Cap.8

82 54 16
                                    

A veces, en los recovecos de mis sueños, puedo sentir las caricias de mi madre en mi mejilla. Sin embargo, su rostro se desvanece cada vez más en mi memoria. Recuerdo las mañanas antes de ir a la escuela, la voz cálida de mi padre deseándonos buenos días y depositando un beso en nuestra frente. El aroma a café y pan tostado impregnaba el aire, creando un ambiente acogedor y seguro.

Uno de los últimos recuerdos claros que tengo es de estar frente al espejo, mientras mi madre cepillaba con ternura mi largo y ondulado cabello castaño. Sus manos eran suaves como pétalos de rosa, delicadas y protectoras.

Al dormir, en los sueños encuentro consuelo, es el único lugar donde la vida parece ser lo que deseo, donde no existen las penas ni el corazón roto y vacío. Pero al despertar, la cruda realidad me abraza.

La vida se tornó fría y solitaria después de que partieron, y a menudo he sentido que habría sido más fácil unirme a ellos. Nunca imaginé que la ausencia pudiera doler tanto, que cada día sería una batalla por sonreír de nuevo. La pérdida de mis padres fue un golpe devastador, y el cuidado de mi abuela, aunque necesario, ha sido una carga pesada. No puedo entender su distanciamiento frío hacia mí, su rechazo palpable. Desde niña, ha visto a mi madre en mi rostro, y temo haberle causado más dolor con mi presencia.

Después de tanto dolor y tantos días grises, me reconforta que la vida me haya cruzado con Evelyn. Siempre radiante y divertida, su sonrisa me espera cada día en la escuela, acompañada de un abrazo cálido como si tuviera un exceso de ternura que quisiera compartir. Es increíble cómo alguien puede reparar un pedacito roto de tu corazón con tanta simplicidad, dándote razones para creer que vale la pena seguir adelante. Comienzo a sentir que despertar cada mañana puede doler un poco menos cada vez.

Me encontraba contemplando el paisaje afuera de mi hogar, sentada en el suave césped y dejando que el viento jugara con mi cabello. El cielo gris presagiaba una tormenta próxima, y los destellos de relámpagos iluminaban intermitentemente el horizonte. Me perdí en la vista, absorta en mis pensamientos que parecían resonar en el silencio a mi alrededor, mientras Jamón dormía plácidamente en mi regazo.

De repente, escuché a alguien acercándose y alzando la vista, vi a Marco llegar inesperadamente.

—Perdóname por aparecer así de repente, pero no podía esperar hasta el lunes para volverte a ver—me dijo, corriéndose el pelo hacia atrás mientras bajaba de su bicicleta.

—No te preocupes, me alegra que hayas venido—respondí con una sonrisa.

—Por cierto, te traje algo—añadió, sacando de su mochila una hoja enrollada mientras sonreía—¿Recuerdas que me gusta pintar paisajes? Lo hago porque hay  bellezas dignas de ser admiradas—dijo, recordándome nuestra primer conversación. Asentí mientras contemplaba lo que había hecho.—No pude evitar retratar lo que para mí es lo más hermoso que he visto en mi vida.

Extendió ante mí una pintura: mi retrato, capturado con cada detalle, cada lunar, cada línea de mi rostro como si lo hubiera fotografiado en su mente y memorizado cada centímetro de mi piel.

Extendió ante mí una pintura: mi retrato, capturado con cada detalle, cada lunar, cada línea de mi rostro como si lo hubiera fotografiado en su mente y memorizado cada centímetro de mi piel

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
ShadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora