Sospechas

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"Dímelo, Anya! ¿De quiénes son esos adorables niños? ¿Quién es el verdadero padre? ¿Demetrius, Kay o acaso soy yo?" grité con frustración, sintiendo cómo la desesperación me ahogaba.

Anya me miró con sus grandes ojos llenos de lágrimas, pero no dijo nada. El silencio que siguió a mis palabras era ensordecedor. Los pequeños, ajenos a la tensión que llenaba la habitación, dormían eElla apartó la mirada, incapaz de sostener mi mirada. Sabía que la respuesta estaba ahí, en algún rincón de su mente, pero algo la retenía. Quizás era miedo, o quizás era algo más profundo, una barrera que no podía o no quería cruzar.

Los niños se removieron ligeramente a su cuna cercana, su respiración tranquila contrastando con la tormenta emocional que se desataba entre nosotros.

Mis pensamientos corrían frenéticos. Recordaba cada momento que habíamos compartido, buscando en vano alguna pista, alguna señal que me diera la certeza que tanto necesitaba. Cada segundo de incertidumbre era una eternidad.

"Por favor, Anya, necesito saber la verdad" supliqué, mi voz quebrada por la desesperación.

Ella apartó la mirada, incapaz de sostener mi mirada. Sabía que la respuesta estaba ahí, en algún rincón de su mente, pero algo la retenía. Quizás era miedo, o quizás era algo más profundo, una barrera que no podía o no quería cruzar.

Los niños se removieron ligeramente en su cuna, y al mirarlos de cerca, no pude evitar ver mis propios rasgos reflejados en sus pequeños rostros. Mis ojos, mi sonrisa. Era como mirarse en un espejo del pasado.

Anya se mordió el labio, y en ese momento supe que no iba a decir nada. No ahora, al menos. Pero la verdad estaba ahí, latente, esperando ser descubierta. Y yo no me detendría hasta encontrarla.

"Está bien, Anya" dije finalmente, con una calma que no sentía. "No tienes que decir nada. Pero te prometo que no descansaré hasta saber la verdad. Porque estos niños merecen saber quién es su padre. Y yo necesito saber si soy yo".

Con esas palabras, me giré y me acerqué a la cuna, levantando a la pequeña en mis brazos mientras el otro niño seguía durmiendo. Sabía que el camino hacia la verdad sería largo y difícil, pero estaba decidido a recorrerlo hasta el final.

"¡Dame a mis hijos! No tienes derecho a llevártelos" gritó Anya, su voz quebrándose por el dolor y la desesperación.

Me detuve en seco, girándome lentamente para enfrentarla. La niña en mis brazos comenzó a llorar, asustada por los gritos y la tensión en el aire. La apreté contra mi pecho, tratando de consolarla.

"¿Derecho?" dije con voz temblorosa. "¿Y qué hay de mi derecho a saber la verdad, Anya? ¿Qué hay del derecho de estos niños a conocer a su verdadero padre?"

Anya avanzó hacia mí, sus ojos ardiendo con una mezcla de rabia y dolor.

"No entiendes, no puedes entender..." comenzó, pero su voz se quebró y no pudo continuar.

"Entonces explícame" respondí, mi tono más suave. "No quiero arrebatarte nada, Anya. Solo quiero saber la verdad. Quiero ser parte de sus vidas si son mis hijos. No podemos seguir viviendo con esta duda entre nosotros".

Ella cerró los ojos por un momento, respirando profundamente, intentando calmarse. Cuando volvió a abrirlos, su mirada era decidida.

"No es tan simple, nunca lo ha sido" dijo en voz baja. "Hay cosas que no puedes entender, razones por las que he guardado silencio".

"Entonces ayúdame a entender" supliqué. "No quiero ser tu enemigo, Anya. Solo quiero lo mejor para estos niños".

El silencio se instaló entre nosotros de nuevo, pesado y denso. Anya parecía debatirse internamente, luchando con sus propios demonios.

Anya se quedó en silencio, sus labios apretados en una fina línea. La acusación que le había lanzado semanas atrás, sobre su supuesto engaño con Demetrius, aún pendía entre nosotros como una sombra oscura. Sabía que aquello había abierto una herida profunda y que su silencio ahora era su manera de protegerse. Pero no podía seguir viviendo en esa incertidumbre.

"Anya, mírame," dije con voz firme. "Sé que no confías en mí, y probablemente me lo merezca después de todo lo que dije. Pero necesito saber la verdad, incluso si eso significa que tienes que mentirme una vez más."

Ella me miró, sorprendida por mis palabras. "¿Mentirte? ¿Qué estás diciendo?"

"Sí," respondí, sintiendo que mi corazón se rompía un poco más con cada palabra. "Si mentir es lo que has estado haciendo, entonces hazlo ahora. Dime que no son mis hijos, dime cualquier cosa que puedas para que pueda seguir adelante. Pero no me dejes en esta agonía, Anya. No puedo seguir así."

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, y vi un destello de dolor en sus ojos. "No sabes lo que me estás pidiendo," murmuró. "No es solo una mentira, es mucho más que eso. Es nuestra vida, nuestro futuro..."

"Lo sé," respondí suavemente. "Y estoy dispuesto a aceptar cualquier cosa que me digas. Pero necesito algo, cualquier cosa, para poder seguir. Porque estos niños merecen una vida llena de amor y verdad, y yo no puedo darles eso si no sé dónde estoy parado."

Anya respiró hondo, su cuerpo temblando visiblemente. Finalmente, pareció tomar una decisión. "Está bien," dijo con voz temblorosa. "Si quieres una mentira, te la daré."

Se acercó lentamente, mirándome directamente a los ojos. "No son tus hijos," dijo con una firmeza que casi me convenció. "Son hijos de Demetrius. Él y yo... tuvimos un momento de debilidad. Lo siento."

Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies. Las palabras que había anhelado escuchar, aunque fueran una mentira, ahora me golpeaban con una fuerza devastadora. Miré a los niños en la cuna y en mis brazos, buscando desesperadamente algún indicio que me confirmara o negara lo que acababa de escuchar. Pero sus rasgos eran los mismos, mi reflejo en pequeños espejos.

"Gracias," murmuré, apenas capaz de hablar. "Gracias por decírmelo."

Anya sollozó, y su dolor era palpable. "No quería que esto sucediera. No quería que todo se complicara tanto. Solo quería protegerte."

"Lo sé," respondí, sintiendo una extraña mezcla de alivio y desolación. "Y te lo agradezco."

Con esas palabras, me giré y volví a dejar a la pequeña en su cuna, y miré al otro niño que seguía durmiendo tranquilamente. "Adiós, pequeños," susurré, acariciando suavemente sus mejillas.

Me dirigí hacia la puerta, sintiendo el peso de cada paso. Anya no dijo nada, y yo tampoco. Sabía que este no era el final, pero por ahora, era lo más cerca que podía estar de una resolución.

"Prometo que no intervendré," dije antes de salir. "Solo quiero lo mejor para ellos. Cuídalos, Anya."

Y con eso, cerré la puerta detrás de mí, dejando atrás una parte de mi corazón en esa pequeña habitación llena de secretos y silencios.

Volverás a AmarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora