VII

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Verano del 2013, Milton Keynes, Inglaterra.

Max Emilian Verstappen, ese era un nombre que comenzaba a ser mencionado cada vez con más frecuencia, era la joven promesa del automovilismo que permitía a Toro Rosso soñar con la posibilidad de ganar un campeonato, un chico con un brillante futuro por delante, un proyecto que había robado una infancia, pero ofertaba el éxito de una inversión a una leyenda del deporte automotor. Solo tenía 15 años en aquel entonces, no era más que un niño entrando a su adolescencia, un joven con sueños y aspiraciones, alguien cuyo único propósito en la vida era ser el máximo campeón de la F1, o bueno, eso fue lo que siempre le había hecho creer su padre.

Max aún era un estudiante y uno con mucha motivación y energía, toda su vida había crecido con el discurso de que algún día él sería el campeón del mundo y que, por lo tanto, tenía todo el derecho a desear devorarlo. Por aquel entonces no había nada más en la cabeza del chico neerlandés, que la idea de cumplir esa meta, nada podría distraerlo de su objetivo, nada podría hacerlo dudar de camino, nada excepto el amor.

Su nombre era Mattew Ghol, un chico inglés con la misma edad y con el mismo deseo que Max por ser piloto de la F1. Matt era un joven de apariencia agradable, con una muy marcada ascendencia mediterránea, con su piel morena acanelada, cabellos oscuros y ondulados, unos enormes ojos cafés con largas y rizadas pestañas, tan delgado y escuálido como cualquier otro adolescente en etapa de desarrollo. Su carácter era por demás ligero, era un muchacho simpático, sumamente gracioso y divertido, se la pasaba todo el tiempo tonteando y jugando, haciendo reír a Max hasta el punto de provocarle dolor en el estómago.

Se habían conocido en la academia de Red Bull, ambos eran estudiantes con grandes aspiraciones, pero con muy distintos conceptos acerca de la disciplina y el compromiso. Desde el primer día habían logrado congeniar, Mattew era tan irreverente que, importándole poco el ser reprendido, hacía bromas a sus profesores y a sus compañeros, provocando siempre la risa de Max y consiguiéndoles a ambos horas y horas de detención al finalizar las clases. Por increíble que pareciera, compartir ese tiempo de castigo, para Max, eran los momentos más divertidos y liberadores que podía disfrutar, lejos de los gritos de Jos y su constante presión. Matt era un respiro y un enorme alivio, era como un bálsamo que adormecía el dolor que le causaba su propia existencia, su gentileza y su humor ayudaban a Max a olvidarse, aunque fuese solo por un momento, de lo cansada que llegaba a ser su exigente hambre por convertirse en campeón y complacer a su implacable padre; Matt lograba hacerle reír con facilidad y su compañía pronto se convertiría en una más de sus motivaciones para asistir a la academia. Rápidamente se hicieron amigos, llegando a desarrollar un sentimiento que iba más allá. Para Max, esa relación con Mattew había sido el descubrimiento de su propio ser, con él había experimentado por primera vez lo que era la atracción, lo que era un enamoramiento, lo que era el miedo a lo desconocido y también el terror a ser juzgado.

Durante ese verano del 2013 se habían vuelto más que inseparables, a donde iba uno, el otro lo seguía, incluso en algún momento Pierre había hecho la broma de que eran como sal y pimienta, siempre juntos al centro de la mesa. Tomaban clases y hacían sus prácticas siempre en compañía, cosa que para nadie resultaba extraño, les veían solo como dos buenos amigos. Únicamente Jos Verstappen veía con malos ojos esa relación y no porque sospechara sobre la sexualidad de su hijo, sino porque, para él, Mattew no era más que un holgazán y un irresponsable, un chico que no tenía futuro dentro de la F1 y, por lo tanto, no tenía cabida en la vida de Max.

Una tarde, después del horario de clases, Max y Matt fueron retenidos en la academia de nueva cuenta como castigo a su conducta de ese día. Ambos debían poner en orden todas las herramientas que se habían ocupado durante las clases en el garage, y, como siempre, Matt ocupaba el tiempo solo para jugar y bromear con Max, tomando cualquier tonta excusa para tocarlo, abrazarlo o acercarse tanto a él como para poder acariciar su rosto con la punta de su nariz. Eran tan cercanos, tan íntimos que en algún momento, confiados en que en ese horario no habría más nadie en esas instalaciones, envueltos en aquella familiaridad, dominados por esa fuerte atracción, terminaron por mandar al carajo todo y unir su labios en un beso tierno e inocente, cargado a partes iguales de deseo y adrenalina, era el torpe jugueteo de dos jóvenes inexpertos que por primera vez daban y recibían un beso. Lo que Max había sentido en ese instante había sido demasiado intenso, demasiado nuevo, su corazón latía rápidamente al tiempo que sus labios ardían y exigían un nuevo contacto. Matt le veía con una sonrisa boba, consumido por el mismo deseo de volver a probar los rojos labios de Max y, en un acuerdo mutuo no verbalizado, volvieron a unirse en un suave y dulce beso.

Terapia de ParejaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora