Cap. 11

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Al día siguiente, el ruido de la lluvia en mi ventana me despertó temprano. Decidí que no iría a la escuela. Un terrible dolor de cabeza me invadía debido al alcohol que había bebido la noche anterior.

La sensación de angustia y el corazón herido me recordaban todo lo que había sucedido el día anterior. En mis pensamientos me juzgaba a mí misma por lo que me permití sentir por Hero. Los sentimientos empezaban a convertirse en enojo y frustración, y la idea de que los labios con los que recorrió cada parte de mi ser hayan estado en la boca de alguien más me devastaba por completo.

Me miré al espejo incontables veces aquel día, preguntándome cuál era el problema en mí para que Hero no se interesara lo suficiente. A tan poco tiempo de haberle entregado mi alma, de haber puesto mi corazón en sus manos y permitirle jugar con él hasta romperlo, él había besado a alguien más, haciéndome creer que yo no era la única en su vida. Me sentí como un objeto y no pude evitar llorar durante horas.

La tormenta exterior parecía reflejar mi tormenta interior. La lluvia golpeaba la ventana con fuerza, como si el cielo compartiera mi tristeza. Mis lágrimas se mezclaban con la lluvia en el cristal, y cada gota parecía llevarse un pedazo de mi dolor, pero nunca lo suficiente. Sentía el peso de la traición en mi pecho, como una losa que no podía levantar.

En medio de mi llanto, recordé las palabras de Marco la noche anterior. Su sinceridad y su amor incondicional brillaban en mi memoria, ofreciendo un contraste doloroso con la confusión y el dolor que Hero me había causado. La ternura con la que me había secado las lágrimas y la promesa en su voz de estar a mi lado me daban una pequeña esperanza, un resquicio de luz en medio de la oscuridad.

Aunque el dolor seguía siendo abrumador, sabía que debía encontrar una manera de sanar. No podía permitir que la traición de Hero definiera mi vida ni mi valor. Me merecía alguien que me apreciara y me amara por quien soy, sin reservas ni juegos.

Con el sonido constante de la lluvia como telón de fondo, decidí que debía ser fuerte. Me limpié las lágrimas, tomé una respiración profunda y me prometí a mí misma que no dejaría que este dolor me destruyera. Encontraría la manera de seguir adelante, de reconstruir mi corazón roto y de darme la oportunidad de ser feliz, tal vez con alguien como Marco, que había demostrado ser un faro de luz en mi noche más oscura.

Aquella tarde, mientras miraba por la ventana y veía la lluvia caer, lo vi a Marco llegar bajo la lluvia torrencial. Abrí la ventana y sabiendo que mi abuela dormía su siesta, le di una señal para que subiera a mi habitación silenciosamente. No pasó mucho tiempo antes de que escuchara sus pasos apresurados subiendo las escaleras, y pronto apareció en el umbral de mi puerta, empapado y con una expresión de preocupación.

—Perdóname, me preocupé por ti. Hoy no te vi en la escuela y quería asegurarme de que estuvieras bien —me dijo, regalándome un cálido abrazo que al instante me reconfortó.

—Estoy mejor, gracias por preocuparte —respondí, esbozando una sonrisa que reflejaba una chispa de felicidad en mi rostro. —Estás empapado, toma —le ofrecí una toalla.

—¿Te importa si...? —señaló su blusa blanca empapada, que se pegaba a su piel.

—No hay problema... —dije mientras lo veía sacársela, riéndome ligeramente—. Dudo que algo mío te quepa.

Allí estaba él, con el torso al desnudo, y las gotas de agua acariciaban su piel, destacando la tonicidad de sus músculos como si hubiera sido esculpido por los ángeles. No pude evitar quedarme mirando, admirando la forma en que cada gota se deslizaba por su piel.

Marco notó mi mirada, y con una sonrisa tímida, se secó el cabello con la toalla que le había dado.

—Gracias por la toalla —dijo, rompiendo el silencio cargado de tensión.

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