Un fin de semana en Ostania

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Era una tranquila mañana de sábado, y Anya y Damián finalmente tuvieron un momento de intimidad después de mucho tiempo. Estaban en la habitación, disfrutando de su tiempo juntos, cuando la puerta se abrió de repente.

Sus mellizos, siempre curiosos y llenos de energía, entraron corriendo. "¡Mamá! ¡Papá!" exclamaron al unísono, con sus voces alegres llenando la habitación.

Damián, que estaba encima de Anya, se giró rápidamente para ver a sus hijos. La sorpresa en sus rostros era evidente, pero no había miedo, solo una curiosidad inocente. Anya, con las mejillas ruborizadas, trató de mantener la calma y sonrió a sus hijos.

"Hola, mis amores," dijo Anya, tratando de sonar tranquila. "¿Qué hacen aquí tan temprano?"

La niña, con su carita inocente, respondió: "¡Queríamos decirles que hicimos el desayuno para ustedes!"

El niño, siempre el más audaz, añadió: "Sí, queríamos sorprenderlos. ¿Estaban jugando a algo?"

Damián se incorporó lentamente y se sentó al borde de la cama, mirando a sus hijos con una sonrisa. "Sí, estábamos jugando a un juego de adultos," dijo con suavidad, tratando de explicar la situación de una manera adecuada para su edad.

Anya se levantó y se unió a ellos, abrazando a sus mellizos. "Gracias por el desayuno, son unos niños muy considerados," les dijo con cariño, besando sus frentes.

La niña, sin embargo, no parecía completamente satisfecha con la explicación. "¿Podemos jugar también?" preguntó, su curiosidad aún presente.

Damián y Anya se miraron y compartieron una sonrisa cómplice. "Tal vez cuando sean un poco mayores," dijo Damián, acariciando el cabello de su hija. "Por ahora, ¿por qué no vamos a la cocina y disfrutamos de ese desayuno que hicieron?"

Los mellizos asintieron emocionados y, tomando a sus padres de las manos, los guiaron hacia la cocina. Anya y Damián compartieron una última mirada antes de seguir a sus hijos, sintiendo una mezcla de amor y diversión. Sabían que estos momentos, aunque a veces inesperados y llenos de sorpresas, eran los que hacían que su familia fuera única y especial.

Y así, en medio de risas y desayunos improvisados, Anya y Damián se dieron cuenta de que, a pesar de los desafíos, cada día con sus hijos era un regalo. Estaban listos para enfrentar cualquier cosa, juntos, como una familia.

Mientras disfrutaban del desayuno que los mellizos habían preparado, Damián se perdió por un momento en sus pensamientos. Observó a su hija mientras ella hablaba con entusiasmo sobre cómo había aprendido a hacer panqueques. Su mente comenzó a divagar, imaginando cómo sería cuando ella creciera y comenzara a tener novio.

En su visión, Damián se vio a sí mismo de pie en la puerta, con los brazos cruzados, observando a un joven nervioso que había venido a buscar a su hija para una cita. Su hija, ahora una adolescente, bajaba las escaleras con una sonrisa radiante, y el joven, visiblemente intimidado por la presencia de Damián, trataba de mantener la compostura.

"Papá, él es mi amigo," decía su hija con un tono de súplica. Damián, sin dejar de observar al joven con una mirada crítica, asentía lentamente.

"Quiero que la cuides bien," decía Damián, su voz firme pero con un toque de suavidad. "Ella es lo más importante para nosotros."

El joven asentía rápidamente, prometiendo que la trataría con el mayor respeto y cuidado. Damián, aunque todavía receloso, soltaba un suspiro y dejaba que se fueran, confiando en que su hija sabría tomar buenas decisiones.

De vuelta en el presente, Damián sacudió la cabeza para despejar esos pensamientos. No podía evitar preocuparse por el futuro, pero sabía que aún faltaba mucho tiempo para esos días. Por ahora, estaba agradecido por los momentos simples y felices que compartían como familia.

"Papá, ¿en qué estás pensando?" preguntó su hija, notando la expresión pensativa de Damián.

