Capítulo 21. ¿Que has aprendido hoy?

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—Bien, entonces está decidido.
Melida sonrió y se froto las manos, la bruja se parecía al gato que se comió al canario sin que nadie se diera cuenta. Miro entretenida la expresión rígida de la joven, quien al parecer no se molestaba ni un tanto en ocultar obviamente infeliz que se sentía. Era refrescante de algun modo; interactuar con otro ser humano de manera normal sin que el temor dilatara sus pupilas de la otra parte. ¿cuantos siglos habian pasado desde entonces? Melida no estaba segura, solo que dejo de contar luego del séptimo siglo. 
Sascha le dirigió una mirada helada y terminó de reponer los cajones de tratamientos para el resfriado. Con la temporada fría a la vuelta de la esquina, las enfermedades virales y alérgicas pulularían como moscas sobre la leche entre los residentes de la ciudad.
La bruja esperó hasta que ella terminara para hacer un rápido control de cálida al trabajo de la joven. A continuación, asintió complacida. Pese a su ignorancia en cuanto valores de mercado, Sascha realmente sabia como desenvolverse en una tienda.
—Da vuelta al cartel, por favor.
Sascha asintió con la cabeza antes de apresurarse a obedecer. No habían pasado diez minutos cuando la campanilla de latón en la puerta sonó, anunciando la llegada del primer cliente.
Un hombre de estatura promedio, rasgos promedios y complexión promedia, entró a la tienda. Su cabello era negro, con rastros de blanco en las sienes. Sus ojos eran oscuros como los de la mayor parte de la población humana. Su nariz apuntaba orgullosamente al cielo. Su vestimenta era una rica túnica purpura con ribetes plateadas en el cuello y puño que hablaban por si sola de su posición en el mundo.
—Es el Decano de la Academia privada de Crimson— la voz de Melida resonó con sequedad en su mente. Sascha parpadeo ocultando su sorpresa.
¿Por qué tan ilustre figura se rebajaría a hacer simples recados como suplir las necesidades de la Academia? ¿No contaban con mano de obra adecuada? Obviamente no, pero la Bruja del Condado no era alguien a quien se pudiese molestar y su posición superaba con creces la de este. Cuestión que desagradaba sustancialmente al Decano, pero la bruja había sido más que clara en este punto, ella no trataría con los lacayos de nadie.
Así que el prestigioso y poderoso Decano no tenía más remedio que morder la bala y hacer tripas corazón una vez por semana. Este dio una superficial y desdeñosa mirada a la bruja, para a continuación parpadear sobre Sascha. Durante un segundo las pupilas del Decano se dilataron con rastros de admiración e interés.
Un escalofrió trepo por la columna vertebral de Sascha. Le echo un vistazo al hombre y se estremeció.   
—¡Oh! Pero si no es más que nuestro ilustre Decano. Llevará lo de siempre o ¿tienes algún tipo de solicitud especial para este día?— El tono de Melida no era ni altanero, ni servil, era simplemente sociable y corto con mayor efectividad que un cuchillo la atención del tipo.
Sascha suspiró en su corazón, y tras una semblante tranquilo y elegante, maldijo a manos llenas su físico.    
En respuesta a las palabras de la bruja, los labios del Decano se fruncieron. Su expresión era la de alguien que había comido algo desagradable.
Perpleja, Sascha estudió al hombre disimuladamente, en tanto Melida se encargaba de atenderlo sin dar muestras de molestia ante el evidente desprecio.
—Lo de siempre— El Decano asintió como si le estuviera concediendo un gran favor a alguien.
“¿Qué estaba pasando aquí?” Sascha se preguntó si había leído adecuadamente al hombre. Sin embargo, no dijo nada, tan solo siguió aprendiendo tranquilamente de la bruja, mientras anotaba en un libro de contabilidad la cantidad de polvo de hierbas mágicas molidas que el hombre llevaría, más la cantidad cobrada, así como el cambio de la compra.
El Decano le dio una última mirada despectiva a la bruja. Profundamente soterrado en esa mirada, tras capas y capas de insignificante emoción, Sascha descubrió algo más. Miedo. Puro y burdo miedo. Pese a sus desagradables y nada corteses maneras el hombre temía profundamente a la bruja.
El Decano chasqueó los dedos y al instante la puerta se abrió, dos lacayos entraron. Bajo la mirada fría de su Maestro, ambos sirvientes dieron una respetuosa reverencia a la bruja, ¿podían ellos darse el lujo de ofender a la Bruja del condado? Obviamente no, ellos no eran más que pequeños e insignificantes plebeyos. Ambos hombres dieron admirativas miradas de reojo a la hermosa mujer tras la bruja, antes de rápida y eficientemente tomar las bolsas de mercancías y cargarlas en el carruaje de la Academia.   
La atención del hombre cambió a ella y una desagradable expresión lujuriosa cambio sus rasgos, después de esto abandonó sin más la tienda.
—¿Qué diablos fue eso?— Su piel se estremeció como si cientos de cucarachas se arrastraran sobre esta y con una mueca asqueada, Sascha frotó sus brazos.
Pero la bruja era demasiado perezosa para explicar, en su mente había decidido dejar que la joven aprendiera por si misma algunas verdades.
El resto de la mañana transcurrió de igual manera. Luego de esa primera persona, un desfile de clientes de apariencia noble y distinguida entró por la puerta de la tienda. A diferencia de esa primera persona, el resto de ellos fueron corteses y educados en sus tratos con la bruja y ella.
Sin embargo, había algo que conectaba a todos, y era un miedo intrínseco e irracional subyacente en su comportamiento hacia la bruja. Sascha no lo entendía, ¿No era la bruja la última barrera entre monstruos y humanos? ¿El perro guardián del condado?  
Faltaban diez minutos para las doce cuando por fin pudieron tomar un breve descanso de tanto trabajo. Sascha sopló sus dedos adoloridos mientras miraba por la ventana, ¿quién hubiera pensado que anotar sería tan arduo como cavar hierbas en la naturaleza? Ella no, obviamente.
—¿Pongo el cartel de cerrado?— por fin preguntó cuándo tan solo faltaban cinco minutos para las doce.
—No— La bruja negó y chasqueó los labios con molestia. —Ese niño malcriado siempre llega de último.
Y como si sus palabras lo hubiesen convocado, un carruaje de estilo simple pero bien construido, tirado por dos robustos caballos se detuvo ante la puerta. Sascha observó con cautela al hombre descender del carruaje, así como a los otros dos subidos en el pescante del carruaje. Los tres hombres utilizaban armaduras ligeras y el blasón de los magos caballeros.
Sudor frió perlo al instante su piel, e involuntariamente dio un paso hacia atrás. Se dio cuenta de lo que hacia, y apretando los dientes se detuvo. Sascha sentía que su corazón tronaba como un caballo al galope contra sus costillas. No tengo nada que temer. Se dijo a si misma mientras respiraba profundamente.  
En ese momento la puerta se abrió una vez más y un hombre alto y poderoso vestido con una armadura ligera, entró en la tienda. Siguiendo la tendencia normal, la identidad de este último cliente tampoco podía ser simple. Un blasón decoraba el peto de la armadura. Sascha conocía esa insignia. Había tenido razón después todo. Realmente eran los magos caballeros del condado.
—El Capitán de la Guarnición de caballeros magos del condado— La voz telepática de Melida se coló nuevamente en sus pensamientos.
El Capitán tenía el cabello oscuro corto al ras del cráneo, en un estilo puramente militar. Hombros anchos y cintura estrecha, su rostro tan poco era mal parecido. Sascha imagino que esos ojos azules celeste habrían conquistado a más de una dama y su boca hecho temblar de emoción a otras decenas más. Sin embargo, todo cuanto provocaba en ella era incomodidad y desconfianza. Hombre guapos como este debían ser tan fieles como una puta en un burdel.
