Capítulo 37. Todo en exceso hace daño.

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La primera en reaccionar fue la bruja, quien naturalmente estaba más calmada que cierto lobo a punto de perder la cabeza.
—Maldición— Ella sostuvo como pudo el cuerpo convulsionando de la joven antes de clavar una seria mirada en el monstruo paralizado. —Cambia y ayúdame a sostenerla.
Si la situación no fuese tan urgente encontraría divertidísima la mirada de puro terror en unos de los Señores del Imperio del Bosque.
Melida murmuró un Arcano menor de curación. No quería arriesgar más de lo necesario la salud de la humana y la de las crías creciendo en su seno por lo que uno de menor grado tendría que funcionar. Justo como esperaba Sascha dejó gradualmente de convulsionar.
—Askeladd. 
Askeladd sintió que se ahogaba, su mente naufragaba en un océano de confusión cuando el pánico amenazó con abrumar su cordura. Se mareó, probablemente gracias a la falta de oxígeno en su cerebro. 
Desde que conoció a su compañera parecía estar en un estado de pánico constante, ¿era esta la razón tras la renuencia de su Escamosidad? ¿Era el temor constante a perderla lo que le llevaba a rechazar a la pareja que Hestia dispuso para él?
Si era por esto, ya no encontraba tan extraña la reacción del Dragón.
Plaff.
El sonido solemne de un fuerte bofetón cruzó el aire, provocando que su nariz ardiera ligeramente.
—Espabila, no es hora de perder la cabeza, grandísimo idiota.
Él le dio una mirada incrédula, pero más enfocada a la bruja. Melida todavía sostenía su mano en alto y le estaba mirando como si pensará que necesitaba otra bofetada… mucho más fuerte para calmarse.
Su sangre se incendió. 
—Atrévete— Le enseñó los colmillos en medio de un ataque de ira.
Ella bajo la mano.
—¿Ya despertaste? Entonces, ayúdame a cuidar de tu consorte.
Eso apagó su ira más rápido y con más efectividad que un balde de agua fría. Con una mirada preocupada, Askeladd apretó los dientes y dejó que el cambio se apoderara de él igual de rápido que antes.
Sus huesos crujieron mientras los músculos se contorsionaban en otra forma y posición. El proceso fue doloroso, siempre lo era, pero ya estaba acostumbrado a este tipo de dolor así que le restó importancia y lo puso en un rincón de su mente. Lo último en desaparecer fue su pelaje, el cual fue absorbido a través de los poros de su cuerpo.
—Arg… Mis ojos, déjate el pelaje al menos, idiota. ¿Crees que tengo ganas de ver tu culo lampiño?— Melida armó un alboroto cuando se quedó desnudo en su forma humana.
Estúpidos humanos y sus estúpidas costumbres. Chasqueó la lengua con impaciencia mientras dejó que una capa de su espeso pelaje de invierno cubriera su cuerpo hasta sus mejillas.
—¿Acaso viniste al mundo con ropa y calzado?— se burló, mientras gentil y cuidadosamente sostenía el cuerpo de Sascha.
Gracias al arcano de la bruja las convulsiones habían cesado, sin embargo, no estaba despertando. Más bien parecía estar empeorando. 
Cambiando a un color verde pálido brillante, sus venas comenzaron a hincharse resaltando contra la piel pálida de ella. Muy pronto su cuerpo se cubrió con el trazado de cada una de sus venas directamente hasta su corazón. Ni siquiera la tela de su camisón bastaba para cubrirlo.
Lobo y bruja se miraron en silencio consternado.
—Esto es… ¿Una sobredosis?
Los síntomas así lo indicaban. 
Askeladd no esperó la respuesta de la bruja y con rapidez deslizó varias hebras de su maná en el cuerpo de Sascha.
Él esperaba poder manipular con el suyo propio la sobresaturación de maná destrozando el cuerpo de ella, al redirigir la corriente de energía hasta los núcleos en formación de sus hijos. A ellos no le harían mal. Por el contrario, les ayudarían a crecer más rápido como anteriormente había sucedido mientras que a Sascha… a Sascha la mataría.
Porque todo en exceso era dañino.
—Espera— La bruja le detuvo, casi perdiendo una mano por sus esfuerzos.
—Es una sobredosis, no podemos esperar— Gruñó.
—Usa tu cabeza sé que no eres la bestia descerebrada que finges ser— La bruja le chasqueó poniéndose en pie. Colocó las manos sobre sus caderas y continuó con el mismo tono malhumorado. —Has estado alimentándolos de maná desde hace un tiempo, ¿no?
Askeladd hizo una pausa con un muy mal presentimiento, luego asintió.
—Entonces sabes que sucede cuando dos tipos de maná diferentes invaden un mismo organismo, ¿verdad?
Askeladd perdió todo el color. Si, lo sabía. Era la misma razón por la que las transfusiones de maná no eran recomendables, la misma por la que más de dos píldoras de maná estaban desaconsejadas.
—Envenenamiento por maná— Se sintió como un idiota, ¿por qué había pasado este detalle por alto? Entonces gruñó. —¿Los estúpidos pixies pretendían matar a mi consorte?”
Su visión se tornó roja, luego negra…
Plaff. Ahora fue su mejilla quien ardió.
—¿Eres un conejo para saltar de conclusión en conclusión?— la anciana frunció el ceño.
—Es la segunda vez.— Le dio una mirada de muerte a la bruja, quien estaba tentando a la suerte.
Melida desdeñó fácilmente sus palabras, luego continuó con esa mirada misteriosa que nunca fallaba en ponerle los pelos de punta.
—No sabemos que pretendían y es algo que podremos averiguaremos más tarde, por ahora… haré algo que sin duda odiarás.
Askeladd entrecerró los ojos, mientras inconscientemente seguía redirigiendo el flujo sobresaturado de maná hasta los núcleos de sus cachorros. Ellos devoraban el maná con voracidad e ímpetu, solucionando el problema de sobresaturación, sin embargo… el cuerpo de Sascha ardía de fiebre, mientras que ronchas rojas moteaban su piel. El verdadero problema continuaba.
Respiró entre dientes y gruñó.
—Besaría al jodido Destino si fuera necesario, has lo que tengas que hacer.
Y con lo que odiaba al egocéntrico bastardo era toda una declaración de su amor por la humana.
Melida arqueó una ceja.
—Mantén ese pensamiento ahí.
Askeladd le sintió abrir una bolsa espacial, un latido de corazón después un olor viscoso y a cosas en descomposición inundó sus fosas nasales.
Arrugó la nariz y gruñó con repugnancia.
—¿Eso es?
—Sanguijuelas espirituales— Melida confirmó, extrayendo del interior de la bolsa tres criaturas grises pálida y de aspecto desagradable.
Completamente lampiñas, cuerpos largos y segmentados, las sanguijuelas espirituales estaban en el top de las criaturas más repugnantes del cuarto reino.
Su piel se erizó.  
Sin ser consciente de sus actos él sostuvo a su pareja lejos del alcance de las asquerosas criaturas. Todo en él se estaba revelando en contra de dejar a las malditas cosas cerca de su mujer inconsciente.
Melida se acercó con las asquerosas sanguijuelas retorciéndose entre sus manos.
—Estabas dispuesto a besar a Destino, ¿recuerdas? Entonces esto debería ser pan comido.
Sascha comenzó jadear en busca de aire otra vez y peor que antes.
—… Bien, que sea rápido— Por fin le permitió a Melida, acercarse con las asquerosas y peligrosas criaturas que se alimentaba del maná de los vivos.
Personas, animales o plantas, las sanguijuelas espirituales eran criaturas que carecían de ego o racionalidad, solo se guiaban por su instinto y este era el de absorver el mana de otros hasta dejarlos secos, una vez que esto sucedía la victima solo podía esperar la muerte. Los humanos en particular estaban completamente indefensos ante estos seres.
Vio como Melida conectaba las sanguijuelas en los tres puntos más importantes del flujo de Sascha. Cabeza, corazón y estómago.
Las cosas se retorcieron alimentándose, haciendo que sus colmillos y garras picaran por destrozarlas en pedacitos.
—Hay una cosa que siempre me he preguntado— La bruja dijo, rompiendo el silencio y con la clara intención de distraerle.
No le miró, sin embargo, una de sus orejas se inclinó atendiendo a la bruja. Reconociendo la señal, esta continuó.
—Odias a todos los Espíritus…
—Ellos me encerraron durante siglos— le rugió.
Melida inclinó la cabeza reconociendo su argumento, era un viejo argumento con milenios de antigüedad.
—Sé eso— Hizo una pausa. —Entonces… ¿Por qué permites que los feericos vivan en tus tierras?
Un repentino recuerdo parpadeó a la vanguardia de su mente. Era el recuerdo del único acto de bondad recibido mientras ‘disfrutaba’ de los ‘amables’ cuidados de la orden del Oráculo.
Estaba rodeado por la oscuridad, ahogado por ella. También hacía frío, tanto frío que nunca conseguía llegar a calentarse. Sin embargo, lo peor era el silencio.
Un silencio denso y profundo, helador. Como si nada más existiera, como si fuera la única criatura viva en el universo.
Ni siquiera podía sentir la presencia de Anarquía, Miseria o muerte. Incluso sus susurros habían desaparecido.
—¿Por qué estás aquí? ¿No te sientes solo?— De repente una voz femenina e infantil se infiltró en los confines de su cárcel.
Asustado y cauteloso había levantado la cabeza tanto como sus restricciones se lo permitían.
Algo sinuoso y delgado corrió hasta él, provocando que gruñidos escaparan de su garganta. Entonces ese algo se enderezó ante su nariz y una tenue luz verde pálida rompió la oscuridad perpetua de su prisión.
Cerró los ojos deslumbrados, ¿cuándo había sido la última vez que vio cualquier tipo de luz? No podía recordar, para lo que importaba podrían haber sido siglos, décadas o quizás solo meses.
Algo frío frotó su nariz.
—Pobre, ¿te lastima el brillo de mi campanilla de luz?
La luz se atenuó un par de grados, fue entonces cuando pudo volver a abrir sus párpados. Su primera imagen luego de años de oscuridad fue…
El largo y delgado zarcillo de una planta con varias campanillas abiertas colgando de este. La luz provenía del interior de las flores.
Askeladd parpadeó, ¿estaba delirando? ¿Por fin le habían vuelto loco?
El zarcillo tembló, luego le dio ligeros golpecitos en el morro mientras la voz parecía reírse de él.
—¿Qué pasa? ¿Te quedaste dormido?”
Le gruñó y la planta se echó a reír con alegría.
—Vaya, estas despierto después de todo.
La planta le rodeó, mientras le miraba con cautela, si no estaba delirando y tampoco loco, ¿eso significaba que realmente había alguien aquí?
¿Amigo o enemigo?
—Hey, lobo… ¿Quieres salir de aquí? Tengo un hermoso bosque cerca de aquí. ¿Quieres venir conmigo y jugar conmigo?
Enemigo, decidió. ¿Era esto un nuevo tipo de tortura psicológica ideada por las sibilas? Intentó desgarrar al zarcillo con sus colmillos.
La planta le eludió con facilidad.
—¿Tienes hambre verdad? Sin embargo, yo no soy comida.
Le dio más golpecitos en el morro, las campanillas se sacudieron.
—No debería hacer esto, pero te ayudaré.
Entonces, el zarcillo se enroscó en torno al morro de Askeladd y él gruñó, la planta le ignoró para luego forzar sus fauces hasta abrirlas. Poco después un delicioso sabor se deslizaba por su lengua y garganta, aplacando su sed y hambre al instante.
—No es néctar del Árbol de la vida, ese te mataría sin falta y los feéricos montarían un escándalo de proporciones épicas. Sin embargo, este también es delicioso, ¿no crees?
La planta le dejó ir. Askeladd tosió y por primera vez en años su voz salió. Era un chirrido oxidado por el desuso, aun así, sus palabras eran claras cuando pregunto.
—¿Por qué me ayudas? ¿Sabes quién soy?
El destructor de mundos. Heraldo del Apocalipsis. Aquel que liberará a los jinetes del Fin de su prisión, porque él mismo era uno de ellos. Se estremeció, esperando las palabras que todos escupían en su cara.
Dos hojas se doblaron haciendo las veces se hombros y se encogieron. Fue extraño ver a una planta realizar tal acción. 
—¿Por qué necesito una razón? ¿A quién le importa quién seas? Para tu información no necesito una razón para ayudar a otro. Tampoco me importa quien seas.
Askeladd parpadeó.
—Al único a quien debería importarle quien eres o quien quieres ser es a ti mismo, nadie más importa, ¿no crees?”
—Yo… — No lo había pensado así.
Por otro lado, esas palabras dichas con descuido comenzarían un cambio en él que se extendería por siglos y serían un gran dedo medio para Destino, estúpido y egocéntrico bastardo manipulador.
La planta se sacudió, girando hacia arriba.
—Ah— suspiró —Desaparezco un rato y los pixies enloquecen… Ahora debo regresar, lobo. Volveré otro día a jugar contigo.
—Espera, ¿tu nombre?— Él chirrió, las cadenas crujieron cuando intento ponerse en pie.
La planta se detuvo. Las campanillas se inclinaron hacia el. 
—Todos me llaman Flora, aunque por supuesto ese no es mi nombre real. Nos vemos luego, lobo.
Ella cumplió su promesa, y cada vez que regresaba le alimentaba con el néctar de sus plantas. Esa rutina continuó hasta que Melida le sacó de las entrañas del abismo y él cayera al mundo mortal luego de arrasar con las tierras del Oráculo.
—¿Askeladd?— La voz de Melida interrumpió el recuerdo, trayendo de vuelta a sus sentidos.
—No tengo ningún odio contra Flora— Fue todo cuanto dijo.
La anciana le dio una mirada curiosa, pero lo dejó estar. Askeladd suspiró, concentrándose de nuevo en su compañera.
Mientras Askeladd y Melida lidiaban con las consecuencias de su envenenamiento, Sascha se enfrentaba al lugar más raro que alguna vez haya visto.
Incluso más raro que el Árbol Hueco de los pixies.
Alguien la empujó repentinamente al suelo, chillando en su oído.
—Eres tú…
    
 
 
   

      
       
  
 

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