Capítulo 14: Consecuencias.

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—Has violado las leyes del Grande, Fenrir— La anciana lo miró de una manera lúgubre.

Askeladd le devolvió la mirada con una expresión plana e imperturbable, sin molestarse en contestar.

—Lo esperaría de tu pequeña y escurridiza Sombra, pero no de ti— Melida continuó con un pesado suspiro.

Cuando las Grandes Guerras que casi asolaron y destruyeron la tierra terminaron, para evitar que algo como esto volviera suceder el Gran Espíritu descendió sobre la tierra y dividió su superficie en tres grandes reinos. El objetivo era limitar y restringir la comunicación entre las tres razas. Por supuesto que hubo algunas lagunas en el plan del Grande y siempre aparecieron personas lo suficiente hábiles para traspasar las fronteras de lo permisible. Los humanos potenciaron su Maná para no ser devorados por la magia del Bosque, monstruos y demonios usaron Supresores para cruzar las barreras al mundo humano.

Askeladd gruñó. El bosque contuvo la respiración alrededor mientras la bruja y el lobo libraban una guerra silenciosa. Melida sostuvo la ambarina y salvaje mirada del lobo pese a saber que esa actitud solo exacerbaría el temperamento dominante del monstruo.

—¿Por qué violaste las fronteras?— Melida preguntó después de mucho, en parte por curiosidad y en parte por necesidad. Sin embargo, el lobo tan solo le gruñó. La bruja suspiró para nada sorprendida. Los humanos pensaban que ella odiaba a los monstruos. Sin embargo, la verdad era muy diferente de la ficción. Humanos, monstruo y demonios, a sus ojos todos eran hijos de este mundo y por tanto gozaban de su protección. Incluso había algunos a los que llamaba amigos como el lobo terco, gruñón y testarudo ante ella.

—Sí fueras cualquier otro podría dejarte ir.

Pero el Fenrir no era cualquier otro con quien pudiese hacer la vista gorda. Melida sacudió la cabeza con resignación.

—Lo sé— Askeladd aceptó, siempre fue consciente de las consecuencias que sus acciones le acarrearían y aun así lo hizo, aun así, lo volvería a hacer. No culpó a la bruja, ella sólo cumplía con el deber que el Grande había colocado sobre sus hombros.

La bruja contempló con aire resignado al terco monstruo. Askeladd era tacaño y reacio a la hora de regalar la más mínima de sus palabras, no le culpaba, no cuando había sido ella quien le saco del infierno en que vivió durante mucho tiempo.

Después de un tiempo, la bruja giró sobre sus talones y sin mediar media palabra con el monstruo dirigió el camino.

El lobo siguió a la bruja hasta su cabaña. Askeladd se quedó rígido cuando un familiar aroma le cosquilleo en la nariz.

Sol, primavera e hierbas. 

¿Podía ser su suerte tan buena? ¿El Espíritu de la Fortuna le estaba sonriendo? Una sonrisa lenta y pausada creció en la mente de Askeladd.

—No me vas a complicar las cosas, ¿verdad?— Melida miró con una expresión complicada al Fenrir, el anciano rostro parecía decir que incluso si se trataba de él, ella no se contendría.

Askeladd sacudió la cabeza, enfocándose en el aquí y ahora, a pesar de que su corazón aullaba felizmente contra sus costillas. A continuación, miró a la anciana y con la expresión más desinteresada que pudo manejar dijo

—Creí que no querías aprendices.

—No lo hago— La anciana resopló. —Estoy cuidando de la protegida de un viejo amigo.

Askeladd resopló sin dar entender que tenía un gran interés en la "protegida"

—Bien— El Fenrir mascullo, apretando los puños con frustración, pero se contuvo porque este "No"  era el mejor momento.

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