Una mueva rizo sus labios antes de volver a la normalidad.
—Noble Dama— El recién llegado saludó calurosa y respetuosamente a Melida. Antes de volverse en dirección a Sascha, los ojos del hombre parpadearon y un rastro de pura apreciación masculina corrió por las profundidades azules de sus ojos. Lástima que el único con el poder de tambalear el mundo de Sascha era cierto y peligroso monstruo.
—Señorita— su voz goteaba miel cuando se dirigió a ella.
Sascha asintió escuetamente y volvió a ocupar su lugar al lado de la bruja tras el mostrador. El capitán siguió con la mirada a la joven, quien parecía un hada del bosque con esos hermosos y distantes ojos mánicos de esmeraldas.     
—Creí haberte dicho que no volvieras a venir en el último minuto, Bran— Melida se quejó.
Bran sonrió perezosamente a la bruja, mientras miraba significativamente de la joven a la vieja bruja. Melida puso los ojos en blancos, pero, aun así, le dio un poco de cara al mago.
—Sascha este es Bran Blueward, el capitán del regimiento de magos caballeros del condado— Melida explicó muy secamente. —Bran, esta niña es mi nieta. Has el favor y extienda la noticia por mí, ¿de acuerdo?
“¿Desde cuándo soy tu nieta?” Los ojos de Sascha temblaron ligeramente, realmente le supuso un gran esfuerzo no manifestar su sorpresa y exponer la mentira de la bruja.
¿En serio estaba usando a un noble como su mensajero personal? El hombre era un capitán y por lo que ella correctamente asumía muy pocos plebeyos podían alcanzar tales rangos en la sociedad.
—Sera un placer, mi dama— El capitán asintió sin más, obviamente distraído y en cuanto a la razón de su distracción, ¿era necesario explicarlo?    
—Supongo que llevaras lo de siempre, ¿no?— Melida pregunto con un tinte exasperado en su voz.
—Agrega cinco kilos de ortigas, trébol rojo y tomillo en polvo a la orden de hoy, por favor— dijo este suavemente sin dejar de mirar en dirección de Sascha.
Sascha por supuesto no era ignorante de los sentimientos que provocaba en el sexo opuesto. Sin embargo, lo único importante en este momento eran los retortijones de hambre sacudiendo su estómago.
“¿Cuándo se ira? ¡Me muero de hambre!” Siguiendo las directrices de la bruja, Sascha preparó rápidamente la orden del mago en un silencio rencoroso y en poco tiempo tuvo todo empaquetado.
Bran recogió su orden y parecía querer entretenerse más en la tienda, pero Melida lo espantó sin piedad alguna. Volvió el rostro y observó la actitud impaciente de la joven. 
—¿Tienes hambre?
—Desfallezco.— Sacha respondió con prontitud e impaciencia, arrancándole una sonrisa a la anciana.
—Terminemos aquí entonces que, con un poco de suerte, mis familiares tendrán el almuerzo listo para ambas.
Entre las dos limpiaron la tienda con rapidez, apagaron las luces y colocaron el cartel de ‘cerrado’. Cuando se disponían a regresar, Melida detuvo a Sascha y le hizo una simple pregunta.
—¿Qué has aprendido hoy?
La pregunta fue tan sorpresiva que Sascha tuvo que hacer una ligera pausa, ella rememoró todo cuanto había visto y oído hoy, así como sus propias impresiones.
Enfrento a la bruja y finalmente respondió.
—Aprendí que todo lo que brilla no es oro, y no todo es lo que parece.”
Melida asintió muy complacida.
—Así es. Asegúrate de recordarlo. 
Sin cruzar una palabra mas, Sascha vio a la bruja accionar el mecanismo de la puerta, insuflando su magia en esta. Al momento en que la puerta se abrió una rendija, el delicioso y fragante aroma de la carne estofada sazonada con especies a fuego lento se coló, invadiendo por la completo la tienda y sus narices.
Tanto la bruja como la humana alzaron las narices y respiraron hondo, al instante una expresión glotona lleno sus rostros.
De repente, Melida golpeó su cadera antes de salir disparada como una bala, toda pretensión de grandiosidad dejada en el olvido. Demostrando que incluso la poderosa y enigmática bruja se convertía en un lobo hambriento cuando había comida de por medio.
Sascha hizo una mueca divertida, pero en honor a la verdad, ella no estaba en mejores condiciones que la bruja. Pues al instante en que el fragante aroma cosquilleo su nariz, la boca de Sascha se deshizo en salida inevitablemente y su estómago gruñó en venganza.
Al parecer sus bichos mágicos aprobaban con efusividad la idea.
¿Para qué demorar lo inevitable? Sascha recogió sus faldas y corrió tras la bruja. No se sabía de donde, pero una mesa de dos plazas apareció de la nada en el centro de la cabaña. Se detuvo congelada en el umbral, evidentemente la repentina aparición de esta la había tomado por sorpresa.  
Las pixies aguardando entre las vigas, se precipitaron al instante en que Sascha dio un paso fuera del mundo humano. Las criaturas del tamaño de mariposas se posaron sobre sus cabellos, dando como resultado que pareciera llevar una corona multicolor sobre su cabeza. Sascha no podía molestarse menos por esto, las pequeñas cosas pesaban menos que una pluma y en realidad le agradaban bastante. Además, toda la atención de ella estaba sobre los platos sobre la mesa.
—Deja de soñar despierta, y ven antes de que se enfrié— La voz de Melida la devolvió a la realidad.
¿A quién le importaba de donde vino la mesa o la comida? ¡Era comida! ¡Eso era lo importante! Sascha se precipitó sobre la plaza vacante y antes de que olvidase por completo las tradiciones del mundo y comenzará a llenar su plato, la voz nítida e insuflada de poder de Melida la detuvo.
—¡Maíz y grano, carne y leche, sobre la mesa ante mí! ¡Regalos del Grande y los primigenios! ¡Agradecidos estamos a los espíritus!
—¡Agradecidos estamos!— Sascha coreó uniendo sus manos ante la mesa. El toque de color rojo coloreando las puntas de sus orejas fue la única señal de su vergüenza.
Por tal actuación, hubiese seriamente regañada en pasado, sin embargo, además de una mirada divertida la bruja no dijo más y ambas comenzaron a dar cuenta felizmente de los platos servidos en la mesa.
Estofado de cerdo con especies. Sopa de huesos de cerdo y fideos. Un cuenco lleno de rodajas de pan recién horneadas. Una fuente con vegetales de temporada. Al final, tenían un total de cuatro platos para llenar sus estómagos. En estas circunstancias era normal que la vergüenza de Sascha quedara rápidamente relegada al olvido.
Luego de haber agradecido correctamente a los Espíritus, ambas mujeres de lado cualquier semblanza de civilización y de decoro. ¿Quién era la más entusiastas entre las dos? Obviamente era algo innecesario de aclarar.
Sascha llenó su plato con glotonería de la gran fuente de fragante estofado. Ella no fue consciente, pero en pos de la carne, dejo de lado las ensaladas y hogazas de pan tierno que en el pasado tanto disfrutaba.
—Delicioso.— Gimió bajo en su garganta, y de una manera que volvería de cabeza a cierto monstruo de escucharla.
Los ojos de Sascha se cerraron de placer, sintiendo como se derretía el bocado de carne en su boca. La carne tenía la proporción justa de grasa, siendo sabrosa sin llegar a asquear. El gusto del ajo, la cebolla y las otras muchas especies se combinaban eficazmente en el fondo en una sinfonía armónica de sabores.
