Capítulo 12: Adiós y hasta la vista.

74 15 6
                                    


Recoger sus pertenencias. Decidió Sascha. Fue la tarea más fácil y difícil del mundo. Esta era un hito, la evidencia final de que un cambio radical tocaba su vida y el significado tras ello era evidente. Se marchaba de Arden, el único lugar del mundo que conocía, y quizás era para siempre.
Apoyó una mano sobre su vientre plano y una sonrisa agridulce rizó sus labios. Había obtenido lo que más deseaba en la vida, pero a cambio el universo había exigido como pago a su mentor, al único padre que había conocido.
—Puedes volver cuando todo se calme— Una mano cayó sobre su hombro, apretándolo consoladoramente. Aunque por supuesto las palabras del anciano eran mentiras, ella lo sabía y él también, quizás por esa razón el anciano carraspeó y se enmendó. —Bien, al menos puedes visitarme de vez en cuando. Un par de meses deberían de bastar para calmar las cosas.
Sascha le miró fijamente. El anciano gruñó
—Un par de años pues— Suspiró. —Ánimos chiquilla, vas a comenzar una nueva vida. Quien sabe que maravillas encontraras en el camino.
—El cielo es el límite, ¿quieres decir?— Limpió las lágrimas desobedientes que habían escapado a su control.
“Hormonas.” Respiró hondo. “Son las hormonas del embarazo. Frotó su nariz hasta ponerla roja y esnifó. “Es por eso que estoy tan emotiva, no soy un bebé para llorar a cada segundo.”   
—¿Ya tienes todo?
Sascha asintió.
—No era mucho para empezar— Dijo y ambos miraron alrededor del estrecho cubículo y suspiraron.
Actualmente las únicas pertenencias de Sascha eran tres vestidos, tres conjuntos de ropa interior, un camisón de algodón blanco, un cepillo de cabello y algunos artículos de tocador. Todo el conjunto yacía en el interior de la bolsa mágica de rango inferior sobre su cama, el resto había ardido en la misma pira que su matrimonio cuando su ex decidió hacer una hoguera con los restos de su vida.
—Melida te acompañará al mercado en Crimson— El viejo le consoló. —Y hablando de eso...Ten. Necesitarás esto para empezar.
El viejo le pidió que extendiera una mano, a lo que Sascha obedeció. Instintivamente, cerró la mano sobre la bolsa de cuero en su poder. Se quedó helada cuando escuchó el distintivo sonido de monedas contra monedas.
Abrió la bolsa y espió su interior. Parpadeó con incredulidad y empujó devuelta la bolsa al anciano. —No puedo aceptarlo, agradezco tu bondad, pero no puedo aceptar.
Sheamus cruzó sus brazos con terquedad y con su mejor expresión de Ogro ofendido.
—Por favor, Maestro— Sascha le pidió, con un nudo tensando su garganta. —Ya has hecho suficiente por mí.
—Acéptalas— Le gruñó. —Son solo diez piezas de hierro, por desgracia no tengo más para darte.
¿Solo diez piezas de hierro? Esas eran mil piezas de cobre en total y más de lo que alguna vez había tenido en su poder.
—Mira— Continuó el anciano. —Si no te gusta, solo tienes que pensar en ello como tu último pago, ¿de acuerdo?
Sascha meneó la cabeza con agitación, dando un paso atrás.
—¿De qué? ¿del año?— cabe mencionar que Sascha solo ganaba alrededor de ochenta y cuatro piezas de cobre al mes. De ahí, su estado de agitación extremo.
—Te vales por tres ahora, Sascha. Necesitaras cada pieza que puedas obtener— Sheamus le dio una significativa mirada al lugar donde su mano descansaba protectoramente. —Y sigo pensando que es demasiado poco.
Los hombros de Sascha cayeron derrotados.
—Juegas sucio, Maestro— se quejó con resignación.
El anciano le sonrió con una sonrisa satisfecha antes de ponerse serio una vez más.
—Sera mejor que nos pongamos en marcha— Giro y con rapidez abandonó la pieza. Sascha escuchó en la distancia el resto de sus palabras. —Antes de que los chismosos de la aldea despierten.
Ella bufó con una sonrisa. Limpió sus mejillas y las palmeó, un brillo de luz y vitalidad iluminaba sus facciones. Ato la bolsa mágica a su cinturón luego de haber guardado debidamente la bolsa de dinero en su interior.
Se detuvo y en silencio le dio una mirada a la pieza. Esa sería la última vez que vería su cuarto de aprendiz en mucho, mucho tiempo y Sascha pensó que incluso extrañaría las grietas entre los tablones.
Dio un paso al umbral y se detuvo.
—El manto— Recordó repentinamente.
El manto no era suyo para empezar, pero teniendo en cuenta que él se lo había dado bien podría hacer uso de ello. Entre eso y el Arcano protector en su pulsera debería ser suficiente para sobrevivir al Bosque. Quizás. Eso esperaba.
Sacó el manto escarlata del arcón de madera y lo deslizó sobre sus hombros. Los bordes barrían el suelo con cada uno de sus pasos, pero era inevitable. El maldito lobo era un gigante después de todo, e incluso si ella era mas alta que la mujer promedio, él seguía llevándole dos cabezas de ventaja.
Alcanzó al Viejo al frente de la botica y Sascha se preguntó si estaba alucinando cuando notó lo que había tras el anciano. Una calesa, solo que no cualquier tipo de calesa, sino una mecanizada.
Construida a partir de remaches de hierro, acero y otros materiales, la calesa se veía un tanto destartalada. Ocho patas hidráulicas nacían del cuerpo principal en lugar de las comunes ruedas y Sascha sospechó que el diseño le daría ventaja a la hora de viajar en terrenos escarpados y agrestes.
—Henry nos la prestó— dijo su maestro demasiado inocentemente para resultar creíble.
Sascha apretó el puente de su nariz y suspiró. Eso era lo que más le preocupaba de marcharse. Sin ella ahí para ponerle un freno, ¿quién evitaría que el viejo boticario se desbancara?
—Ah— suspiró. —Siento que me va a doler la cabeza, ¿qué hiciste ahora maestro?
Era de conocimiento común que Henry Blacksmith amaba el trasto de carreta que llamaba suyo más que nada en este mundo y preferiría morir antes que alquilarla, que decir sobre prestarla, ¿y su maestro esperaba que le creyera? El anciano le dio una sonrisa de dientes fuertes.
—Nada con lo que no pueda vivir.
En otras palabras, chantajeó al herrero con sus patentados brebajes demoníacos, contaban las desventuradas víctimas que una gota bastaba para noquearte, un cazador incluso llegó a contar que una simple gota había bastado para poner verde del asco a un goblin.
—Eres un matón, maestro— Sascha suspiró.
—Gracias, hago lo que puedo— El matón con cara de benigno anciano le sonrió recatadamente.
Sascha aspiró una honda bocanada de aire puro y dio una última ojeada a la plaza del pueblo, al templo, al gremio, a todo a su alrededor, el último edificio que contempló en despedida fue por supuesto la Botica.
Con la ayuda de Sheamus trepó por las patas de la calesa y se sentó al lado del asiento del conductor. El carro se movió cuando el anciano se balanceó y tomó asiento a su lado. Activó los controles con su maná y luego tiró de un par de palancas, las patas se enderezaron, elevando el carro un par centímetro del suelo y comenzó a moverse con un movimiento bamboleante.
Sascha se refugió en el cálido confort del manto cuando el aire frío de la madrugada mordió la piel expuesta de sus mejillas y brazos. Las patas se movían con una velocidad constante y ella las miró con curiosidad.
—¿Qué pasa con las patas?
Sheamus tiraba de las palancas para dirigir la dirección y velocidad, las extremidades soltaban chillidos de vapor con cada movimiento.
—Dijo que era una nueva innovación.
—¿Del Dios Creador?— preguntó, mencionando al más afamado técnico mágico de la humanidad.
—Por supuesto— Se encogió de hombros.
Se sumieron en un confortable silencio. Sascha comenzaba a adormilarse cuando el anciano rompió el silencio.
—La casa de Melida está a la misma distancia que Crimson, pero gracias a Henry llegaremos al atardecer de hoy.
Sascha bostezó. Pobre Henry. Pensó, pero en privado aplaudió la iniciativa de su maestro.
—Duerme un poco. Te despertare más tarde para comer.
Sascha cabeceó en acuerdo, abrigándose más estrechamente en el manto y se durmió. Ni siquiera consideró el cómo pudo dormir con el aroma del monstruo llenando sus sentidos con cada respiración que tomaba, pero igual durmió. Las únicas veces que despertó fue para vomitar –en varias ocasiones- y comer –con bastante frecuencia- la próxima vez que despertó fue cuando la calesa se detuvo y no se movió más.
Abrió un parpado.
—¿Qué pasa?
—Llegamos— Sheamus le dijo.
Se terminó de despabilar y se sentó derecha, mirando con curiosidad a todas partes. El sol se inclinaba por el oeste, y el otoño pintaba en tonos naranja y amarillos las hojas de los árboles. Estaban lejos de la carretera y lo único que podía ver eran árboles, pero eran arboles normales, sin el sentimiento de poder que rezumaban los arboles del Bosque Prohibido. Distinguió una abertura en la espesura y un discreto sendero desaparecía en su interior.
Sheamus le ayudó a bajar. Una vez en el suelo Sascha ordeno los pliegues de la capa y con paso decidido echo andar. Escuchó el arrastrar de pies del anciano tras ella. Los pasos tras ella murieron cuando alcanzaron la embocadura del sendero.
Se detuvo y enfrentó al anciano.
—¿Qué suceda?— preguntó. Había una mirada complicada e indescifrable, brillando en los ojos castaños de su maestro.
El anciano tragó duro y su rostro se tensó como si estuviese adolorido.
—Lo siento, Sascha, pero esto es lo más lejos que puedo acompañarte.
—¿Estas enfermo? ¿te duele algo, maestro?— al instante se acercó con preocupación.
Sheamus negó con la cabeza y dio un paso atrás. Al instante su semblante mejoró. Un suspiro escapó del pecho del anciano.
—Estoy bien, pero el Bosque no me dejara dar un paso más. Lo siento.
—¿Por qué?
—Dejémoslo así, yo no soy bienvenido en el Bosque y hace mucho que deje de serlo— Sheamus negó, un segundo más tarde la enfrento con una mirada. —Pero tu si eres bienvenida. Recuerda eso, Sascha, no importa lo que suceda. Al final es el Bosque el que decide.
—El bosque aún está lejos— tuvo la necesidad de señalar.
El anciano meneó la cabeza, como si hubiera dicho algo divertido.
—Eso es lo que quiere que crean. Ven aquí. Déjame darte un abrazo.”
No tuvo que pedirlo dos veces, porque Sascha cayó sobre él cómo cuando era una niña con las rodillas raspadas.
—Te extrañaré, maestro.
—Y yo a ti, chiquilla.
Se apartaron. Lagrimas manchaban las mejillas de pálida y una sospechosa película de agua humedecía los viejos ojos del anciano. El anciano palmeó sus bolsillos hasta dar con lo que buscaba.
—Toma esto— Deslizó un colgante de cuarzo que con excepción de una única línea roja era de un blanco inmaculado. —Es un cristal de comunicación. Por supuesto, ya grabé mi firma de maná en él. Puedes llamarme cuando necesites alguien con quien hablar, ¿de acuerdo?
Sascha parpadeó y limpio las lágrimas de sus ojos.
—Gracias, maestro— Asintió lentamente —¿No necesitas mi maná?
—Por supuesto— Sheamus carraspeó y le tendió su propio colgante. Sascha alimentó con su maná el cristal entre sus dedos hasta que una línea verde pálida apareció en el cuarzo.
—Hasta que no volvamos a ver.— Sheamus la abrazó una última vez y besó su frente con paternal afecto.
Sin decir más el viejo se alejó con pasos rápidos y sin mirar atrás, Sascha lo observó hasta que el anciano montó la calesa araña y el sonido de las patas desapareció en la distancia.
—Adiós, Maestro— Susurró a nadie en particular y reemprendió la marcha. Cada paso que daba la alejaba más de su pasado y la acercaba más a su nueva vida.
¿Adónde le conducirían? ¿qué cosas nuevas vería? ¿cuantas personas nuevas conocería? No lo sabía, pero de una única cosa estaba segura. Ella construiría un lugar donde ella y sus hijos pudiesen prosperar.                
     

      
        
     

       
      
        

    

EPDMHEUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora