Capítulo 8. Represalias.

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A la mañana siguiente una nube de tensión envolvía la aldea. Sascha ocupaba una silla tras el mostrador y cuidaba de la tienda vacía. Aburrida y sin nada que hacer, apoyó la barbilla sobre un puño y observó a los aldeanos pasar.
Curiosamente, todos tenían algo que hacer en la plaza ese día.
Labios rojos como coral se curvaron con sorna; entrecerro los ojos cuando las miradas fisgonas y expectantes de los aldeanos espiaban al interior de la tienda. No eran sutiles al respecto y Sascha sofocó las ganas de gritarles.
Le echo una mirada al reloj de cuerda a su lado en el mostrador. Las ocho de la mañana, suspiro en silencio, de la manera en que se habian propagado las noticias de su divorcio y el revuelo que todo el asunto causo, cualquiera pensaria que habia transcurrido una semana desde entonces.
—Pueblo chico, infierno grande —mascullo entre dientes.
Sin embargo, los chismes diferían sustancialmente de la realidad. En estos ella era la perra desagradecida y traicionera que había sido infiel a su dedicado esposo.
Imagínense. 
Casi tuvo un paroxismo de risa cuando escuchó las historias del Viejo. ¿Había sido infiel? Cierto, pero solo después de descubrir al bastardo rodando en el proverbial pajal con su amante y al principio no fue consensuado, pero el monstruo demostró ser más que insistente.
Hizo mueca amarga, recordando al monstruo. Había sido macilla entre sus garras para modelar a su antojo, jamás se había sentido tan impotente y asustada en toda su vida como en ese momento. Todavía se preguntaba porque la había dejado ir. Meneó la cabeza, de nada servía pensar en el pasado, lo hecho, hecho estaba y eso no lo cambiaría nadie.
—¿Están molestándote?— levantó la cabeza para encontrar a Sheamus mirándola desde el umbral a la trastienda. Había preocupación real en su voz gruñona por lo que Sascha transformó la mueca amarga en una sonrisa.
Pensar en los eventos de inicios de mañana ayudó hacerla más real. No la parte en que vomitó su estómago en el baño, sino lo que sucedió más tarde cuando el Viejo espantó a las matronas de la aldea como si de molestas moscas se tratara, luego de que estas le habían exigido que la expulsaran.
Al parecer se había convertido en un mal ejemplo para los más jóvenes.
Nido de arpías. Eso era lo que eran y el recuerdo de sus viejas y arrugadas caras deformadas por la indignación y la ira la harían reír durante un tiempo.
—Solo están siendo curiosos— Se encogió de hombros. El viejo se acercó al mostrador y también observó por la ventana. —Sabes que aquí nunca pasa nada y cuando sucede se convierte en un circo.
—Pueblo chico, infierno grande— el viejo boticario se hizo eco de sus palabras, estando de acuerdo.
Se rieron en silencio cuando el herrero casi cayó en la fuente al no mirar por donde iba y cuando dos de las mayores chismosas del pueblo chocaron la una con la otra, si hubieran mirado por donde caminaban se hubieran evitado la colisión, pero como al parecer espiar dentro de la Botica era más interesante, pues terminaron en un lío de brazos y piernas.
—Lo que no entiendo es como la historia se extendió tan rápido y tan torcidamente. 
—Yo sí que entiendo— El anciano le dio una mirada inquisidora, a la que respondió con un suspiro. —Brigette y las tías de James.
Los ojos del anciano se encendieron con nueva luz y asintió como si eso lo explicara todo. Lo que en realidad hacía. Una sonrisa maquiavélica se extendió por el rostro curtido del anciano y Sascha miró con cautela las ampollas que el anciano repentinamente depositó en el mostrador.
—Entonces, no me sentiré mal por esto— Dijo demasiado alegremente.
Sascha entornó los ojos, ella conocía esa expresión.
—¿Quién va a perder el cabello por beber esto?
Su maestro tuvo el descaro de mirarla con ojos inocentes.
—¿Perder el cabello? Eso es un poco exagerado querida aprendiz, yo más bien diría cambiar momentáneamente de color, pero no más que eso.
Un tic sacudio los labios de Sascha.
—Aja, díselo a tus víctimas, ¿quién te ofendió esta vez?
El Viejo resopló.
—Toda la maldita familia Cornfield lo ha hecho.
Sascha arqueó las cejas con evidente placer. No había que ser tan inteligente para deducir la razón y casi sintió lastima por James y su familia. Entonces recordó las frecuentes palizas, los años de degradación y burlas y toda su compasión se evaporó.
Estudió de cerca las etiquetas y entendió el porqué de la sonrisa maquiavélica del anciano.
—Eres un viejo y astuto zorro— Le dijo.
—Gracias, lo tomaré como un cumplido. Ahora este viejo zorro regresará al trabajo.
—Te ayuda...— Apretó los dedos en el borde del mostrador cuando su visión se dobló repentinamente. La cabeza de Sascha giró de manera desagradable y sudor frío estalló, cubriendo su piel. Los bordes de su campo de visión se oscurecieron durante un segundo hasta que un punzante y fuerte olor estremeció su nariz y puso todos sus sistemas en órbita. El mundo volvió a su lugar y Sascha parpadeó.
—Voy a por el sanador— Sheamus apartó el frasco anti-mareo de su nariz y la miró con preocupación.
Y Sascha casi sintió pena por su destinaria, porque si solo el olor bastaba para aclararle la cabeza, eso significaba que el anciano se había excedido en la concentración de maná y la dosificación de hojas durante la preparación.
Otra vez. 
—Nada de sanadores— Le detuvo y no era solo porque tenía miedo de realmente haber contraído alguna peste mágica, gracias a los años de consultas sistemáticas Sascha tenía sentimientos encontrados con respecto a los sanadores de la aldea.
—Tú no sueles enfermarte, Sascha.
Cierto, ella no solía enfermarse. Nunca. Jamás. Su flujo de maná era demasiado fuerte –para un humano- para dejarle coger alguna enfermedad normal. Sin embargo, la inmunidad de Sascha no era absoluta, todavía podía ser afectada y más si el origen de la enfermedad era de naturaleza mágica.
—¿Cuándo irás por mis cosas?— preguntó, sentándose lentamente. El anciano arqueó las cejas por el evidente cambio de tema.
—Mañana, cuando todos estén en el campo— Sascha asintió y no dijo una palabra más. Sheamus carraspeó y le dijo. —Estaré en la parte de atrás, me llamas si algo surge.
—Está bien.
Sascha se quedó sola otra vez y masajeo sus ojos con cansancio. Si seguía así, realmente tendría que visitar un sanador. Quizás debería dejar de ser tan cabezota y hacerle caso a su maestro. Si el monstruo le había contagiado alguna peste mágica era mejor saberlo con tiempo y pensar en un tratamiento adecuado. Uno de los puntos fuertes de trabajar en una Botica era el fácil acceso a los elixires, pócimas y píldoras medicinales a su disposición. Sonaba despótico, pero en realidad no le importaba.
La campana sonó anunciando a un nuevo visitante, desviando la atención de Sascha. Durante un segundo una expresión rígida cubrió sus rasgos y al instante siguiente controló sus músculos faciales, componiendo una expresión llana y sin emociones cuando notó quien era.
—Hola, Brigette— Saludó con fría cortesía, internamente preparándose. La zorra no estaba ahí solo para recoger su medicamento. Echó un vistazo a las ventanas y casi dejo escapar un suspiro.
La plaza se había llenado en cuestión de segundos. Se preguntó ligeramente cuantos dispositivos de amplificación de sonido estaban siendo activados en ese momento.
Brigette entró a la tienda. El cabello oscuro suelto, enmarcaba un rostro bonito y encantador, del tipo que despertaba todos los instintos protectores de un hombre. Grandes ojos almendrados pardos, largas y risadas pestañas oscuras. Una nariz de botón y boca pequeña y dulce. El cuerpo antes delgado y juvenil, había desarrollado curvas voluptuosas por el embarazo.
La mirada de Sascha cayó inevitablemente en el vientre redondo de la otra y una punzada de dolor se clavó en su pecho, ella no quería de vuelta al bastardo de su ex, pero sin dudas quería lo que la otra pronto tendría.
Una familia.
Sascha tomó todas sus emociones y sentimientos y los enterró en lo más profundo de su alma. En ese lugar oscuro y solitario, lleno a reventar con todos sus malos recuerdos. No sintió nada, no demostró nada. Su expresión y mente en calma. En silencio dio las gracias a la madre superiora por enseñarle los méritos de la abstracción.  
—Hola, Sascha— la voz que la saludó era dulce y empalagosa cual melaza y tan fingida como podría llegar a ser sin exagerar. —Es bueno ver que estas bien, moria de la preocupacion por ti.
¿A qué estaba jugando ella? La atención de Sascha se desvió al exterior, su ceja izquierda subio ligeramente. El número de aldeanos iba en aumento nuevamente, ¿de donde venia tanta gente? ¿o era que acaso no tenian trabajo que hacer?
Se concentró en Brigette otra vez, y comprendió. La zorra jugaba a su juego preferido, desempeñando su papel favorito de dulce y preocupada mujer. Una mujer con doble trasfondo, claro está. 
—¿En serio?— arqueó una ceja adrede y se cruzó de brazos. —¿No lo has oído? Al parecer soy una adultera bastarda. Me sorprende que aun haya alguien que preocupado por mí a estas alturas.
Un fugaz chispazo de satisfacción brilló en los ojos de Brigette. Sascha estrechó ligeramente la mirada, percibiendo la sutil acción. Un peligroso y belicoso estado de ánimo se apoderó de Sascha, incluso con sus sentimientos y emociones duramente reprimidas ciertas tendencias no podían ser evitadas.
Sascha se decidió a jugar. En serio, a veces se preguntaba cómo le hizo para reprimir durante años su verdadera naturaleza, ¿o quizás nunca lo había conseguido del todo? ¿esa era la razón por la que siempre era castigada?     
—Viles rumores, querida— La joven caminó hasta el mostrador. —No te preocupes, estoy segura que James entrará en razones. 
—Ah, pero en realidad no quiero que lo haga— Brigette bizqueó en su dirección y la miró como si hubiera enloquecido. Quien sabe, tal vez lo había hecho, o quizás era la lunática de vuelta, poseyéndola otra vez. La lunática habitando su cuerpo se inclinó hacia delante, bajó la voz y le susurró. —De hecho, los rumores son verdad.
De acuerdo, eso no estaba en el plan. ¿Nuevo plan entonces? Una expresión contrariada llenó el rostro de la otra, claramente había sido sorprendida. Era evidente que nunca esperó que Sascha confirmara los rumores. 
—Estás aquí por tus pociones, ¿verdad?— preguntó sin darle tiempo a recuperarse. Sheamus una vez le enseñó los méritos de mantener a sus enemigos perturbados y desequilibrados. 
Brigette asintió con un puchero y una expresión contrariada aun tensando sus bonitos rasgos. Era evidente que las cosas no iban según lo que su pequeña mente orquestó. Pese a todo, Sascha sintió un pequeño ramalazo de diversión, ¿Quién habría dicho que jugar sería tan divertido?
Y ella quería jugar y jugar, jugar hasta que los trozos destrozados de sus enemigos cayeran a sus pies. Parpadeó, no reconociéndose a sí misma, repentinamente incomoda, Sascha apartó la mirada.
¿El Viejo le había influenciado más de lo que creía?
Rechazó el sentimiento y sus ojos aterrizaron sobre las tres ampollas ante ella y algo se asentó en su lugar. Ella no tenía que molestarse con la alimaña, no en realidad. Alguien más ya se había ocupado de ello.
—Aquí tienes, son seis piezas de cobre en total— Empujó las ampollas en dirección a la zorra doblecara.
Las ampollas desaparecieron en el interior de una bolsa cuando Brigette las tomó, parecía un poco descolocada todavía. Seis piezas cuadradas de cobre fueron depositadas en la palma expectante de Sascha.
—¿Las creaste tú?
No era difícil descifrar a que se refería, ¿verdad? ¡Qué mal por ti Brigitte! ¡Sino eras capaz de lidiar con las consecuencias, entonces no debiste pelearte con el cocinero!
—No— Una sonrisa depredadora curvó los labios de Sascha. —El Maestro las hizo.
La piel morena de Brigette palideció y por su reacción era evidente que adivinaba lo que estaba por venir. Sascha se permitió un pequeño momento de deleite, esperó hasta que la otra llego a la puerta para decir.
—Ya felicité a James, por cierto— Brigette se congeló, con la puerta medio abierta. Sascha percibió la mirada nerviosa que dio al exterior y a las personas reunidas ahí.
¡Ah! ¡Alguien no quería perder la cara!
—No tengo idea de lo que estás hablando— La mirada que le disparó a Sascha fue mortal, pero bajo toda la bravuconería su inquietud era evidente.
Sascha arqueó una ceja y continuó inmutable, proyectando su voz para ser oída a varios metros de la puerta.
—Por el nuevo miembro de la familia, claro está— Sascha fingió una mirada extraña y prosiguió hablando. —Es increíble, ¿no crees? Víctor lleva... ¿cuánto? ocho meses de muerto y aun así va a ser padre. Sinceramente espero que él bebé nazca bien.
—Por supuesto que lo hará. Estas siendo pájaro de malagüero— Apretó los labios en una línea recta, disparándole fuego por los ojos.
Si las miradas mataran, ya estaría muerta. Sascha se rio en secreto, por desgracia luego de los años de abuso a manos de los Cornfield, ella había desarrollado cierto grado de inmunidad. 
—¡Claro! ¡claro!— Sascha se apoyó contra el mostrador y ordenó a sus rasgos a componer una expresión preocupada. —Es solo que tu vientre es tan pequeño para tener siete u ocho meses, que no puedo dejar de sentir preocupación.
De repente un inquietante silencio cubrió los alrededores de la plaza. Los aldeanos parecieron congelados durante una fracción de minuto mientras consideraban todas las implicaciones y las cosas no dichas en las palabras de Sascha, Brigette también fue consciente de ello y de la pura y dura especulación llenando los ojos de sus vecinos.
En un arranque de ira, la mujer se acercó al mostrador, con el rostro ardiendo y el corazón lleno de odio, Brigitte se inclinó más cerca de Sascha. 
—De no ser por tus malditos ojos de maná y las ambiciones del anterior Jefe, él habría sido mío desde el comienzo. Esto no ha terminado.
El eco de la puerta al cerrarse de un bandazo lleno la tienda luego de la colerica partida de Brigitte.
—Soy muy consciente de ambas cosas— Le dijo a nadie en particular, mientras seguia con la mirada a la otra.
De ser cualquier otra persona, Sascha se sentiría mal, después de todo había abusado verbalmente de una mujer embarazada, pero como fue la misma Brigette quien empezó tal guerra sin sentido, pues ella simplemente devolvió el golpe.  
—Ustedes las mujeres dan miedo— Sheamus gruñó desde el umbral con expresion contrariada en su rostro. —¿Crees que fue sabio provocarla?
—La provoque o no, ella no me dejará en paz, ¿por qué tendría que molestarme?— Se encogió de hombros y contempló como los aldeanos empezaba a dispersarse para ocuparse de sus propias vidas.
¡Por fin!
El Viejo gruñó algo, un insulto a las mujeres en general y a las locas obsesivas en particular.
—¿En serio le pusiste los cuernos al bastardo?
Sascha le dio una mirada peligrosa. —¿Y qué si así fue?
El viejo boticario alzó las manos en el gesto universal de paz.
—Nada de nada. Yo soy equipo Sascha, sin importar que.
Sascha no pudo mantener el exiguo control con que embotellaba sus emociones y explotó en sonoras carcajadas.
Equipo Sascha, ¿eh? Era bueno ver que al menos alguien estaba de su lado.        

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