CAPÍTULO 11

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ELIZABETH


Las fiestas de inversionistas son un jodido dolor de cabeza, escuchar a tantos hombres hablar de dinero y a sus mujeres hablar de moda, de nuevas tecnologías para el hogar, es algo a lo que jamás podré acostumbrarme y ahora lo odio más.

Cuando era una adolescente, odiaba que me obligaran a asistir, pero al menos tenía la oportunidad de estar con mi mejor amiga.

Esra y yo siempre fuimos muy unidas, nuestras familias se conocen desde siempre, así que era obvio que terminaríamos siendo amigas.

No había momento en que me separara de ella, tenía algún tipo de ansiedad social y ella era la única que me hacía sentir en calma.

Mis padres decían que tenía que buscar una manera de librarme de eso, que una persona como yo, no podía tener pánico a convivir con las personas. Ellos creían que yo sería periodista o presentadora de televisión. Ellos manejan una gran cadena de televisión en Londres. Pero como siempre me gustaba llevarles la contraria, apenas me gradúe y me mude a Oxford, comencé mi propia empresa y aquí estoy. Manejo una de las mejores revistas del país.

Siempre me han preguntado porqué no me mudo a Londres. La respuesta es muy sencilla. Si me mudara allá, tendría muchas oportunidades, eso es claro, pero estaría lejos de ella.

Aubrey Adams, mi primer amor, mi único amor.

Recuerdo claramente la primera vez que la miré cruzar por las puertas de ese gran salón, en el que se llevaban acabo las reuniones mensuales de los grandes empresarios del momento.

Ella entró a ese lugar y el mundo se paralizó. Todo se volvió una película en donde cada foco que ilumina el salón se apagó y la única luz que quedaba la alumbraba a ella con su altivez, su porte firme y su rostro inexpresivo. Sus ojos grises se toparon con los míos y mariposas brotaron detrás de ella.

Esra insiste en que eso jamás sucedió. Su versión es que me quedé paralizada por un largo rato, como una acosadora y reaccioné hasta que Aubrey se acercó a nosotras.

Desde ese momento, Aubrey nos buscaba en cada reunión, ella era mayor que nosotras. Cuatro grandiosos años son los que me lleva.

Aubrey fue transferida a nuestro instituto en su último año. Así que nuestra amistad se hizo cada vez más grande. Pero llegó un punto en el que supe que lo que sentía por Aubrey, no era lo mismo que sentía al ver a Esra.

Aubrey tenía dieciocho años y yo apenas catorce. No le dije nada, pero siempre buscaba estar cerca de ella, tomaba su mano cada vez que tenía oportunidad y ella siempre entrelazaba nuestros dedos. No me soltaba a pesar que algunos nos miraban raro, ella solo decía que no les prestara atención.

Cada año que pasaba, sentía que me enamoraba más de ella. Su cuerpo y el mío fueron cambiando con el tiempo y ella se volvía cada vez más atractiva. Yo terminé siendo un poco más alta que ella a pesar de ser menor.

Vestirme frente a ella, se había vuelto una odisea, me sentía avergonzada porque mi busto había crecido y el de ella aún más.

Mentiría si no digo que a veces miraba de más y en una de esas ocaciones ella me descubrió. Pensé que se molestaría, pero fue todo lo contrario, solamente sonrío. Y no pude tomar esa sonrisa como algo normal, lo tomé como una señal. Tenía que probar sus labios.

Me acerqué lento a ella, dándole la oportunidad de huir, de detenerme, abofetearme si así lo hubiese querido, pero a cambio de eso, sus manos sujetaron mi cintura para profundizar un beso que al inicio fue muy torpe.

No podía creer que había besado a la chica más linda. No le conté nada a Esra porque no quería que nuestra amistad se dañara por ese beso.

Cada vez que tuve oportunidad, unía mis labios con los de Aubrey y ella me recibía sin rechistar. Los besos se volvían cada vez más necesitados y así fue como terminé durmiendo con ella.

El mejor de mis erroresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora