Dos semanas antes de la visita a Anya, me encontraba en el hospital, recién salido de un coma. La pelea que había tenido con Anya había sido la gota que colmó el vaso, y la discusión se había salido de control. Los gritos y la tensión habían escalado hasta el punto de que, en un arrebato de desesperación, me había caído y golpeado la cabeza. La última imagen que tenía en mi mente era la de Anya mirándome con lágrimas en los ojos mientras todo se volvía negro.
Desperté días después, desorientado y confuso. El hospital estaba silencioso, roto solo por los ocasionales pitidos de los monitores y los murmullos de las enfermeras. Fue entonces cuando Émile, mi amigo de toda la vida, entró en la habitación. Su rostro estaba serio, y su mirada reflejaba una mezcla de preocupación y determinación.
“¿Cómo te sientes, Damián?” preguntó Émile, tomando asiento junto a mi cama.
“Como si me hubiera pasado un tren por encima” respondí con una sonrisa débil. “¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Anya?”
Émile desvió la mirada, evitando mis ojos. Sabía que algo no andaba bien. “Hay mucho que necesitas saber, pero primero, ¿recuerdas algo de lo que pasó esa noche?”
Cerré los ojos, tratando de ordenar mis pensamientos. La pelea, los gritos, el dolor... todo estaba borroso. “Solo fragmentos. Discutimos. No recuerdo mucho más.”
Émile asintió lentamente. “Fue una pelea fea. Anya... ella te dejó en el hospital. Estaba fuera de sí, preocupada, pero también asustada. No ha vuelto desde entonces.”
Sentí un nudo en el estómago al escuchar eso. “¿Dónde está ahora?”
“Se fue a Italia cuando entraste en coma. Regresó a Ostania hace poco” dijo Émile, suspirando profundamente. “Ha estado evitando a todos. Pero eso no es todo lo que necesito decirte.”
Hubo un largo silencio entre nosotros. Émile parecía debatirse internamente, como si no supiera cómo continuar. Finalmente, tomó aire y soltó la bomba.
“Hay algo que Anya no te ha dicho” dijo, su voz temblando ligeramente. “Tienes dos hijos, y necesitas enfrentar esa realidad.”
Las palabras de Émile me golpearon como algo un martillo. “¿Dos hijos? ¿De qué estás hablando?”
Émile me miró con seriedad. “Sí, Damián. Dos hijos. Anya estuvo ocultándotelo. No los conoces, pero ella te ocultó su existencia. Es hora de que enfrentes la verdad y averigües qué está pasando realmente.”
Me quedé en silencio, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Las palabras de Émile resonaban en mi cabeza, llenándome de una mezcla de incredulidad y desesperación. “¿Por qué no me dijo nada?” pregunté finalmente, mi voz quebrándose. “¿Cómo pudo ocultarme algo así?”
“No lo sé, Damián” respondió Émile, colocando una mano sobre mi hombro. “Pero ahora que lo sabes, es tu responsabilidad averiguar la verdad. Anya debe tener sus razones, pero eso no significa que no merezcas saber la verdad. Debes encontrarla y enfrentar esta situación de frente.”
Asentí lentamente, sintiendo el peso de la revelación. “Lo haré, Émile. Gracias por decírmelo. Sabía que había algo que no me cuadraba, pero esto... esto es mucho más de lo que imaginaba.”
Émile me apretó el hombro con firmeza. “Estoy contigo en esto, hermano. No estás solo. Tienes que hablar con Anya y descubrir la verdad. Sea lo que sea, enfrentarás esto juntos, y estoy aquí para apoyarte en cada paso.”
Con esas palabras, supe que no tenía más remedio que enfrentar a Anya y descubrir la verdad sobre mis hijos. No podía seguir viviendo en la sombra de la incertidumbre. Era hora de aclarar el misterio y asumir mi responsabilidad, por el bien de esos pequeños que, sin saberlo, podían ser mis hijos.
