Capítulo 23. Un día de compras muy normal.

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Nada mas era el segundo día y ya fui abandonada. Sascha dejó escapar un suspiro y reflexiono. Distraídamente frotó su vientre aun plano.

—Al parecer hemos sido abandonados— le hablo a sus bichos mágicos.

Sascha no esperaba recibir una respuesta, fue por esta misma razón que su alma casi escapó de su cuerpo cuando una voz cantarina alegó junto a su oído.

—¡Hurra! ¡Así es mejor! ¿Quién quiere tener a esa tirana cerca?— Bell zumbó alrededor con felicidad, en su mente la frase 'por días' se repetía una y otra vez. ¡Al fin un poco de paz y tranquilidad! ¡Al fin un descanso de las demandas tiránicas de la bruja! Eran los sentimientos íntimos de este pixie, quien al notar la expresión en blanco y ligeramente sorprendida de la humana exclamó. —¿Qué pasa con esa cara?

El pixie se detuvo en el aire, Sascha podía escuchar el suave zumbido de sus alas aleteando, se parecía mucho al zumbido de una abeja al volar.

—Nada— Murmuró esta cuando recuperó su ingenio.

¡Maldición, había olvidado por completo al pixie!

Sascha le dedicó una mirada ligera y sin molestarse en decir más comenzó a dedicarse a sus propios asuntos.

Después de cerrar con firmeza la puerta de la Bruja, ella regresó a su propio lugar. A la luz de las lámparas mágicas ella inspeccionó el lugar y se sorprendió por el estado de este, con la única excepción del jergón, la mesita de noche y el baño, todo lo demás era un desastre total.

Fue tan evidente que la bruja no supervisó el trabajo de los pixies que le dieron ganas de llorar con tan solo mirar.

—Realmente estaba agotada— Sascha silbó entredientes, sintiéndose cansada con tan solo pensar en la cantidad de trabajo que le esperaba.

El leve zumbido de un pixie al vuelo llamó la atención de esta y Sascha miró con atención a Bell. Esquemas nadaron tras esos hermosos ojos de esmeraldas.

Con la piel repentinamente erizada, El pixie encogió el cuello antes de darle una mirada cautelosa y recelosa a la humana.

—Tu-ú, ¿qué miras? ¿eh? ¿Qué estas tramando? ¿Hmp?— tragó saliva, de repente sentía la garganta seca. Bell era muy consciente de la forma peligrosa en que los ojos de Sascha brillaban sobre él, parecían los ojos de un lobo avistando a su presa.

Una lenta y malvada sonrisa curvó los labios rojos de Sascha.

Era el atardecer cuando comenzaron y fueron las tantas horas de la noche cuando por fin acabaron. Durante este periodo de tiempo Sascha trabajó incansablemente con la ayuda de un muy renuente Bell para cargar y mover objetos pesados. El pobre pixie lloraba en su corazón.

¡Awuuu! ¡Awuuu! ¿A dónde fue mi tan preciado descanso?

Luego de retirar un par de cajas con cuadernos atiborrados por fórmulas mágicas incomprensibles para ella y que nada tenía que ver con su especialidad, Sascha descubrió la existencia de un sofá. Como no resultaban de utilidad, las cajas fueron transportada por un Bell enfurruñado al sótano de la bruja.

Un poco después, Sascha descubrió también un hermoso y antiguo biombo de madera, su existencia estaba oculta bajo capas y capas de cortinas viejas, medio comidas por los bichos.

El foso de fuego en el centro del cobertizo fue limpiado a consciencia. Los perímetros de este estaban hechos con ladrillos cincelados en piedras que luego de ser limpiados a fondo, revelaron un distinguido color gris azulado. El pixie se acercó a ella acarreando una olla de peltre, la cual había sido desenterrada en algún rincón. Bell hizo un poco de magia de agua y limpió su superficie tiznada. Una vez limpió el caldero fue colgado de un soporte sobre el foso.

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