Capítulo 15: De verdad creíste que sería tan fácil...

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Los músculos tensos del Fenrir se ablandaron y Askeladd cayó como árbol cortado sobre el frío y duro suelo de la cueva punitiva. Sus ojos seguían mirando ciegamente el techo escarpado sobre él. Rastros de sudor empañaban su piel mientras su pecho subía y baja desaforadamente. Sin embargo, con cada segundo transcurrido, la respiración del Fenrir se acompasaba, el nivel de los gruñidos exhalados disminuía y la expresión oscura y tensa se relajaba.

¿Consiguió controlar la visión? Melida entrecerró los ojos, echando un lento e inquisitivo vistazo sobre el monstruo. ¿Cómo demonios lo logró? ¿y por qué parece más tranquilo? Como si lo peor de la visión hubiera pasado cuando en realidad Melida sabía que no era el caso. El sigilo maldito estaba programado para mostrar a la víctima el peor momento de su vida, el recuerdo más oscuro y profundo enterrado tras capas y capas de protección, mientras la maldición estuviera activa, la victima reviviría dicho momento interminablemente hasta que el sigilo fuese desactivado. A través de los siglos eran muchos los que se quebraban, su psiquis en pequeños trozos fragmentados y, sin embargo, ahí estaba él, no más perturbado que una persona con un ligero mal sueño.

La expresión de la bruja se volvió complicada. Por una parte, se alegraba pues... ¿a quién le gusta ver sufrir a un amigo? Pero por otra, su orgullo como artífice de la maldición estaba sufriendo un duro golpe. Si el Fenrir fuese consciente de los pensamientos de su vieja amiga una expresión de agravio brillaría en sus ojos.

A no más de diez de minutos de allí, la más que probable culpable de la insatisfacción de la bruja rodó sobre su costado. Sus hermosos ojos como brillantes esmeraldas parpadeaban somnolientos. Un ligero ceño le fruncía la nariz perfilada y bellamente moldeada.

¿Qué había estado soñando? Sascha no recordaba, solo recordaba una terrible sensación de angustia tensándole el corazón y que de alguna manera se sentía ajena. Como si en vez de ser ella la que sufría, fuese otro quien lo hacía mientras ella no era más que una conveniente espectadora.

A la suave y ligera luz de la luna cayendo desde el techo, ella parpadeó varias veces más y un par de segundos después, sus gruesas y oscuras pestañas caían nuevamente con suavidad sobre su tersa piel de porcelana. A continuación, Sascha volvió a caer dormida.

La próxima vez que despertó, el cobertizo estaba completamente iluminado y un estridente sonido taladraba con saña sus oídos. Sascha frunció el ceño y parpadeó, protegiendo sus ojos de los molestos haces de luz. Mientras tanto la campana siguió y siguió, sonando irritantemente en alguna parte de su cabeza. Con una mano palpó entre las mantas y bajo la almohada en busca del más que probable culpable.

—¿Sí?— graznó con voz ronca, activando el Comunicador.

Un misterioso resplandor rubí iluminó el artefacto. Durante todo un segundo, reinó el más absoluto silencio, a continuación, el comunicador estalló en actividad.

—¿Acabas de despertar?— era la voz de su maestro, obviamente, después de todo era la única firma mánica en el dispositivo y por tanto la única persona con la que Sascha podía mantener una conversación a distancia.

Algo en el tono de voz del anciano la puso en guardia. Sascha trató de incorporarse al instante, pero para su gran consternación , le fue imposible levantarse. Sentía el cuerpo drenado y sin energía. Para empeorar la situación el mundo escogió ese preciso momento para inclinarse peligrosamente sobre su eje.

Se mordió los labios, echándose sobre su espalda.

—No me siento bien— Reconoció por fin. Con preocupación, ella frotó su vientre aun plano con la otra mano.

—¿Estas mareada y cansada?— quiso saber el anciano.

Sascha soltó un suspiro mirando el techo desconocido sobre su cabeza.

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