Ahora, con esa conversación resonando en mi mente, me encontraba a las puertas de Anya, buscando respuestas. Había llegado el momento de enfrentar la verdad, por dolorosa que fuera.
Mientras esperaba, no pude evitar que mi mente vagara hacia aquellos recuerdos escondidos de las noches en mi habitación. El ambiente siempre estaba cargado de una mezcla de euforia y ternura, alimentado por el alcohol y la pasión compartida. Aquella noche en particular, el aire estaba impregnado de un dulce aroma a vino.
“Damián, no deberíamos seguir bebiendo,” murmuró Anya, riendo mientras se dejaba caer en la cama de mi habitación. La mansión estaba en silencio, el eco de nuestra risa resonando en las paredes.
“Solo una copa más, Anya,” respondí, tambaleándome ligeramente mientras le servía otra copa de vino. “Es nuestra noche.”
Nos miramos a los ojos, y el mundo exterior dejó de existir. Estábamos ebrios, sí, pero también estábamos completamente enamorados. Me acerqué a ella, dejando la copa a un lado, y nuestras miradas se encontraron en un momento cargado de emoción y deseo.
“Te amo, Damián,” susurró Anya, sus ojos brillando con una mezcla de lágrimas y amor sincero.
“Y yo a ti,” respondí, mi voz quebrándose. La besé con una urgencia que solo el alcohol y la certeza de nuestro amor podían alimentar. La habitación parecía girar a nuestro alrededor, y en medio de la confusión y la pasión, nos entregamos el uno al otro.
Ese fue el inicio de algo que, sin saberlo, cambiaría nuestras vidas para siempre. Cada detalle de esas noches en la mansión estaba grabado en mi memoria, desde el suave murmullo de nuestros susurros hasta el calor de su cuerpo junto al mío. Ahora, de pie frente a la puerta de Anya, esas imágenes me inundaban con una mezcla de nostalgia y temor. Había llegado el momento de enfrentar la verdad, por dolorosa que fuera.
y espera, con el corazón latiendo rápidamente en su pecho. Cada segundo se alargaba mientras reflexionaba sobre lo que estaba a punto de descubrir. Finalmente, el sonido de pasos se acercó al otro lado de la puerta. Anya abrió, su rostro revelando sorpresa y una mezcla de emociones difíciles de leer.
"Damián..." susurró, su voz apenas un murmullo.
Anya parecía más delgada, con ojeras bajo los ojos que denotaban noches sin dormir. Su cabello, antes tan brillante, ahora parecía descuidado. Sin embargo, el amor en sus ojos seguía siendo palpable, aunque mezclado con el peso de la responsabilidad y el temor.
"Anya..." comencé, sintiendo cómo las palabras luchaban por salir. "Necesitamos hablar."
Ella asintió lentamente, dejando la puerta entreabierta para que yo pudiera entrar. La casa estaba en silencio, solo roto por el leve murmullo de la televisión en la sala de estar. Yo seguí a Anya hasta el sofá, donde ambos nos sentamos en un incómodo silencio.
"Émile me dijo..." comencé, pero mí voz se quebró. Tomé aire y continúe, decidido a afrontar la verdad que había estado oculta durante tanto tiempo. "Me dijo sobre los niños, Anya."
Anya bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de mí mirada. "Lo siento, Damián. Sólo vete."
Las palabras de Anya cortaron el aire como un cuchillo afilado. Damián se quedó sin aliento por un momento, sin esperar una respuesta tan cortante después de haber reunido el coraje para enfrentarla. Apretó los puños, sintiendo el peso abrumador de la situación. Respiró hondo, buscando mantener la compostura, fue inútil y terminé, descontrolado.
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Volverás a Amarme
أدب الهواةCualquier chica universitaria desea terminar la Universidad ¿Cierto?, yo también lo deseaba, pero mís planes cambiaron drásticamente cuando descubrí que algo se estába desarrollando en mís entrañas, algo que en unos meses me llamaría mamá, no puede...