Cap.3

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Los días gélidos del invierno finalmente cedieron ante el paso del tiempo, y mi abuela recuperó su salud, permitiéndonos retomar nuestras tareas habituales. Llegó el momento de reabastecernos para los días venideros, y después de mucha insistencia, mi abuela accedió a que la acompañara al pueblo en busca de provisiones.
Esta vez, nos desplazamos en su carro, un vehículo que aunque mostraba los estragos del tiempo y necesitaba algunos arreglos, aún era funcional para llevarnos a donde necesitábamos ir. Era un domingo por la mañana, similar al día en que el encanto del misterioso joven del piano me cautivó para siempre.

Aunque no planeaba entablar conversación alguna con él, mi torpeza de aquel día aún me atormentaba con vergüenza, mantenía la esperanza de encontrarlo nuevamente en el mismo lugar. Anhelaba, una vez más, deleitarme con su presencia, perderme en su belleza mientras las notas de su música llenaban el aire con magia y misterio.

Mientras mi abuela se entretenía charlando con sus conocidos en cada tienda, mis ojos exploraban ansiosamente cada rincón del pueblo en busca de aquel misterioso joven. En un breve respiro entre una parada y otra, decidí acercarme a la iglesia, pero esta vez no había melodía alguna flotando en el aire. Con el corazón apesadumbrado, observé el asiento del piano vacío, sintiendo un vacío en mi pecho.

De repente, una imponente figura se detuvo detrás de mí, interrumpiendo mis pensamientos y provocando un escalofrío que recorrió mi espalda. Sin girarme, pude sentir su presencia, una presencia que parecía emanar una energía imponente y desconocida. Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, me atreví a volcarme hacia atrás, lista para enfrentarme a quien sea que se encontrara detrás de mí.

– Tú eres la que se le cayeron las frutas. – Una voz gruesa y cálida rompió el silencio, hablándome con amabilidad.

Me giré para ver quién me hablaba, y allí estaba él: el joven del piano.

– Soy Hero– dijo con una sonrisa en su rostro.

Parecía tener un aura angelical que me dejó hipnotizada, atrapada por la profundidad de sus ojos oscuros como el abismo y sus pronunciadas cejas, que parecían tener vida propia mientras penetraban mis propios ojos como si quisiera devorarme con solo mirarme.

– Soy Selene –esbocé tímidamente con un hilo de voz. – y disculpa por interrumpir aquel día.

– No te preocupes –respondió Hero con amabilidad–, aprovecho a tocar cuando la iglesia está vacía. Me alegró tener público aquel día.

Mis mejillas se tiñeron de un rubor intenso al darme cuenta de que mi presencia había causado un impacto en él.

– ¿Eres de por aquí? Jamás te había visto. – Su interés en conocerme me hacía temblar por dentro, y mis manos sudaban. Traté de disimularlo lo mejor posible, pero mi voz temblorosa me delataba.

– Vivo cerca, a unos 20 minutos de aquí –confesé con una leve sonrisa nerviosa. Luego, reuní el coraje para agregar–: Y por cierto, me gustó mucho lo que tocabas en el piano. Tienes un talento excepcional.

Sus ojos se iluminaron como estrellas en la oscuridad, y un delicado rubor se extendió por sus pálidas mejillas. El mundo pareció detenerse en ese instante, sumido en un profundo silencio, mientras nuestras miradas se encontraban y se entrelazaban en un intercambio lleno de promesas no dichas y emociones profundas.

– ¡Selene! –oí la voz de mi abuela buscándome, rompiendo el encanto del momento.

Abandoné aquel instante que compartíamos sin despedirme, y corrí hacia ella, dejando atrás la promesa de lo que podría haber sido.

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