"En lo rápido que estás creciendo," respondió él con una sonrisa. "Y en cómo quiero disfrutar cada momento contigo y tu hermano."

Anya, que había estado observando a Damián, entendió sus pensamientos y le tomó la mano, dándole un apretón reconfortante. "Tenemos mucho tiempo," dijo ella suavemente, compartiendo una mirada significativa con él. "Y estaremos aquí para guiarlos en cada paso del camino."

Damián asintió, sintiéndose agradecido por el apoyo de Anya. Sabía que, sin importar lo que el futuro les deparara, siempre estarían juntos, enfrentando cada desafío como una familia unida.

Después del desayuno, Anya y Damián ayudaron a los mellizos a limpiar la cocina. El sol de la mañana entraba por las ventanas, llenando el espacio con una luz cálida y acogedora. La rutina de los fines de semana siempre era especial para la familia, ya que les daba la oportunidad de estar juntos sin las presiones del trabajo y la escuela.

Más tarde, mientras los mellizos jugaban en el jardín, Anya y Damián se sentaron en la terraza con una taza de café. El ambiente era tranquilo, y ambos disfrutaban de la paz del momento.

"¿En qué pensabas antes?" preguntó Anya, rompiendo el silencio. "Parecías preocupado."

Damián se tomó un momento antes de responder. "Estaba pensando en el futuro. En cómo será cuando los niños crezcan y empiecen a tener sus propias vidas. Me cuesta imaginar que algún día nuestra pequeña tendrá novio y nuestro hijo tendrá que enfrentar sus propios desafíos."

Anya sonrió y apoyó su cabeza en el hombro de Damián. "Es normal preocuparse por eso, pero tenemos que recordar que estamos aquí para guiarlos y apoyarlos. Además, tienen un padre increíble que siempre estará para ellos."

Damián sintió el calor de las palabras de Anya y la abrazó con ternura. "Gracias, Anya. No sé qué haría sin ti."

"Nos tenemos el uno al otro," respondió Anya. "Y a nuestros maravillosos hijos. Todo lo que venga en el futuro, lo enfrentaremos juntos."

Mientras disfrutaban de su momento de tranquilidad, el teléfono de Damián sonó. Al mirar la pantalla, vio que era una llamada de su padre. Con una expresión de sorpresa y un poco de preocupación, contestó la llamada.

"Hola, papá," dijo Damián, tratando de mantener la calma.

"Damián, necesito verte," dijo su padre con una voz firme. "Hay algo importante que discutir. ¿Puedes venir a la casa hoy?"

Damián intercambió una mirada con Anya, quien le ofreció un asentimiento de apoyo. "Claro, iré esta tarde," respondió Damián antes de colgar.

"¿Qué ocurre?" preguntó Anya con curiosidad.

"No lo sé, pero parece importante," dijo Damián. "Iré a ver qué necesita mi padre. ¿Te importa quedarte con los niños?"

"Por supuesto," dijo Anya. "Ve y resuelve lo que sea. Estaremos bien aquí."

Damián se preparó para salir, besó a Anya y se despidió de los mellizos. Mientras conducía hacia la casa de su padre, no podía evitar sentir una mezcla de anticipación y nerviosismo. Sabía que cualquier cosa que su padre tuviera que decirle era algo que podría afectar a toda la familia.

Cuando llegó, su padre lo recibió en la puerta con una expresión seria. "Gracias por venir, hijo. Hay algo de lo que necesitamos hablar en privado."

Damián siguió a su padre al despacho, su mente llena de preguntas. Se sentó y esperó mientras su padre cerraba la puerta detrás de ellos.

"¿De qué se trata todo esto, papá?" preguntó Damián.

Su padre se sentó frente a él y tomó un profundo respiro. "Es sobre nuestro pasado y lo que se avecina en el futuro, Damián. Hay cosas que necesitas saber y decisiones que tomar. Y todo empieza con un secreto que he guardado por mucho tiempo."

Damián se inclinó hacia adelante, listo para escuchar. Sabía que lo que estaba a punto de descubrir podría cambiar todo lo que conocía.

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