Melida se carcajeo y golpeó con orgullo su pecho antes de decir.
—¡Todos es gracias a mis familiares! Son increíbles, ¿no te parece?— la anciana sonaba como una madre orgullosa de sus hijos.
La cabeza de Sascha subió y bajo, asintiendo felizmente. Esta era la mejor comida que había comido en mucho tiempo, mejor que la de ella misma y la de su maestro en honor a la verdad.
Melida observó un poco confundida a la niña humana. ¿No le había dicho el viejo Ogro que la niña era medio-vegetariana? ¿entonces porque ignoraba los platos que específicamente ordenó preparar para ella?
Un escalofrió subió por la espina dorsal de Sascha. Esta se congeló mientras se llevaba otro bocado a la boca, la cuchara se detuvo a medio camino. Sascha alzó los ojos y un rastro de confusión llenó su rostro.
—¿Qué pasa?— preguntó finalmente.
—¿No te gustan las verduras?
Sascha alzó las cejas y por primera vez su mirada se desvió hasta los tres platos servidos ante ella. Sus ojos parpadearon, mirando superficialmente las rodajas de tomate, pepino y zanahoria. Todas frescas y deliciosa.
La cuchara cayó con un ‘plaff’ dentro del cuenco. Ambas manos de Sascha cayeron sobre sus labios, sofocando la asquerosa sensación subiendo por su garganta, cuando su estómago se revolvió. 
Melida bajo su cuchara y confundida le preguntó.
—¿Te sientes bien?
La niña estaba bien hace cinco segundos, ¿por qué se había puesto verde de repente? Sin embargo, ninguna explicación provino de la otra parte y tan solo pudo ver impotente la parte trasera de la joven mientras esta rápidamente se alejaba.
Sintiendo un sentimiento de preocupación, Melida siguió los pasos de Sascha, encontrándola inclinada no muy lejos de la puerta trasera.
Los hombros de Sascha se estremecían, mientras esta devolvía la comida. Tan deliciosa como fue al entrar, era malditamente desagradable al salir. Al parecer a sus bichos mágicos no le gustaban las verduras o comida vegetarianas.
¡Como era de esperarse! ¡Incluso si la madre era un gato, un tigre no podía cambiar sus rayas! Ella se rió con sequedad a través de sus lágrimas y el sabor ácido en su lengua.
—Toma.
Un vaso con agua helada salada apareció repentinamente ante ella. Con gratitud, Sascha aceptó de buena gana el detalle de la bruja.
El agua limpió la asquerosa sensación de su boca, y alivió el dolor de su garganta. Sascha suspiró aliviada.
—Gracias, Melida.
La bruja asintió sin más.
—¿Mejor ahora?
Sascha asintió tambaleándose sobre sus pies. Le dio una rápida mirada al estropicio que había hecho y se avergonzó profundamente.
—Perdón. Termine haciendo un desastre, ahora mismo limpio esto.
—No te preocupes por ello. Mis familiares se encargarán de hacerlo.
Melida desestimó la idea con un gesto.
—Pero...
— Silencio— La bruja la cortó y notando el aspecto enfermizo y tambaleante de Sascha, tiró de esta tras ella en dirección al cobertizo. —Es mejor que descanses por ahora.
—Yo...lo siento— Tartamudeó, pero como parecía inútil resistirse, a Sascha no le quedó más remedio que aceptar la ‘sugerencia’ de la bruja.
Una vez Sascha estuvo instalada y dormida, la bruja abandonó en silencio el cobertizo. Un segundo después, el pequeño pixie de hermosas alas azules ribeteadas en plata descendió sobre Sascha y se posó sobre el cabello de la humana. Sin embargo, su atención no estaba sobre la humana dormida.
Los ojos negros de insecto estaban fijos al espacio abierto en la claraboya.            
                                                 

 
    
  

  

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