XXV

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Desde muy joven, Checo, había idealizado el cómo sería enamorarse, enloquecer de amor y llevar a casa una linda chica que pudiese ser bien recibida por sus padres y formar una familia. Él era el más chico de sus hermanos y había visto con cierto recelo cómo Paola y Antonio habían formado dos bellas familias. Checo se había concentrado en su sueño, en ser piloto, en llevar su nombre y a su país a lo más alto del deporte automotor, por lo que había descuidado completamente aquella pequeña ilusión de algún día casarse y ser padre. Pero, ahora, con una fuerza casi inimaginable, aquel deseo había revivido, aunque con algunos pequeños cambios.

Los grandes premios de Qatar y Austin habían pasado tan rápido como habían llegado. Ambos habían sido ganados por Max, para alegría de la escudería y de los fans, que alababan el dominio del holandés y veían cada vez más cercanos los títulos de campeones tanto en la liga de pilotos como en la de constructores. Durante la competencia en el país árabe, Checo y Max habían mantenido su relación de manera muy discreta y profesional, casi dejándola en el límite de la cordialidad y la amabilidad. Por increíble que parezca que aún en pleno siglo XXI, con todos los avances sociales alrededor del mundo, en los emiratos aún seguía siendo penada la homosexualidad. Los organizadores del campeonato respetaban la relación de los pilotos de Red Bull, pero, aún así, exigían que sus muestras de afecto se mantuvieran ocultas en ese país, sobre todo ante cámaras o salidas públicas. Para ambos había sido sumamente difícil ya que estar compartiendo los mismos espacios y no poder al menos tomarse de las manos, parecía el más cruel de los castigos; Alice se las ingenió para mantenerlos ocupados en actividades de marketing por separado, incluyendo en estas a Daniel Ricciardo y a Yuki Tsunoda, ofertando imágenes de verdadera colaboración en equipo. Una vez que el evento de Qatar terminó y pudieron moverse hacia tierras más amables, Checo y Max pudieron volver a ser felices, juntos, en privado y sin temor a ser juzgados.

A Austin, Estados Unidos, llegaron con bastante tiempo de anticipación. Pasaron un par de días ellos solos, como unas pequeñas vacaciones, se olvidaron por un tiempo del estrés de las últimas semanas y se dedicaron a disfrutarse el uno al otro antes de regresar al ritmo del campeonato. Estando ahí, en una colaboración de marketing, Checho y Max se reunieron con Michael Block, jugador profesional de golf, para tener una partida en uno de los enormes campos de golf en Florida. Max también había sido invitado, pero, para todo mundo en Red Bull, era claro que quien jugaría sería Checo, ya que el golf era uno de sus grandes pasatiempos.

Michael había sido muy amable con ambos, pero Max tuvo la sensación de que aquel hombre era especialmente agradable con Checo, su Checo. Durante la conversación se dirigía a ambos, pero terminaba bromeando, comentando y tocando innecesariamente al mexicano. De un momento a otro fue notorio el cambio en la expresión del rubio, cada vez que Michael le sonreía a Checo, Max fruncía el ceño, cada vez que le tocaba el hombro o el brazo, una intensa comezón le picaba en la mano incitándolo a darle un manotazo. La sangre le hervía al ver la manera tan descarada con la que ese hombre le coqueteaba a Sergio, según él. Max se esforzaba por interponerse o por al menos mantener la atención de Checo en su persona, pero, cada vez que el mexicano atendía o respondía a las bromas del golfista, a Max lo atacaban unos celos que amenazaban con destrozar su estómago y al campo de golf entero.

Después de una interminable entrevista, fue momento de jugar. Rápido y sin dar oportunidad a nada, Max se apresuró a subir a Checo a un carrito de golf que él mismo se aseguraría de conducir; sin indicaciones de nadie, se había autonombrado compañero y cadi de Checo, dejando fuera a cualquier intruso que tuviese siquiera la más pequeña intensión de acercarse a su chico. Sergio solo reía divertido, creyendo que Max en serio jugaba, que aquella actitud no era otra más que esa nata competitividad que le hacía querer ser siempre el ganador. Max conducía tan veloz como el carrito de golf se lo permitía, llevando a Checo a cada uno de los dieciocho hoyos. Cada vez que veía a Michael acercarse, pisaba el acelerador e incitaba a Checo a hacer su mejor tiro tan rápido como le fuese posible. Las cámaras los grababan y todos parecían sorprendidos ante la actitud de Max, todos, al igual que Checo, creían que el neerlandés en verdad quería ganar aquel juego, solo Alice fue capaz de darse cuenta de hasta dónde los celos podían arrojar al león neerlandés, la mujer solo rezó porque ambos pilotos llegaran sanos y en una sola pieza al último hoyo del campo.

Terapia de ParejaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora