El claro es una niñera

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— Venga, por aquí. — Indicaba Thomas.

Estoy muy nerviosa. Necesito saber qué es lo que hay fuera. Quiero salir.

— Mamá. — Chuck sonaba cansado.

— Dime.

— No estoy acostumbrado a correr tanto.

Dejé de correr para ir andando.

— ¿Rebe váis a parar? — Preguntó Newt.

Todos pararon.

— Seguid corriendo. — Dije. — Thommy esperadnos en la puerta.

— Es arriesgado. — Respondió.

— Dadme un cuchillo por si acaso, pero no creo que pase nada.

Thomas se acercó y sacó un cuchillo del bolsillo. Me dió el cuchillo y un beso.

— No tardéis y ten cuidado.

— Tranquilo.

Siguieron el camino.

— Gracias. — Dijo Chuck. — Por un momento casi me desmayo.

— ¿Quieres agua?

— Porfavor.

Saqué la botella de mi mochila y se la di. Bebió casi la mitad y me la devolvió.

— ¿Tú y Thomas qué?

— ¿Qué?

— ¿Es oficial?

— A ver no estamos saliendo aún, pero antes de llegar aquí lo estábamos. Además nos seguimos gustando.

— Pues me alegro mucho, te mereces un hombre que resuelva. Cómo él.

— Gracias supongo.

Estuvimos en silencio un rato. Él necesitaba recuperar el aliento. Con diez años no se puede tener cardio como alguien de veinti muchos.

— Rebecca prométeme que cuando salgamos no te olvidarás de mi. — Lo dijo como si fuera algo posible.

— Eso nunca. A no ser que me quiten mis recuerdos igual que aquí nunca te olvidaré.

— ¿Ni aún que nos separemos?

— ¿Y tu por qué piensas que nos vamos a separar?

— No sé. Supongo que cada uno tendrá que volver a su casa. Si es que tenemos casa.

— No creo. Por lo que recuerda Thomas nos criamos en el laboratorio.

— Entonces tú eres lo más parecido a una familia que tengo. Bueno lo más parecido no, eres mi familia.

Eso hizo que se me saliera una lágrima.

— Te quiero muchísimo Chuck. Ojalá recordar como eras de pequeño.

— Seguro que era muy guapo.

— Segurísimo.

— Y yo también te quiero a ti. Has cuidado de mí durante meses y no tenías porqué hacerlo. Si lo que recuerda Thomas es cierto no solo meses, si no años.

Le pasé el brazo por los hombros y lo abracé fuerte.

— No necesitas que yo te cuide, eres listo, puedes tu solo.

— Tal vez, pero contigo me siento protegido y querido.

Ya estoy empezando a llorar un poco.

— ¿Te acuerdas del día que llegué?

— Como para no acordarme. Te measte encima tres veces.

— ¡No expongas mis momentos humildes! — Exclamó.

Me reí.

— ¿Entonces por qué preguntas?

— Por si te acuerdas de eso que me dijiste.

El claro es como una niñera, nos cuidará hasta que vuelva nuestra familia.

— El claro es como una niñera, nos cuidará hasta que vuelva nuestra familia. — Respondí.

— Pues tu eres mi claro, mi niñera, mi familia, mi... mi... no sé, pero me entiendes ¿no?

Se me escaparon las lágrimas de nuevo.

— Chuck eres literalmente un ser de luz. Te prometo que cuando salgamos de aquí voy a seguir protegiéndote como siempre.

Se quedó callado durante casi un minuto.

— ¿Qué te pasa? — Pregunté.

Paró y dejó su mochila en el suelo. Se arrodilló y buscó algo dentro.

— Para ti.

Es la figurita que hicimos para sus padres.

— ¿Para mi? — Dije con la voz entre cortada.

Me la dió. Se levantó y se volvió a poner la mochila.

— Para ti.

Le abracé. No puedo explicar lo mucho que quiero a este niño. Me da paz y me transmite una tranquilidad increíble. Sus abrazos son terapia.

— Venga vámonos. — Lo solté después de casi un minuto. — Seguro que los demás ya han llegado.

— ¿Me cambias la mochila? La mía pesa mucho.

Intercambiamos mochilas y empezamos a correr.

Entre charla y abrazos nos hemos quedado muy atrás. No podíamos correr muy rápido para que no se canse Chuck, pero manteníamos un ritmo constante.

— Por aquí Chuck, estamos llegando queda muy poco.

Apenas cinco minutos después ya estábamos allí. Las puertas seguían abiertas.

— No te separes de mi Chuck ¿entendido? y si nos tenemos que separar intenta tener a cualquiera de los otros cerca.

— Vale.

Entramos.

Los chicos estaban peleando no con uno ni con dos, había tres laceradores. Teresa estaba en la puerta. Creo que necesita un código.

— Vale cambio de planes. — Dije. — Ve con Teresa y espera con ella.

Pasó corriendo entre ellos y llegó perfecto. Yo me uní con ellos.

El lacerador estaba de espaldas a mi, así que aproveché para clavarle una lanza. Newt me ayudó a rematarlo y entre los dos lo tiramos al vacío.

— ¿Tan difícil era chavales?

— Yo también me alegro de verte Rebe. — Dijo Minho mientras peleaba con otro.

Eran como cinco contra cada uno. Saqué la cuerda de mi mochila y no sé muy bien como, pero logré atarle una pata.

— ¡Thommy! ¡Toma!

Le tiré el otro extremo de la cuerda y él se la ató en la otra pata. Minho y Fritanga lo empujaron y cayó al vacío también.

Los demás chicos estaban peleando contra el otro.

— ¡Eh! ¡Eh! ¡EH! — Chuck estaba gritando.

Mierda. Las puertas se cierran. Corrimos intentando no quedar atrapados.

— ¡¡AHH!!

Me di la vuelta. Jeff. No puede ser. El lacerador lo ha matado. No paré de correr. No lo proceso. En ningún momento pensé que estando tan lejos nos podía pasar algo.

Ya estamos todos en la puerta.

— Nos pide un código de ocho números. — Informó Teresa.

— Rebi, Minho ¿Cuál es el orden de las secuencias del laberinto?

— Siete, uno, cinco, dos, seis, cuatro, ocho, tres— Respondió Minho.

Teresa puso esos números en ese orden. Perfecto. La puerta se abrió.

Somos libres. A partir de ahora nada puede salir mal.

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