Capítulo 34. Traición al amanecer.

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El sol pendió entre dos montañas al este y el firmamento se encendió con los primeros rayos del alba. Asimismo, la brillante y nítida luz cayó a través de la claraboya de cristal e iluminó el interior de cierto cobertizo, ahuyentando con seguridad las sombras del interior y perturbando el sueño de cierta mujer.
La claridad le taladró la cabeza a través de sus párpados cerrados. Apretó los ojos antes de esconderse bajo las mantas, huyendo de la brillante luz diurna como un vampiro del amanecer.
Sintiendo como si un centenar de enanos excavaran con gran satisfacción en su cerebro, Sascha se quejó en voz baja, rodando sobre la cama y sufriendo los embates de una gigantesca resaca.
Se sentía fatal. Su estómago estaba revuelto, su cabeza dolía un infierno e incluso su lengua se sentía como un trapo. Sin dudas no era el tipo de experiencia que quisiera volver a revivir.
En ningún momento de esta vida.  
Suspiró y de alguna manera consiguió abrir un ojo sin morir en el intento, aprovechó la dudosa cobertura ofrecida por las mantas para acostumbrarse a la claridad de un nuevo día. Luego de un par de minutos, retiró las mantas y espió el exterior, sus ojos eran soñolientos, su semblante dolorido y su piel tenía un insano color verdoso.
Tenía ‘la madre de todas las resacas.’ Aunque al menos no estaba escupiendo sus tripas. Tomaría consuelo donde pudiera encontrarlo. Sin embargo, no era fácil.  
—¿Ash?— llamó con al menos un cinco por ciento de sus neuronas cerebrales. Carraspeó y con una mueca frotó sus sienes latentes, mientras se incorporaba con lentitud sobre el jergón.
Las mantas rodaron.
—Lobo— Buscó alrededor, un poco más consciente y sin duda, un mayor número de neuronas en funcionamiento. Sus ojos cayeron sobre la mesita de noche a su lado, donde una botella púrpura de porcelana yacía. Había un lazo ridículamente grande y en rojo atado al cuello de esta con una nota colgando de un extremo.
Parpadeó con lentitud.
La botella no era suya, al menos no que recordaran las diez neuronas funcionando en su cerebro de todas formas. Se acercó, lo suficiente para leer la etiqueta atada al lazo rojo.
Se preguntó si era la idea de alguien –Askeladd- para que no le pasase por alto.
Leyó la etiqueta. Esta decía ‘Bébeme' y estaba escrita en una pulcra y ordenada letra que de no ser por la ‘A’ acuñada como firma, dudaría que perteneciera al lobo.
Sabiendo que el lobo no haría nada que afectara a sus cachorros, alcanzó la botella y la bebió de un trago. Poco después dejó escapar un suspiro cuando una brisa fría y calmante recorrió su cabeza y cuerpo, calmando los efectos de la resaca.
Miró la botella.
—No es para menos que a los hombres no les importe emborracharse hasta las cejas.— No si tenían este tipo de brebaje a su disposición. 
No quería conmoverse por la previsión del lobo, no lo haría. De lo poco que recordaba, claramente era culpa del lobo. Así que...
—Nada de puntos para ti. 
Con la salud restaurada, los recuerdos del día anterior volvieron en venganza. Se quedó rígida, rememorando todo cuanto hizo y dijo. Sascha estaba tan avergonzada que quería morir...
¿En serio le dijo que era tentador?
¿Que no le gustaba que otras mujeres le miraran?
¿Qué quería ser amada?
¿Qué demonios le había dado el lobo, maná o suero de la verdad?
Se escondió, tapando su cabeza con las mantas, sintiendo su piel hervir de vergüenza. Sin embargo y por mucho que lo deseara... no podía esconderse de la verdad, no más que antes en todo caso.
“...Te lo probaré. Así sea necesario mi vida para ello, te lo probaré. Hasta que confíes en mí. Hasta que no queden dudas en tu cabeza...”
Las palabras del lobo se infiltraron en sus pensamientos, provocando que escalofríos crisparan su piel. Apretó los dedos, arrugando un puñado de su camisón en su puño cerrado. Como quería creer en las palabras de lobo.
Dejó escapar el aire en un lento siseo confundido, respiró hondo.
—Bien, te daré el beneficio de la duda, lobo. Por ahora al menos.
Habiendo crecido sin familia o padres, Sascha sabía el tipo de huella psicológica que ese tipo de carencia dejaba en la psiquis de un niño, y maldita sea si quería eso para sus bebés, ellos tenían el derecho de crecer con el amor de sus padres, ambos padres.
Por fin con una decisión tomada, Sascha sintió como si un gran peso fuera retirado de sus hombros y el nudo bloqueando su garganta se relajó un par de grados.
La puerta se abrió, devolviéndola al presente y Sascha observó al cachorro de Rakshasa entrar al cubículo. El pequeño hombre le rugió, acercándose. Sus ojos del color de las hojas perennes iluminados con alegría. 
—Buenos días a ti también.— Le sonrió, devolviéndole el saludo.
Garo sonrió, enseñando una hilera de colmillos fuertes y capaces. Luego caminó hasta el escritorio en una esquina. El chico saltó, provocando que la salamandra –espíritu menor- de fuego saltara lejos.
El espíritu siseó, despidiendo pequeñas chispas e hilillos de humo y se alejó con una mirada llena de desdén y agravio para con los mortales.
Sascha le vio desaparecer –literalmente- en el aire en un estallido de humo y fuego, su mandíbula completamente desencajada. ¿Qué estaba haciendo el espíritu aquí?
Obtuvo su respuesta poco después cuando Garo se alzó sobre sus patas traseras y comenzó a darle pataditas a la gran olla de barro ocupando el escritorio. La olla era tan grande que difícilmente entraba en el escritorio, y era un escritorio ancho.
—¿Qué es esto?— Abandonó la cama y caminó sobre el frío piso de madera, se estremeció. —Ah, tan frío.
Tratando de escapar del frío, Sascha se subió a la única silla ante el escritorio. Tocó la gran olla y suspiró con placer, sus manos calentándose con el calor desprendido por esta. Su mirada se vio ineludiblemente atraída hacia otro tonto lazo rojo. Este estaba atado al pomo de la tapa con otra etiqueta pendiendo de él.
Sostuvo la nota... ‘Cómeme’
Alzó las cejas, debatiendo si debía de mantener una pequeña charla con su... –Arg- con el lobo y enseñarle que palabras como ‘por favor’ o ‘podrías’ le ayudarían más que las simples y escuetas órdenes a ganar su ‘confianza’ más rápido.
Destapó la olla y el olor explotó como una bomba olfativa, inundando el cobertizo con el fragante aroma de la carne asada con tomillo y orégano. Sus papilas gustativas directamente estallaron. Tragó saliva, era eso o babear. Su estómago gruño a la vida repentinamente y en venganza.
Se sujetó de la mesa.
—Aguántate, Sascha. No caerás sobre la comida como una bestia muerta de hambre— bajó la mirada adonde los culpables crecían. —Eso va para ustedes dos también.
Su atención volvió naturalmente al contenido de la olla. Un plato con finas lascas de carne asada y sazonada, una hogaza de pan fresco y humeante, así como un vaso de leche afrutada. Todo estaba perfectamente preparado, perfectamente caliente. ¿Cómo sabría el lobo cuando despertaría? La respuesta era obvia... él no lo sabía.
Se estiró en busca de un pedazo de pan, pellizcó un trozo y se lo llevo a la boca, saboreando el rico sabor. Un repentino pensamiento invadió su cerebro y el pan se escapó de los dedos.
—Utilizó a un espíritu como calentador de comida— Paso las manos por sus cabellos antes de dejar escapar un suspiro. —Dulce espíritu.
No sabía si debía reírse o simplemente llorar. ¿Quién en su sano juicio se atrevería a tal cosa? Melida y otros de su clase con seguridad, aparte de ellos...
¿Quién en nombre del Gran Espíritu era el lobo que podía mangonear a su deseo a un espíritu de la tierra?
Un repentino rugido resonó a su lado.
—Perdón, ahora mismo te doy tu parte— Dijo, aunque su mirada era de pesar cuando calculó la cantidad que quedaría para ella y sus bichos. Sin embargo, no podía dejar al cachorro sin nada.
Se mordió los labios. Y siempre podía conseguir bocadillos más tarde.
Garo volvió a rugirle. Cuando obtuvo toda su atención, el cachorro sacudió la cabeza en negación, luego froto su panza con las patas en el símbolo universal de estar satisfecho.
—¿Estás seguro?
El chico asintió y Sascha tuvo que confiar en él. Garo sacudió la cola en su dirección antes de volver a salir del cobertizo.
—No dejes los dominios de la Bruja— Le recordó.
Garo lanzo una mirada por encima de su hombro que hablaba sin palabras y se escurrió por la puerta abierta. 
Entretenida le vio partir, con toda seguridad a explorar y jugar alrededor de los dominios de la Bruja.
Devolvió su atención a la comida. Esto por supuesto le recordó el grado de detalle del lobo para con ella y sus cachorros.
—Muy bien. Esto te merece un par de puntos de aprobación. Sin embargo, solo unos pocos.
De ahí en más dedico todas sus fuerzas y esfuerzos a alimentar tanto a ella como a sus bichos. Sascha se zampó todo el contenido de la olla de barro caliente, se froto el estómago con satisfacción y suspiro.
La puerta se abrió otra vez y Bell acompañado por una centena de pixies invadió el espacio.
—Bienvenido de...— el saludo murió en sus labios, sus sentidos repentinamente alertas. Había algo raro en los pixies en esta ocasión y en Bell en particular.
Escalofríos crisparon sus nervios e inconscientemente buscó en los bolsillos de su camisón...
Encontrando nada en absoluto. No tenía talismanes encima. De hecho, había malgastado los únicos que tenía tontamente cuando atacó al lobo.
—Perdónanos, Sascha. Esto es por tu bien.— El pixie dijo, antes de soplar un polvo brillante y de procedencia sospechosa en su cara.
El polvo se esparció en el aire, antes de caer con un golpe sobre su rostro. Su piel picó y ardió irritada por la sustancia mientras esta se infiltraba en su cuerpo e invadía su torrente sanguíneo. La sensación la urgió a frotarse la piel… Bueno, no solo frotarse. Con tal de aliviar el infierno ardiendo en su cuerpo rascarse hasta sacar sangre también estaba bien.
Más que bien en realidad… sería perfecto.
Desesperada, intento precisamente esto, todo con satisfacer la necesidad en su corazón. Sin embargo… sus brazos no se movían. Nada en absoluto, ellos colgaban flojos y exangües de sus hombros.
Sus ojos se movieron y muy pronto descubrió que era la única parte de ella que aún podía moverse libremente. El resto parecía los miembros sin vida de un títere sin cuerdas.
Entonces fue cuando conoció todo un nuevo nivel de desesperación.
—En serio, lo sentimos— Dijo Bell, mientras se acercaba.
Sentimientos de traición le hicieron rechinar los dientes, demostrándole cuanto había llegado a gustar de las pequeñas criaturas. Sus ojos se movieron, disparándole una mirada feroz, desesperada y acusadora. Ella le gritó en su mente… ¿Qué lo sientes? Si es así entonces libérame. 
Pareciendo consciente o quizás no era necesario ser adivino, ya que era algo fácilmente deducible, el pixie hizo una mueca.
—No es tan simple, estaríamos en serios problemas si no te llevamos con nosotros. Además, dudo que vengas de buena gana si simplemente te lo pidiéramos.
¿Después de esto qué crees?
Les dio una mirada sarcástica y corrosiva, abarcando a todos los pixies en la habitación. La única ausente era Jade. Parpadeó, alejando las lágrimas pulsando por salir.
¿La buena noticia? Pues que, al menos su cuerpo había dejado de arder y picar como si un nido de hormigas habitara en su interior. Respiró hondo. Necesitaba tranquilizar su mente, perder la cabeza no le ayudaría.
Si tan solo el lobo estuviera ahí…
Pero no lo estaba. Tampoco estaba dispuesta esperar sentada porque otro milagro ocurriese y él apareciera como lobo en armadura brillante a rescatarla. En serio, ser siempre rescatada no iba con su carácter. No, en absoluto.
Ahora bien, ¿qué demonios poseyó a los pixies para qué la atacarán? ¿Adónde diablos querían llevarla? Y más importante aún, ¿qué harían con ella?
Nunca olvidaba que cada cosa que le afectase también afectaría a sus bichos mágicos.
Así que ella pensó y pensó furiosamente en un lapso de sesenta segundos, haciendo que las neuronas en su cerebro trabajasen horas extras y gratis. Lo primero era lo primero, ¿qué diantres era ese polvo? ¿Por qué no podía controlar su cuerpo?
La primera cuestión era fácil y una lista de numerosas plantas mágicas y medicinales que tenían la parálisis entre sus efectos pasó por su mente. Ahora… ¿Cuál de la decena de posibilidades sería? 
Era un conocimiento que solo podría descubrir utilizando el maná en su cuerpo.
Respiro hondo, dejando que una fracción de su consciencia se desligara de la realidad y entrara en su flujo mánico. Era un truco sencillo que a todo niño se le enseñaba desde que aprendía a caminar. Ella aprendió mucho más tarde y con seis años era la única en no saber cómo utilizar el maná a su disposición.
Por suerte, su maestro había resultado un mentor más paciente de lo que su apariencia dejaba entrever.  Se congeló en su mente y sus sinapsis neuronales hicieron cortocircuito con el conocimiento, ¿cómo era esto posible?
Todo su maná, desde la más mínima partícula hasta zarcillos de energía estaban paralizados y amordazados en su interior. En otras palabras, todo su cuerpo… desde el más pequeño vaso capilar hasta la fibra más delgada de músculo y célula en ella estaban congelados, era como si el tiempo se hubiera detenido para ellos.
Otra vez, ¿qué diablos era ese polvo? 
Los pixies la rodearon mientras pensaba. Sus alas creaban el efecto de un torbellino brillante y multicolor, disparando rápidas ráfagas de viento que tiraban y halaban de su cabello y ropa.
La atmósfera se llenó de estática cuando decenas de voces llenaron el aire. El poder cargando las voces estremeció su piel, provocándole escalofríos cuando los pixies enlazaban glifo tras glifo de un Arcano Mayor.
Esta era la segunda vez que presenciaba la creación de un Arcano, la segunda vez que atestiguaba con sus propios ojos lo que era la verdadera magia en este mundo.
Los humanos no podían utilizar los Arcanos, puesto no poseían un núcleo mánico. Nadie recordaba por qué, pero también eran los únicos sin uno.
En un mundo donde la magia era fuerza y poder, donde la ley del más fuerte prevalecía, la humanidad estaba en tan seria desventaja que incluso un Feral —animal salvaje evolucionado por una sobresaturación de maná— podría ganarle, no digamos las otras tres razas. Razón por la que otras alternativas tuvieron que ser desarrolladas y con ello nació la magia de Sigilos, construcciones escritas luego de un duro y concienzudo estudió de los glifos mágicos utilizados por monstruos, demonios y espíritus.
Y este no era el mejor momento para un mini curso acelerado de historia mundial.  Menos aun cuando finalmente descifró las palabras del hechizo. Espacio. Luz. Senderos... Maldición, era un Arcano de Teletransportación.
Mierda… el lobo tenía razón, ella poseía un talento poco natural para atraer problemas. Todo cuanto necesitaba era estornudar y bum… allí estaban, golpeando a su puerta.
Grrrrrr.
Sus ojos se movieron buscando el lugar de donde había llegado el familiar gruñido infantil. Encontró al cachorro en el umbral de la puerta. Su cuerpo de pantera agazapado, sus colmillos estaban al descubierto mientras un brillo diabólico y trastornado le iluminaba los ojos de dentro hacia fuera.
Se veía oscuro, desquiciado y letal y tan fuera de lugar en un cachorro que durante un segundo se sorprendió y se asustó, olvidando su propia incierta situación.
Garo saltó al mismo tiempo que un fogonazo de luz blanca estalló cegándolos a todos. Sascha se sintió arder en la repentina conflagración. Todas y cada una de las células de su cuerpo ardieron.
Dejó escapar un grito silencioso y prometió venganza más adelante. Ella era bastante vengativa y rencorosa… quién lo diría, ¿verdad?
*****
A ciegas y con una imagen blanca residual quemándole las retinas, él se estrelló contra el foso el fuego en el centro del cobertizo.
Su corazón latía con furia. Un rugido llenó de indignación y miedo creció y estalló en su pecho. Había fallado, se había prometido cuidar de quien le nombró, era lo menos que podía hacer después de la manera desinteresada en que ella le había protegido, alimentado, cuidado y refugiado, pero…
Había fallado.
Quiso desgarrar algo, arremeter contra todo y destruir el interior del cobertizo.
No lo hizo.
Garo sabía que Sascha regresaría, así que no podía hacer tal cosa. El bastardo peligroso del ‘humano’ que olía como un lobo la traería de vuelta.
Garo se puso en pie y tomó una difícil decisión.
Dejó ir su forma bestial —la forma que durante doce años se le había prohibido utilizar— para usar la piel humana más débil. Aceleró el cambio, enfocando su mente. El conocimiento era instintivo y nato. Escuchó sus huesos estallar y crujir mientras se reajustaban y reacomodaban.
Contuvo un rugido de dolor, el cambio siempre era doloroso y uno de los momentos más vulnerables para un monstruo, uno de los más peligrosos también. Un monstruo podría atacar a otro sin ninguna razón durante un cambio solo por el dolor.
Pasaron unos segundos, entonces yació sudoroso y estremecido sobre el frío suelo de madera. Jadeó y se estremeció, luego se puso en pie.
Garo buscó por las prendas que el lobo había dejado para su uso. Eran las únicas prendas que un chico media-casta usaría entre las de mujer. Con rapidez se deslizó dentro de un par de pantalones anchos para acomodar su cola, una túnica les siguió a los pantalones, luego fue una gorra de visera larga, con esta podría disimular tanto sus orejas como sus ojos de gato.
Por último le echó una mirada al par de botas en un rincón. Como cualquier otro monstruo, incluso si era una media-casta, él odiaba la mayoría de las restrictivas ropas humanas —las botas en especial— con ferocidad. Sin embargo, él sabía cuándo hacer excepciones y esta era una de ellas. 
Garo abandonó corriendo el cobertizo, como una flecha cruzó los jardines y la cabaña de la bruja. Los familiares le dejaron pasar a la tienda, incluso abrieron el portal para él.
Se detuvo ante la puerta cerrada que daba al callejón en el distrito comercial. Titubeó y un indeseado estremecimiento de miedo crispó sus nervios.
Respiró hondo. Lo haría, él podía. Lo único que debía hacer era rastrear al estúpido lobo y traerlo de vuelta. Pan comido, seguro que sí. Tragó duro y por fin abrió la puerta…
******
Askeladd escuchaba discretamente las conversaciones a su alrededor mientras contemplaba la jarra de ‘cerveza’ ante él. Sin embargo, no hizo ademán de beberla, cómo si hubiera alguna manera en el infierno en que bebería esa porquería.
Solo sabría el estúpido Gran Espíritu que odiaba que rayos había realmente en ese tarro. Dudaba mucho que fuera realmente ‘cerveza’ pero no estaba sorprendido, sorprendido estaría con lo contrario.
La cerveza era de tan mala muerte como la taberna que la ofertaba, pero eso estaba bien para él. De hecho, era su tipo de lugar favorito, el tipo de lugar donde todos los trapos sucios de la ciudad eran sacados a lavar. El tipo de información que andaba cazando durante los últimos días.
Desapariciones y cuerpos flotando en el alcantarillado. 
—Hola, guapetón— Una mujerzuela igual de horrible que la taberna y la cerveza se le acercó, y sintió como su cuerpo se crispaba.
Le dio una mirada igual de viciosa y desagradable que él, dejando que una fracción del depredador sanguinario que era se mostrara en sus ojos y le enseñó los dientes.  El semblante de la mujerzuela palideció y luego de balbucear una disculpa huyó lejos.
Se sintió instantáneamente bien, casi de buen humor. Gracias al tiempo que paso bajo los tiernos cuidados de la Orden del Oráculo —estúpidas perras que no veían más allá de lo que el Espíritu del Destino les susurraba— Askeladd había desarrollado una severa mala disposición contra la cercanía de otros y los lugares cerrados. Era tan malo que solo unas pocas personas eran permitidas a su alrededor.
Aunque esta distancia tampoco era tan mala y más cuando tenía a Muerte, Anarquía y Miseria susurrándole al oído. Suspiró, estúpidos parientes. Pensó mientras contemplaba la posibilidad de una intoxicación etílica con seriedad.
Percibió la llegada de una presencia familiar, titubeando en el exterior. Alzó la cabeza, estrechando los ojos se preguntó qué hacia él allí de todos los lugares. 
Un par de monedas de cobres cayeron sobre la mesa al lado de la bebida intacta mientras el lobo abandonaba el lugar. Alcanzó al intruso poco después.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Garo?
El chico le miró con tanta desesperación y urgencia en sus verdes ojos de gato que Askeladd lo dedujo al instante. Su estómago se contrajo y miedo le crispó los nervios.
—¿Dónde está Sascha? ¿Dónde está mi humana?          
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El infierno duró solo unos segundos y cuando pasó su estómago se contrajo, el desayuno quemando su camino al exterior y tan delicioso como fue al bajar, al subir era una cuestión completamente diferente.
Se inclinó sobre sus rodillas y vomitó sus tripas. Estremecimientos recorrieron su piel mientras jadeos raspaban su garganta.
La buena noticia… la droga había perdido efecto.
La mala noticia… abrió los ojos mientras se limpiaba la boca. Que no tenía idea de donde estaba.                    
       

                      
                    
      

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