene—respondí, saludando con un gesto—. ¿Eres nueva?—pregunté, intrigada por saber más de ella.

—No, yo asistía en el turno de la tarde y decidí cambiar para aprovechar mejor el resto del día —me explicó.

Así, en aquel primer día, en medio de nuevas oportunidades y decisiones por tomar, conocí a Evelyn, quizás el primer paso hacia una amistad que no había sabido buscar, pero que el destino parecía haber puesto en mi camino.

Después de terminar la clase, le comenté a Evelyn que planeaba ir a la biblioteca a estudiar y pasar apuntes. Con una sonrisa entusiasta, ella decidió acompañarme, y pude sentir en su mirada una necesidad palpable de amistad o, al menos, de buena compañía.

Nos dirigimos juntas hacia la silenciosa biblioteca, un santuario de conocimiento y tranquilidad, un lugar en el que podría quedarme toda mi vida sin problema. Entre libros y cuadernos, comenzamos a estudiar, intercambiando apuntes y compartiendo nuestras impresiones sobre las lecciones del día.
A medida que avanzábamos en nuestras tareas, nuestras conversaciones fluyeron naturalmente, revelando pequeños fragmentos de nuestras vidas. La confianza y la complicidad se tejieron entre nosotras, como si hubiéramos encontrado en la otra una especie de refugio. En cada palabra y en cada sonrisa, sentíamos una creciente conexión, una amistad incipiente que parecía destinada a florecer.

Después de nuestro tiempo en la biblioteca, llegó el momento de regresar a casa. Al salir del colegio, vi que un auto esperaba a Evelyn. Ella me comentó que su madre, Martha, se encargaría de llevarla y recogerla todos los días.

—Ella vive de camino a casa—escuché a Evelyn susurrarle a su madre.

—¿Quieres que te llevemos a tu casa?—me preguntó Martha con tono de preocupación mientras fruncía el ceño, se apartaba un mechón de cabello canoso detrás de la oreja, mostrando así un gesto de atención más profunda hacia mí. Mi corazón se alegró al sentir que alguien se preocupaba por mí.

—No, muchas gracias, vine en mi bicicleta y debería volver con ella—rechacé amablemente su propuesta.

—Bueno, la próxima vez podríamos recogerte en tu casa si nos queda de paso. No sería mucha molestia, solo avísame—respondió. Asentí, agradecida por su interés, y ellas emprendieron el camino a su hogar mientras yo tomaba mi bicicleta con el mismo objetivo.

Mientras pedaleaba de vuelta, sentía una cálida sensación de esperanza y gratitud. La luz del día comenzaba a descender, pintando el cielo con tonos dorados y rosados, y el viento seguía despeinando mi cabello castaño. Aunque disfrutaba de mi soledad, la idea de tener una nueva amiga y un gesto amable para recordar me llenaba de alegría.

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